sábado, 2 de septiembre de 2017

La avenida, capítulo 9: Los 3 pseudo-chiflados.

Los 3 pseudo-chiflados


Avancé hacia el siguiente laberinto de recuerdos, recuerdos que se entrelazaban con la distopia de aquella avenida pero ya no sabía realmente que estaba ocurriendo, de repente era yo o de repente era ellos y sentía que mi cabeza giraba como si fuese un loco, pero no es así, es lo que creo o lo que pienso o lo que siento.

Pasé frente del siguiente puesto de mis amigos y me di cuenta que no estaba loco, más bien era un chiflado más en aquella extrovertida avenida.

Aquel local pertenecía a los 3 pseudo-chiflados, el dueño y la esposa del dueño, o la dueña y el esposo de la dueña, nunca se supo con cierta franqueza que eran ellos dos, era un juego de palabras que nunca alcancé a comprender, pero aquel lugar le pertenecía a ambos, aquel sitio mágico dónde lo inimaginable podía ocurrir, porque ahí los soñadores locos y discapacitados de la inmoralidad podían entrar.

Me acerqué y tenía la rustica fachada habitual, un poco minimalista y mucho de la corriente hipster, así era aquel lugar, una selva de nuevas curiosidades viejas que parecían nuevas con atracción turística en el arte, nunca supe cuál de los tres chiflados influía más sobre el otro…

El primer chiflado era alto, cabello completamente negro y le llegaba a la altura de los hombros, tenía la habitual barba de candado, ojos risueños y una sonrisa afrodisiaca que llegó a cautivar a ancianas, niñas, señores y chicas de edad media, solía andar por las calles como si paseara por ellas, siempre en busca de su siguiente víctima, la siguiente cobija, la siguiente vagina, porque siempre se la pasaba cazando, siempre buscando una cama donde pasar la noche, entrar por los orificios de sus mujeres solteras, casadas, prohibidas, pero para mí él estaba loco, al menos así disfrutaba su vida, dañando a los demás. Él se sentía una locura inalcanzable y los otros así lo veían, despistado de pies a cabeza, y de cabeza a pies, para mí solo era una persona más, un adolecente en su dichosa edad de la punzada, no representaba la gran cosa como él lo creía, era igual que todos solo con un estilo diferente, con diferente perspectiva emocional, él era el chiflado mayor con mil cuentos que contar sobre los pocos pasajeros en el yate…

El segundo chiflado era el espiritual, el que sabía cómo ordenar y acomodar la energía de todos, el mesero que llevaba en su nombre el lobo, el mesero más eficaz que he conocido, aquel mesero que leía las cartas, las manos y el café, era oscuro y majestuoso como los condes, de diversas maneras se podría categorizar, el segundo chiflado era el más cuerdo de los tres, quizás el único que sabía quién era y de dónde venía, y sobre todo hacia dónde iba, la energía era su amiga y lo guiaba hacia el sendero que él proyectaba, le movía de un sitio a otro, y de otro sitio a uno, y él, era el agua que escurría por la ventaba trazando el camino de ambos…

El tercer chiflado, la niña, la chica, la mujer de aquel pequeño grupo, por la cual Juan fue a comer por primera vez ahí, le gustaba, le encantaba verla de pies a cabeza, y de cabeza a los pies siguiendo diferentes caminos, le imaginaba en su cama, en el sofá, en el piso, él se moría por ella, pero ella no sabía de la existencia de él hasta meses después, hasta días después. Fue tras encuentros furtivos y coqueteos uno tras otro, pero aquella chiflada era la sumisa del primer chiflado,  el tapete, la ignorante creía, la belleza pura de aquel lugar lleno de comida, el postre predilecto para los labios de un ser sin espíritu y sin cuerpo, su figura era la rica comida, la fresa ambientalista el postre, la fresa con los sueños destrozados, destrozados como lo está ella, como lo estuve yo, y no, no pude ayudarla a encontrar su camino entre tanto laberinto que se han ido creando desde la existencia del ser humano.

Yo y cada uno de mis amigos ahí comimos, disfrutábamos de aquella comida gourmet que ese dichoso sitio ofrecía, y era maravilloso sentir los diversos sabores sobre el paladar que eran causados por la magia del chef, porque el chef no contaba como un chiflado más, pero si era aquella rueda que movía la fluidez de aquel local, entre aquellos guisados extraños, comida típica y grandes hazañas de ingredientes desnaturalizados.

Todos mis amigos comieron ahí.

Juan solo comía porque le encantaba la chiflada, le veía las piernas cuando le daba la espalda y llevaba aquellas faldas o en algunos casos las minifaldas que hacían que se notaran sus resplandecientes piernas, también llegó a verle los calzones cuando se llegaba a descuidar, pero así era él y a mí no me sorprendía, ya estaba acostumbrado a él, lo más extraño es que él comía las cosas bizarras de aquel lugar…

Agustín no tenía un ideal o un motivo por el cual comer ahí, pero comía tanto ahí como podía comer en otros sitios, era más insípido que los demás pues no le encontraba nada en especial a la comida mágica del chef.

Sebastian, creo que fue el único a cual no vi comer en aquel lugar, supongo que no le gustaba esa comida, no lo sé, debería de preguntarle pero en otra ocasión porque no es agradable como quisiera.

Daniel siempre iba a comer ahí y se tardaba las horas buscando los minutos en que llegaba su amada, comía lentamente, disfrutaba cada bocado que daba, y si no la veía se iba deprimido a su hogar, pero al día siguiente le iba a buscar, y así sucesivamente pasaban los días, las horas  y los minutos tratando de verla, hasta el día de hoy que dejó de comer porque le habían partido el corazón.

Inclusive alguna vez la comida le hizo indigestión porque había visto a su hermosa sirena con un tritón, se le congeló el alma por un eterno instante, la piel se le erizó como gato al asecho y no obstante siguió caminando como aquel zombie de los ochenta, así de peculiar era Daniel, un chico, un tipo que no se rendía en nombre del amor y que seguía luchando con la última pizca de esperanza que se volatilizaba al paso del tiempo.

También tenía al otro escondido en la oscuridad, sin nombre, sin origen, e incluso sin apetito, nunca lo vi comer, ni dormir, ni siquiera socializar.

Los tres pseudo-chiflados…

El creído chavo-ruco me saludó con su euforia de hacerse notar, la sensual pseudo-chiflada, un buen día, un beso y nada más, al final quedaba el lobo mesero que me hizo adiós con la mirada…

Quizás veía el futuro, no lo sé, pero sabía más que Dios.


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