Solo Veracruz es bello.
Manuel regresaba a su tierra natal,
sentía el calor del horizonte quemar su cara, su brazos, todo su cuerpo, el
calor de Veracruz lo hacía sentirse vivo, completo.
Él bajo del camión que pasa por la
carretera federal aún lado de la playa, quizás a unos 50 metros de la orilla,
el sol estaba muy resplandeciente y el viento soplaba para alentar a los
pueblerinos de aquella localidad. Se bajó con sus maletas por una pendiente de
concreto, se sentía un guisado sobre aquel pavimento de comida, las gaviotas se
veían a lo lejos, hacia la dirección dónde el mar y el cielo son uno mismo, el
espejo del universo, el espejo de dos enamorados muy cerca, pero demasiado
lejos.
Dio los primeros pasos después de la
pendiente y entonces sus guaraches tocaron la tierra fértil del pueblo, sintió
la tierra caliente de la calle principal, visualizo las casas a su alrededor,
se dio cuenta que gran parte de su vida se encontraba ahí, los cambios habían
llegado al pueblo, había nuevas casas, nuevas personas, había recién nacidos y
otros recién fallecidos. Era impresionante cómo el tiempo hace estragos en la
vida de los humanos, pero también Manuel se dio cuenta que la esencia persistía.
No había tanta tecnología en aquel lugar, las televisiones eran grandes cajas
cuadradas y solo una familia de diez la poseía, los demás se divertían en la
agricultura, en la ganadería, en la pesca, en algo que día a día los
alimentaba, ahí no hacía falta un gobierno para cuidarlos o para darles razones
de vida, ellos vivían al día, al año, al segundo, ellos vivían la muerte sin
saberlo, nunca les gusto hablar de la muerte, era un pueblo con muchos tabús,
con la religión enfrente y los pecados por detrás, era gente buena, era gente
bondadosa, pero también cómo otro cualquier humano se llenaban de rencores y
pecados. La esencia de ellos era la humanidad y no la tecnología cómo a grandes
urbes les sucedía.
Siguió caminando, observando poco a
poco cada vivienda, el viento levantaba el polvo y se ensuciaba con el sudor,
era la dicha de entrar en aquel pueblo, era la bendición de cualquier
Veracruzano, sentir el sudor sobre el cuerpo, el calor en la cabeza y la
nostalgia de algo bello en el corazón.
Pasó de largo por la primaria dónde
estudió, la veía con las láminas ya oxidadas y caídas, la estructura muy
desgastada y los muros con pedazos incompletos, era la primaria de aquel pueblo
en agonía, en desdicha por las almas que jamás partieron hacia un futuro mejor,
y es que el futuro mejor para ellos era permanecer todo el tiempo en aquel
lugar, en aquella choza que por ventanas tenían mosquiteros y por puerta unas
sábanas, aquellas viviendas dónde se almacenaban recuerdos de generación de
generación, costumbres de hace siglo y bondad entre las personas.
El sudor le corría por la frente y
por las mejillas, sus maletas estaban pesadas de todos los recuerdos almacenados,
las penas las arrastradas cómo piedras en los guaraches, solo le faltaban tres
calles para llegar a su casa, pero ya el cansancio lo agrumaba, no le permitía
dar el paso siguiente, de sentir el calor y la brisa en su cara, la sonrisa
desaparecía. Ahora tenía un rostro diferente, se sentía el cambio de aires, el
cambio de entorno, el cambio del tiempo, era la belleza del pueblo cercano a la
playa, la belleza que transfiguraba el alma de todo aquel que partía de aquel
lugar.
Seguía avanzando y en eso una lágrima
se le derramó por la nostalgia, cuando trató de limpiársela ya no la encontró,
sabía que ahí en ese placido lugar las lágrimas no existían, todo eran cuentos
y mitos, el agua derramada por los ojos se evaporaba al toqué del rayo solar,
así toda tristeza era olvidada por los rurales, toda pena no se recordaba.
Faltaban tan solo dos calles más para
llegar al reposo después de su largo viaje, se daba cuenta que ahí sus raíces
estaban esperándolo, se percató que en las grandes urbes, donde una vez trató
de vivir, no eran lo suficiente real para él, las grandes ciudades viven bajo
otro nivel económico, bajo otro nivel social, allá solo se preocupaban por la
tecnología, por el salario mínimo, por las propuestas de gobernantes que no
cumplen sus promesas, había marchas día a día por la inconformidad, el
transporte público era un caos total, una osadía, un juego que se tenía que
completar, y él, él simplemente no lo soportó, no podía seguir viviendo en un
lugar dónde todo lo atormentaba, en un cielo que muchos de los Jarochos
anhelaban, imagina llegar allá y ver los
grandes edificios, ganar mucho dinero, comprarnos unas de esas teles nuevas que
son planitas y no ocupan espacio, ver de cerca a los gobernantes y darles una
mano, un saludo, imagina ver a tanta gente que no conocemos, imagina la buena vida que les espera a los
glorioso que nacieron allá y no a los pobre que nacimos aquí, eran palabras
que se escuchaban noche a noche en la cantina del pueblo, cuándo los
trabajadores contaban sus anécdotas de la semana y de su pasado, cuándo
hablaban que el abuelo de uno era el amigo del otro, y que la prima se había
casado con tal fulano, y entonces descubrían que todos eran familia y brindaban
por ello. Eran brindis con cerveza cada noche que se podía, eran amigos de
verdad, familia solamente, eran ellos en un pueblo donde no decías la vecina
tal, sino simplemente decían, ve con aquella que se casó con tu primo, ve con
tu tía, ve con aquella quién se quedó con tu sobrina, un pueblo dónde las
relaciones sanguíneas son una gran telaraña.
A una calle Manuel ya podía ver su
hogar, se veía tan lejano, inalcanzable, solo faltaban unos cuantos metros y su
cuerpo se le hacía pesado, bajaba la mirada por pena, por vergüenza de haber
alcanzado el cielo y de haber preferido el infierno en cuál se encontraba, él
solo quería la tranquilidad de su alma, el no entendía como la gente quería
irse a la ciudad con toda la contaminación, con todos los problemas de
desesperación, él, solo quería llegar a su tierra llena de paz, llegar a su
hogar, comer frijoles en olla, comer huevos en las mañanas que la gallinas
daban, él, prefería le leche del establo, el queso hecho por su tía, los pepitos para el calor, él quería tocar
de nuevo el mar, sentir la arena en su cuerpo, sentirse de nuevo jarocho, sentirse de sangre caliente, él
prefería escuchar el canto de los animales nocturnos, el canto de la familia de
al lado y de en frente, quería la vida en la tranquilidad ignorante, quería
salir de noche sin temer a nada, quería ver a su viejos amigos ya casados y con
mucho chilpayates. No había lugar
mejor que solo el pueblo donde él había nacido, donde había crecido y donde
posiblemente moriría y toda la gente asistiría al funeral, porque toda la gente
de aquel pueblo acompañaba en el velorio, no luchaba una familia, sino más
bien, el pueblo luchaba contra esa tristeza, pues en cada velorio había
albures, risas, bromas y alcohol para compartir las memorias del muerto recién
llegado, y así después continuar la vida con los muertos en la memoria.
Se imaginó la boda con su vecina, la
cual había tenido una infancia muy bonita, la gente del pueblo siempre iba a
cualquier fiesta, desde bautizos, comuniones, confirmaciones, bodas, tres años,
y toda las fiestas que alguna vez se inventaron, se imaginó su vida a lado de
la vecina bonita –al menos él al consideraba así,- con sus cabello ondulado y
su cuerpo bien tornado, con unas tortillas hechas a mano todas las mañanas y un
café de olla todas las noches, con muchos hijos para dejar una buena
descendencia. Ya de nuevo sobre su rostro se había dibujado una sonrisa, el sudor
ya estaba evaporado, el sol y el calor no lo sentía, sus maletas ya no pesaban
y su tristeza se había transmutado a solo felicidad, y al pasar a la casa que
estaba al lado de la suya, se percato que su vecina Gloria estaba igual de
bella que cuando se despidió de ella hace ya algunos años, y también observó como
ella ya era de otro, ya estaba casada o al menos juntada, con un embarazo en
camino y un chilpayate quizás de unos
2 años, sus ilusiones se perdieron al igual que sus sueños al haber viajado a
una ciudad que consideraban cielo, por haber dejado sus raíces, por haberse ido
allá a lo lejos sin cumplir ni uno de sus sueños.
Al estar
enfrente de su casa, recordó como la gente de ciudad decían solo Veracruz es bello, y era cierto,
realmente ese estado es muy bello, pero la gente pensaba que era hermoso por su
gente, por la naturaleza, por la sociedad, por todo lo que él hace tiempo se
había imaginado. Pero esta tarde el descubrió que solo Veracruz es bello porque
es un infierno, un infierno que se presenta en la vida y no en la muerte como
mucha gente pensaba.
De nuevo,
sintió el calor sobre su cuerpo, el sudor en la frente y las maletas pesadas.
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Poeta
Irracional.
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