miércoles, 21 de junio de 2017

La avenida, capítulo 8: El norte sin dogos

El norte sin dogos


Y llegué a la Avenida y no me ahogué, caminé enfrente de la banqueta y observé detenidamente aquel local que me alimentaba en las furtivas noches.

Un señor y su hija, cómica idea la que me hice la primera vez que los conocí, más que su hija parecía su esposa, pero eran extranjeros, emigrantes, foráneos, habían dejado su tierra del norte para bajar al centro del país, al centro de la Avenida, y así eran los sueños rotos que jamás se alcanzan pero siempre se luchan.

Aquel señor de edad avanzada, de felicidad penetrante sobre la barba que lo caracterizaba, pseudo-intelectual, pseudo-espiritual, y siempre cada noche se paraban en la Avenida a realizar la comida del norte para los céntricos, una falta más, unas agonías menos, pero así era, y así fue la vida que ellos decidieron tomar.

¿Alguna vez he estado fuera de la casa?

La lejanía es la perdición para pintores y fotógrafos, la vida inmovible al arte representativo en kilómetros, pero siempre hay raíces que nos atan a nuestra tierra, a nuestros orígenes, a nuestros caprichos con falsedades, al menos eso creo pero a veces creo cosas que ni siquiera pienso, rayos…

¡Qué está pasando!

Me torcí un poco el cuello y me levanté de aquel sitió, caminé lentamente con la mirada fija en Andrea,  la hija del señor Dogo, ella estaba frente a mí con una blusa negra y la típica gorra, quería seducirle, quería hablarle y tomarle de sorpresa, y de pronto un carro pito porque le estorbaba el paso…

¿Qué me pasó?

La locura es una enfermedad demencial que poco a poco he ido descontrolando a Juan, en ocasiones el cuarto está desocupado y él entra, el problema es que les ha estado diciendo a los demás como hacerlo.

Avancé para cruzar la calle y enfrente de mí los dogos, padre e hija.

Una familia íntegra de meramente dos personas, la unidad en su riqueza y humildad, en las bromas que le hacen a los clientes, en las burlas que alguna vez me hicieron, y es curioso, bastante curioso como ella cuando yo era pirata, trató de protegerme, me advirtió que no fuera a aquella isla, pero Daniel, mi compadre Daniel fue el aventurero, el valiente que alzó las velas y naufrago conmigo, sobre aquel mar que no era conquistable, que no era para nosotros, por algo la niña dogo nos lo había dicho.
 
Estando frente a ella me sonrío y yo le aporté una sonrisa porque estaban esos dos seres en buenas condiciones, Daniel sonrío de manera nostálgica, como atrayendo los recuerdos, como si su sonrisa fuera de sandía y sus ojos de uva, pequeñas uvas moradas, Juan no saludó, se sentía apenado por lo que hace un momento casi provoca, Agustín era el más normal de todos, sonrío de manera correspondiente y buena, Sebastian no se molestó en hacerlo, pero ahí estábamos todos observando la felicidad de los del norte, observando la manera en que ellos compartían un cachito de sus orígenes y a todo esto…  ¿De dónde es Juan?

Le pregunté, quería saber más de ellos.

-          Juan ¿Cuáles son tus raíces?

A lo que él de manera inmediata y con una voz desesperada y sedienta contestó.

-          De algún lugar llamado Sodoma.

Yo sabía que él no estaba bien, que tenía sus arranques de lujuria injustificados, y así lo creí, así que le pregunté al siguiente.

-          Daniel, ¿y tú?

A lo que él contestó.

-          Mis raíces vienen del mar, de aquella isla que el pirata no pudo conquistar, mi Dios es la sirena, y no existe porque no vengo de ningún lado, soy sembrado bajo la estrella que jamás se vio y fui creciendo con las corrientes marítimas, el origen lo tengo directo de mi Diosa y cuando ella quiera, puedo desaparecer.

Lo escuché con mucha atención, seguí la conversación.

-          Entonces eres una especie de ser mitológico.

A lo que él contestó.

-          Soy el amor entre el viento y el mar, no hay nada mitológico en mí, solo amor.

Lo escuché, sonreí y pensaba que era agradable escuchar el origen de Daniel, era el que mejor me caía.

Proseguí investigando las raíces de mis amigos.

-          ¿De dónde vienes Sebastián?

Me miró fríamente y respondió.

-          ¡Dah!, no tengo porque decírtelo.

Tenía que convérselo así que insistí.

-          Vamos, dilo, ya todos lo dijeron.
q
Contradijo.

-          No me confundas con esos idiotas, no soy pendejo como ellos.

Respondí.

-          Si no eres pendejo, ¿por qué no me dices de dónde vienes?

Me respondió.

-           Porque si respondo podría convertirme en un imbécil.

Proseguí.

-          Solo le das vueltas al asunto con tus groserías, sí no me dices es porque tienes miedo…

Lo reté, contestó.

-           No le temo a nada…

Respondí

-          Si no le tienes miedo a nada, entonces, ¿de dónde vienes?

Se me quedo viendo con una cara de asesino, pero terminó respondiendo de manera sincera y eficaz.

-          Vengo de otro universo, de otra galaxia…

No me convencía, aun quería saber más, quería tener las raíces de cada uno de mis amigos…

-          Aja…

Se produjo un silencio y él no quería seguir hablando y yo quería seguir sabiendo, proseguí con lo anterior mencionado.

-          Dime.

Se me quedó viendo de nuevo y prosiguió diciendo la información que necesitaba.

-          Vengo de una puerta con el número once, de otro lugar que no has conocido, me encierro y me libero, me libero  y de vuelvo a encerrar, pues uno más uno es igual a dos, y dos más dos vuelven a ser uno, pero separados, y si quieres saber más de mí no podrás, pues Otro no me permite hablar.

Terminó con sus palabras y escupió hacia el suelo.

Realmente los amigos que tenía eran tan raros como yo, ellos no sabían de dónde venían, solo hablaban por hablar y decían por decir, pues yo tampoco podría decir de dónde vengo y tampoco podré decir hacia dónde voy.  

Ahora solo quedaba preguntarle a uno más.

Miré a Agustín.

El bajó la mirada y con mucha pena se fue alejando, lo seguí y volvía a alejarse atravesando aquella calle y de nuevo casi me atropellaban, lo sostuve por el hombro cuando lo había alcanzado y pregunté.

-          ¿Qué sucede?

Él quitó mi mano sobre su hombro y siguió caminando, no quería hablar pero yo tenía que saber la verdad, yo tenía que saber que era lo que sucedía, así que lo seguí hasta que él se detuvo, comenzó a hablar.

-          Todos saben de dónde vienen.

Le cuestioné.

-          ¿Y tú de dónde vienes?

Él contestó.

-          No lo sé, quizás sea un invento de Oaxaca, quizás sea el nombre de alguna tía que le inventó a su sobrino consentido, pero no lo sé, realmente no sé de dónde vengo, ni siquiera tengo idea alguna hacia dónde voy, por eso me encuentro así, porque todos saben sus orígenes, porque todos saben a dónde quieren llegar, pero yo no, no lo sé…

Se tiró sobre el pavimento de rodillas con lágrimas en los ojos y yo me disponía a ayudarle, pero de pronto la niña dogo se acercó y me preguntó.

-          ¿Te encuentras bien? ¿Qué haces sobre el pavimento hincado y llorando?

Le observé, me limpié las lágrimas y me puse de pie.

-          Nada, pero muchas gracias… ¿Extrañas tu hogar?

Ella sonrió y dijo.

-          Mi lugar es dónde mis pies siempre están, aquí es el presente y en el presente siempre se encuentra el hogar…

Sonreí de manera inapropiada y solo pude musitar…

-          Gracias.

Ella se fue de nuevo a su local de Dogos, se fue a alimentar la gula de las personas de aquella Avenida, solo faltaba preguntarle a uno de mis conocidos sobre su origen.

Me acerqué a los otro pero ellos no se alejaron, ni siquiera tuvieron alguna reacción, apunte hacía la persona que se encontraba en la zona más oscura, aquel conocido que de vez en cuando salía pero nunca me decía su nombre. Le pregunté.

-          ¿De dónde vienes?

Él tan amable solo suspiró y contestó.

-          Eso depende de ti.

Y entonces se esfumó al igual que los otros, al igual que los demás amigos, los orígenes de cada uno guardaban los secretos de algún fruto obtenido.

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