Capítulo 2: Hadys y la esencia de la vida.



La corteza es el alma.


Terminé perdido en mi pensamiento, no podía conciliar el sueño pues me atormentaba todo aquello que había vivido en los últimos instantes, claro, ¿quién termina cuerdo después de tantas extravagancias en un parque?, supongo que nadie. 

Por un momento pensé de manera lógica, quería creer que todo esto que había vivido no era más que solo alucinaciones, pero así como una idea llegaba, otra más la descartaba. ¿Cómo podría tener alucinaciones cuando no tengo adicción a las droga?, no he bebido  desde que no veo a mi amigo, no fumo y mucho menos me drogo, entonces la otra cuestión sería que estaba loco pero era la primera vez que ocurría algo como esto. 

Otra idea más,  fue pensar que todo aquello era una simple pesadilla de la cual no había podido despertar, pero también era ilógico pues regularmente carecía de sueños y por supuesto de pesadillas, no era un joven risueño ni nada por el estilo. Carecía de aquellas presunciones y era algo más realista, frio y muy pocas veces resultaba ser cruel.

 Seguía ausente en mi pensamiento para buscar salida, para encontrar las cuatro patas al gato cuando solo tenía una, tenía miedo de abrir mis ojos y ver que no había pasado nada, que estaba en la Alameda sentado sobre aquella banca donde trate de relajarme, tenía miedo de no haber podido salir de aquella

miseria en la cual me encontraba, este miedo no era como los cotidianos, puesto que esta sensación era nueva en mi ser, era tan horrorosa que psicológicamente pensaba en la muerte, en el suicidio. Estar solo completamente, era como estar vacío, como no tener alma. 

Siempre quise estar solo, desde temprana edad la soledad habitaba en mí o por lo menos eso pensaba hasta este momento, muchas personas pensamos que somos algo pero en realidad terminamos siendo otra cosa que jamás habíamos pensado ser. Las mentiras habitan por naturaleza en nosotros, somos hijos de las mentiras, y la peor mentira que pude haberme dicho fue “amo la soledad.” Me decía a cada mañana que el único ser que me acompañaba en mi vida era la sombra, la sombra que no te abandona, que no te deja y que siempre está contigo, aunque haya resplandor y aunque haya oscuridad ella nunca te abandona, no te deja, no se marcha y jamás se despide. 

Sin abrir los ojos seguí pensando y pensando, entonces entre pensamientos llegan los recuerdos, los oscuros y penetrantes hilos de nostalgia que se plantan en el cerebro para florecer en los momentos de la mente perdida. Recordé como inició mi mentira llamada soledad, cómo desde chico me adapte a ello, sencillamente porque mis padres si me habían dicho adiós sin despedirse; los perdí en un accidente de tren, realmente no recuerdo la fecha, ni el lugar, ni el motivo por el cual viajábamos. 

Aquel tren era una maquina maravillosa, tenía colores resplandecientes y el sonido que generaba me había encantado desde muy pequeño, pero ese día perdí todo gusto por aquellas maquinas, el tren en cual viajábamos se descarriló, todo paso tan rápido, era un breve momento para mí. 

Primero estábamos bien, con sonrisas, felices y alegres por el viaje pero después de un instante a otro, se convirtió en tragedia, había sangre sobre el cuerpo de mis padres, había horror en la cara de los demás pasajeros pero lo que se me quedo enterrado en el alma, fue aquel sentimiento de pérdida, sentí como el alma se iba de mi cuerpo, como el sentimiento mudaba de casa, me había quedado perplejo, atónito, recuerdo que en ese instante ni una lágrima derrame y abrace a la soledad para consolarme. 

Descubrí que las grandes maquinas también son defectuosas como los humanos, entendí que la soledad era mi fiel amiga desde aquel entonces, pero que en este presente ella estaba inaudita. 
 
Esa tarde todos tenían algún familiar muerto, algún funeral en cualquier parte del país, todos llegaban a los vagones con la intensión de ayudar, de rescatar, de no perder aquella esperanza que resplandecía en los ojos de cada ser. Me llevaron al centro de personas aparecidas, volteaba a mi alrededor y toda la gente tenía familiares que se preocupaban por ellos, en cambio yo, no tenía a nadie esperándome pues todo lo había dejado en aquel tren. Mis familiares cercanos ni siquiera se acordaban de nosotros, éramos una familia de ovejas negras y creo que nunca se enteraron de la muerte de mis padres, pase mucho tiempo en aquel sitio hasta que una día un sacerdote llego para encargarse de mí, nunca fui devoto a la religión y aquella idea no me agradaba, no quería irme con él, no quería irme con nadie, solo quería desaparecer, morir y estar al lado de mis padres. 
 
El sacerdote se llamaba Orlando y se hacía cargo de los niños huérfanos en su parroquia, fue ahí donde me trasladaron. El me miraba con tristeza y aunque tratara de ocultarlo, yo siempre lo descubría. Aquella parroquia era bastante grande donde alojaban a diversas personas, pertenecía a un pueblo no muy pequeño. Él se encargó de mi educación básica, un poco de ciencia pero bastantes términos de filosofía, me daba diversos libros en los cuales me encerraba para perderme del mundo tormentoso, nunca socialice con los chicos de aquel lugar, siempre me retiraba pues no me sentía a gusto, nunca me sentí a gusto con la vida que me tocó, quería que mi vida fuera como la de algunos libros que siempre terminaban con algún tipo de felicidad, yo no encontraba aquella felicidad y en muchas ocasiones dude que podría localizarla.

El padre Orlando decía que podría alcanzar la felicidad siempre y cuando creyera en Dios, un Dios que bajaría a juzgarnos a su debido tiempo, un Dios que daría vida eterna y me aseguraba que mis padres estaban en el cielo, pero yo, entre más crecía y pensaba, terminaba en disputas con mi pensamiento, mis padres no estaban en el cielo puesto que sí ahí estuvieran, bajarían y me llevarían, eso me dejaba claro que mis padres estaban en la tierra, enterrados y que simplemente ya no respiraban, aparte, ¿qué Dios nos juzgará?, hay varios dioses, hasta perdí el miedo por todos ellos, nunca supe a cuál orientarme, ¿cuál era el más poderoso?, es por ello que seguí viviendo aferrado a la soledad y a mi sombra como fieles acompañantes. 
 
En ocasiones me imaginaba a Dios con muchos ojos para observarnos a todos, con bastantes manos para poder cumplir los deseos que él creía importante, para él, el tiempo era simplemente un breve suspiro del siglo,  quizás la biblia mentía cuando decían “estamos hechos a su semejanza”, para mí Dios era una especie de alien o un ser que no era humano, era más que ello para poder gobernar sobre nosotros. 

En la esencia del humano se haya indudablemente la corrupción, aunque también en circunstancias pensaba que Dios era totalmente humano sin poder alguno, y al igual que nosotros cometía esos pequeños errores, esos detalles que nos identificaban como seres supuestamente pensantes. Sí me quedara con la segunda definición entonces podría decir que somos el error más grave que Dios ha cometido, nos mandó a la tierra a destruir el paraíso. 
 
A pesar de tener aquellos recuerdos de mi vida, de haber pensado bastante sobre mi pasado y sobre aquella identidad que es conocida como Dios, seguía con los ojos cerrados, naturalmente no los quería abrir porque aún seguía ese temor, en instantes como esté, quería simplemente que Dios bajara y me hiciera compañía, que se acercara la muerte o el mismo Satanás para que me hablara de sus problemas, creo que ellos ya se han cansado de tanto trabajar y han de estar tan frustrados que necesitan desahogarse, pero esa no era la realidad, yo seguía solo en un enorme parque, sin gente, sin vida y sin alma. 

Me encontraba en el laberinto sin salida, en caminos cruzados sin respuesta alguna, en preguntas atormentadas sin camino alguno, temía y huía de mi realidad negándome a ver a mi alrededor, esto presentaba un problema, un obstáculo cual superar, pero no había solución o por lo menos no la encontraba, a pesar de que me gustan los retos no podía salir del enigma. 

Es cierto que encontrar respuestas no es realmente sencillo, a pesar de que la vida es sumamente fácil, siempre nos la estamos complicando con preguntas existenciales, con patas de más para el gato o a veces menos, tenemos la respuesta enfrente pero nunca logramos verla como tal, pues no vemos con los astros sino con los ojos. No he conocido a una persona que no se haya hecho las siguientes cuestiones; ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, siempre queriendo buscar respuesta absoluta dejando pasar la vida, dejando que se escape el presente, atormentándose por el pasado y preocupándose pon un futuro que ni siquiera están seguros de tener.

Seguí pensando y llegué al punto de contemplar mi pasado, mi presente y mi futuro, el pasado era muy sombrío y no existía para mí, aunque ahí siempre estaba, mi presente realmente  era aburrido, no tenía gran fascinación por emprender una vida y por ende mi futuro ni siquiera existía en mis sueños, o al menos eso pensaba.

Quería encontrar la salida a este enigma para poder seguir con la vida que nunca tuve y que quizás nunca tendré. Tome el valor necesario para tomar la siguiente decisión.
 
Abrí los ojos lentamente, no contemplé el tiempo que había pasado pero esperaba ver los rayos del sol, las primeras personas saliendo a trabajar, pero mi sorpresa era mi temor, realmente seguía en el mismo lugar, mucha niebla, reflejo lunar, oscuridad, árboles pero nada de gente, seguía sentado sobre aquella banca, esto en definitiva no era un sueño, ni una pesadilla, realmente estaba pasando y por cada segundo que pasaba mi temor aumentaba de manera exponencial.

Miré a mi alrededor como si no pudiese creer lo que pasaba, todo aquello me ponía en pánico, el aire cada vez me llegaba menos a los pulmones, mi cabeza empezaba a girar de manera aleatoria, mi corazón palpitaba como queriendo salir del pecho, me sentía enfermo, una emoción había contaminado mi cuerpo y quería vomitar, quería echar todo lo que había vivido, pero era imposible pues aquel malestar solo duro un momento, me llegó a la mente una idea demasiado estúpida y cobarde; suicidarse. Sin pensarlo dos veces, me levanté de la banca y empecé a buscar algo que me robara el alma, algo que acabara con mi vida, pero no había nada, ni un objeto filoso, ni un transporte que pueda atropellarme, y sabía que si corría hacia un edificio nunca llegaría pues siempre aparecía en este parque, en este tenebroso lugar lleno de locura. 
 
No encontraba absolutamente nada, pero recordé que también podría asfixiarme, observaba todo el lugar para encontrar una soga o algo que me permitiera ahorcarme sin arrepentirme,  pero no hallaba nada, no había nada más que la soledad, la sombra, los árboles y la niebla, la palabra árboles me creo una idea demasiado burda pero que trate de emprender, caminé sobre aquel árbol en el cual había descansado, me agache y entonces con ambas manos inicie a escarbar para encontrar una raíz lo suficientemente larga y resistente para lograr mi suicidio. 

Al principio mis manos solo tomaban la tierra, la tiraba a un extremo y seguía escarbando hasta que una mano sintió un pedazo de raíz, por la desesperación me apure a escarbar pero la piel se me enchino cuando de pronto escuché un lamento.

-        -   ¡Ahh! 

Era un lamento grotesco, no venía de una voz linda ni suave, era una voz áspera pero aquel lamento me transmitía dolor, angustia, tristeza. Miré a mi alrededor pero no encontré el origen acústico, solo había esa densa niebla, y por temor a lo desconocido y por desesperación por la locura, volví a mi tarea, de manera frenética escarbaba de nuevo pero ocurrió el mismo factor que antes.
 
-        -  ¡Ahh!

Esta vez no quise mirar a mí alrededor, sabía que no encontraría nada, seguí escarbando y escarbando y el gemido se hacía más fuerte, más doloroso, más penetrante. Mi nerviosismo crecía. 

-        -   ¡Ahh! 

Reuní el valor necesario para mirar a mi alrededor pero de nuevo no encontré nada, traté de relajarme para quitarme la desesperación de encima  y el miedo que me controlaba, me levanté de aquel lugar y comencé a caminar, primero caminé lentamente en busca del origen acústico del gemido, pero no hayé nada, seguí caminando y cada vez un poco más rápido, no podía dominar mi desesperación, no podía con el miedo y en tan poco tiempo comencé a correr de nuevo, el sudor estaba en todo mi cuerpo, pero corría sin rumbo alguno en busca de alguien, en busca de ayuda, pero de nuevo estaba solo y era difícil aceptar aquella soledad. A pesar de que corrí demasiado no me moví de aquel lugar pues enfrente de mí estaba aquel árbol donde descanse.

El enojo, la ira, la desesperación y el miedo no era una buena combinación, sin pensarlo me lance contra el árbol para desahogar todo lo que sentía, le pegaba, le escupía y le reclamaba todo lo que pensaba. 

-          - ¡Jodete! ¡Ayúdame a salir de aquí, ya no aguanto tantas ilusiones, ya no quiero estar en este mundo, matame, aniquílame, haz lo que quieras pero termina con este sufrimiento!

-         -  ¡Ahh!

Aquel gemido de nuevo pero yo ni siquiera le había puesto atención, mis emociones tenían control sobre mí.

-         -  ¡Dame una rama! ¡Quiero una rama para colgarme, para irme con mis padres, para ya no respirar! ¡Dame lo que quiero de una jodida vez!

-         - ¡Ahh!

Sucedía lo mismo, escuchaba aquellos gemidos y cada vez se fueron multiplicando, se hacían fuertes y más seguidos.  No sé cuánto tiempo tarde en vaciarme, pero al final me di cuenta de mi descontrol que no me llevaba a nada.  Deje de golpear, de gritar y miré de nuevo a mí alrededor, pero no había nada ni nadie, me desconcertaban aquellos lamentos, no podía seguir escuchándolos más. Pero me encontraba solo, el sentimiento se apoderó de mí, era una mezcla de muchas emociones, de muchas circunstancias y todo aquello se resumió en demostrarlo con gritos, con lágrimas, con golpes a la tierra, con rasguños a mi cuerpo, no sabía ni quien era, ni a donde iba, ni a donde voy y mis energías poco a poco se acaban, todo llegaba a su fin.
 
Ese suceso me trajo otro recuerdo más, la primera vez que me inunde por dentro cuando vivía con el sacerdote Orlando, ese día lo recuerdo perfectamente, era la primera vez que lloraba en un día soleado, estaba en el patio de la parroquia enfrente de un árbol,  solo lo observaba y por dentro lloraba una tormenta pero por fuera solo era una brisa en mis pupilas, ese día conocí a doña Jacinta; ella era una señora de aquel pueblo que se encargaba de los asuntos religiosos, señora soltera pero le decían doña por respeto, sin compromiso con nadie más que por su propia religión, amaba a los niños y los niños la amaban a ella, era la catequista del pueblo. 

Le conocí ese día, llevaba una falda y una blusa muy contemporánea, pero se veía que era amable, no era de una edad tan avanzada pero tan poco era joven, estaba como en los treinta a cuarenta años, tenía el pelo chino totalmente negro, su tez de piel era apiñonada pero sus ojos deslumbran mucho eran de un color muy claro, entre verde y gris, sin duda alguna era una hermosa mujer que se dedicó toda su vida  a la religión sin ser monja. 

Amó la libertad y amó  a Dios. Ella comenzó a hablar con el padre Orlando, estaban demasiado cerca de mí por el cual fue inevitable no escuchar su conversación.
 
-        -   Buenas tardes padre

-        -   Buenas tardes Jacinta.

-          - Veo que está bien, pero ¿para qué me ha llamado?

-         - Así es, también veo que usted está bien gracias a Dios. La he llamado porque necesito ayuda con Hadys.

El silencio se apodero de aquella situación, no comprendía totalmente lo que sucedía por el cual la conversación siguió en boca de doña Jacinta. 

-         -  ¿Quién es él?, se ve totalmente destrozado, puedo ver su aura de tristeza y necesita ser guiado por el camino de Dios.

-        -  Por supuesto, él… Bueno, perdió a sus padres hace poco y su familia lo ha abandonado, más bien creo que ni del accidente se han enterado. Me hice cargo de él unos días después de la tragedia pero está hundido, y quién mejor que usted para llevarlo al camino que conduce a la gloria de Dios. 

-         -  Yo me haré cargo de él, no se preocupe haré todo lo posible para que él encuentre de nuevo aquella felicidad que ha perdido, será un camino difícil pero no imposible.

-          - Lo imposible no existe, siempre y cuando se tenga fe.


Terminó la conversación y noté la tristeza  de doña Jacinta, se despidió del sacerdote y caminó hacia mí. Podía escuchar el crujir de las hojas que pisaba, se acercaba poco a poco y  a pesar de estar perdido en mi tristeza pude notar la presencia en mi espalda, no sabía cómo actuar, no sabía que hacer debido a que tantas emociones se habían mezclado conmigo haciéndome una sustancia homogéneamente errónea. De pronto sentí un abrazo por detrás, ese fue el catalizador para que mi llanto se esparciera por todo mi cuerpo, mis ojos se llenaron de abundantes lágrimas y mis piernas flaquearon por aquella acción, había tocado mi ser con solo un abrazo, un abrazo que nadie hasta el momento me había otorgado, ella sabía cómo hacer que el alma demostrara su esencia y aquí yacía mi alma sincera entre sus brazos. 

-          - Soy Jacinta, desde ahora hasta el futuro impreciso, seré tu apoyo y estaré siempre a tu lado. 

Me lo susurro al oído, no pude responder, notaba en sus palabras una tristeza pero al mismo tiempo había esa pequeña chispa de esperanza que caracteriza a los humanos. Prosiguió hablando entre susurros. 

-        - Y sí algún día no estoy físicamente a tu lado, entonces sentirás mi espíritu, pero si tampoco lo sientes, entonces recuerda la flora, la fauna, la naturaleza que siempre te brindará amigos que nunca pensaste tener y así jamás volverás a estar solo.

No sabía si era su voz, si era su alma, pero había algo en ella que penetraba mi cuerpo  y me sembraba aquellas palabras. Nunca pude olvidar lo que me dijo aquel día, después de esas palabras no recuerdo muy bien lo que hice pero de algo estaba seguro, que tenía razón, que aún después de sentirme solo, siempre la naturaleza estaría a mi lado, los animales; palomas libres, perros de casa, gatos independientes, y muchos más. La flora; plantas en jardines, bellas rosas, frondosos árboles, entre otros. Yo no estaba solo aquí en la Alameda, estaba completamente acompañado, por lo menos había árboles, había alguien que me acompañaba en mi delirio. 

Aquel pensamiento me hizo notar algo, mis lágrimas dejaron de cesar y me las limpie con ambas manos, y sin dudarlo me lance sobre aquel árbol a abrazarlo, había descubierto el origen de los lamentos, mi amigo estaba sufriendo a causa de mis golpes, a causa de mis gritos y no lo había notado por todas la circunstancias que estaban en mi contra. Abracé el árbol cada vez más y más fuerte y solo pude decir desde el fondo de mi corazón.

-          - ¡Gracias!

Sentí que él me escuchaba, él estaba ahí para mí y yo estaba para él. Entonces de nuevo sentí la ventisca y en ella la voz que se lamentaba me contestaba. 

-        -   La corteza del alma nunca la debes de olvidar.

Ante esas palabras sonreí, pero poco después suspiré debido a que aún no encontraba la salida de aquella irracionalidad.





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