Las historias de un pirata, una sirena y
el mar
Él
era un pirata y ella una hermosa sirena.
Como
todos los años esto es algo que se repite. Él un joven quizás de treinta años,
quizás un poco más, nunca se le notaba la edad verdadera que tenía, siempre se
había visto tan joven y lleno de vida, de alegría, pero sobre todo de blasfema,
en ocasiones, se dejaba la barba para aparentar la edad suficiente, pero
relucía aquella astucia de Dios y siempre lo hacía ver más joven.
Cada
vez que inicia el mes de Julio, él se dejaba cubrir por la barbar
completamente, era como una pandemia en nuevo territorio sin médicos, y se la
dejaba crecer hasta el día 11 del mes. Hacía la misma rutina cada año. Tomaba
su carro compacto, ponía música clásica, luego la secuenciaba con grupos
modernos como Love Of Lesbian, Joaquín Sabina, o a veces ponía Soundtranck de películas como Lalaland, salía de la ciudad sin tomar
tráfico alguno, se movía rápido y preciso como un depredador, tenía esa
habilidad de ser frio y calculador, era el quinto año que repetía el suceso y
la monotonía del día, y eso lo hacía aún más curioso, él odiaba la monotonía.
Se
levantaba aquel día mortífero, se lavaba la cara para limpiarse las penas
superficiales que agrietan y escoran la piel, se bañaba y abría más a la
válvula fría con respecto a la caliente, le gustaba sentir esa sensación de
relajamiento, eso necesitaba, relajarse aquel día, pero era imposible ya que siempre
pensó que los seres humanos no son pensantes sino emocionales. Y caían las
primeras gotas sobre su cabello, le escurrían por el cuerpo, y sentía esa fría
sensación del agua por todo su cuerpo, sentía como todo bajaba, como todo
fluía, como simplemente la vida te guiaba hacia un destino que ni Jesús había
planeado. Era fabuloso para él, cada acción que hacía, cada acción cometida, le
recordaba a ella, después se tallaba la cabeza haciendo una magnitud de espuma
relevante para opacar aquellos malos pensamientos y oscuros, se tallaba el
cuerpo, y sentía las cicatrices invisibles que le lastimaban, se enjuagaba para
curarse al menos un instante, tomaba su toalla y se secaba cada molécula de
agua, dos de hidrogeno por uno de oxígeno para eliminar. Tomaba su cepillo de
dientes, le ponía la pasta de aliento refrescante y comenzaba a tallarse, pero
no pensaba, solo se emocionaba, tal emoción fue el asesino de un homicidio, se
había lastimado la encía con el cepillo y comenzó a sangrar, y la sangre no era
de él, era de un pecado que jamás se cometió, escupía la solución pastosa con
la sangre, y se iba por la tubería del lavabo, hacía un remolino descendente
con destino al mar, y ese remolino llegaba a su destino, hacia su zona natural
como todos los humanos en la vida.
El dolor en su boca era soportable, solo era una herida más, y eso tenía cura,
eso realmente no dolía. Salía del baño y comenzaba a vestirse, comenzó a
ponerse el traje de protección, su armadura de caballero, primero la camisa
azul verdoso, seguido de un pantalón de mezclilla delgada color café, aquellos
colores le hacían sentir natural, le hacían sentir que formaba parte de una
gran vida, procedía a ponerse los habituales Vans juveniles que siempre
utilizó, nunca se cansó de ellos, era una extremidad más de su cuerpo, jamás
dejó de utilizarlos, al menos 5 veces a la semana los ocupaba, y eso era
bastante, Vans de diferentes colores, sabores y olores y diseños y filosofía,
Vans que representaban las emociones presentes en la osadía de una vida
inmaculada. Se peinaba, o intentaba peinarse, su cabello era rebelde como el
pensamiento, era una monería ilustre de algún pintor surrealista. Se ponía el
perfume que lo cubría de los hechizos realizados por brujos sin licencia o por
brujas sin categoría, y olía a dulce, a naranja, a esencia natural, con eso la
enamoró a ella, y con eso se casó él, con el recuerdo efímero como la
volatilidad de los solventes. Se iba de
su cuarto, un gran cuarto amplio con un librero con el logo de Batman, una
lámpara de la batiseñal sobre el buró, la cama completamente como el agua, las
ondas que formaban las cobijas desacomodadas le daban ese efecto, el efecto de
un rastro dejado por la mar, los zapatos por doquier, la ropa por doquier, las
corbatas también, todo era un abstracto desorden por un desahuciada depresión
que jamás se curó, quizás nunca existió
la cura para el amor, y quizás nunca existirá. Pasó por la cocina, tomó los
utensilios necesarios para hacerse el desayuno, prendió la estufa a fuego lento
y temió de quemarse, le tenía un pavor al fuego, se lo habían contagiado, se lo
había apropiado como un ladrón, no era realmente su dueño. Y veía la flama,
veía como la llama por medio de la combustión liberar energía de manera
espontánea, observó cómo los humanos somos llamas, que poco a poco nos
extinguimos, y que nuestro mayor resplandor es cuando conocemos el amor, y es
cuando el amor nos quema por dentro, nos hierve la sangre, pero sobre todo, nos
carboniza la muerte. Puso el sartén sobre el fuego, agregó aceite y comenzó a
aumentar la temperatura, lo observó por un instante, tomó los huevos y los
rompió para verterlos sobre el aceite, todo aquella materia primaria liquida se
cocía, brotaba una dureza sobre la fragilidad que representaba, y una vez cocidos se los ponía en un plato, después tomaba una fruta, la
pelaba, y era la habitual naranja por las mañanas, de postre se preparó unos
cupcakes de sabores distintos, bueno, solo dos sabores, chocolate y vainilla,
siempre en los extremos de la bipolaridad, se preparaba su café de leche para
hundirse en aquella droga y transportarse al subconsciente donde ella aún
existía. Comía acompañado de Soledad, él la veía y ella no sabía que él estaba
ahí, él era un Dios, él era un mundo. Y cada bocado que daba lo compartía con
sus seres queridos que desaparecieron, los dinosaurios, seres enormes, de gran
poder, pero la fuerza no basta
cuando tienes enfrente a un meteorito, y eso ocurría al menos con él, su
astucia, su inteligencia, su fuerza, su osadía, nada de todo eso, ni como
conjunto pudo con el meteorito llamado amor.
Terminando de comer, tomaba las llaves del
carro, las llaves de la casa, su móvil sin revisar y algunos libros que tenía
sobre la mesa esperándolo de forma apilada, caminaba hacia la salida pasando
por la sala adornada por una vitrina con figuras de colección, con sillones de
aspecto abstracto y diseño surrealista. Abría la puerta para enfrentar el mundo
que le esperaba, respiraba el aire por la mañana y veía como los vecinos salían
temprano y con prisa hacia sus trabajos, en cambio él, caminó por el jardín
observando todas las flores que le adornaban la entrada, desde rosas de muchos
colores, hasta girasoles que eran guía para el sol, de pronto un maullido le
llamó por el pie derecho, se inclinó y acarició al felino, el felino ya estaba
acostumbrado a la comida que le dejaba en su casita, felino de piel naranja con
manchas negras como un tigre, sus ojos verticales eran verdes y penetrantes,
siempre cuidaba la casa, era como un dragón para el dueño, y si el dueño se iba
o llegaba, él lo recibía, era el amor incondicional que tenía, no había más,
solo un gato y él.
Llegando al carro lo abría, ponía los libros
en el asiento del acompañante, el móvil a un lado, se acomodaba en su lugar,
observa su calle y el parque que estaba frente a él, y veía como la gente, más bien, como las madres corrían
con sus hijos para ir a la escuela, encendía el carro como se enciende la vida,
prendía la música clásica para iniciar la travesía, la misa de cada año, la
inocencia de cada ser, dejaba que se calentara el motor para evitar estragos y
poco después sumía el acelerador para irse de aquella ciudad, para ir hacia el
destino que había creado sin permiso, sin gloria, sin pena y sin condición.
Estando en la Ciudad de México escuchaba la
música clásica como la novena sinfonía del sordo, se acostumbró mucho a los
chistes de ella, y en la Ciudad no había nadie más que lo comprendiera como
ella lo comprendió, la Ciudad ahogaba enamorados, encerraba amigos, la Ciudad
cada año se volvía peor, cada año era una catástrofe más, un fenómeno
antinatural que surgía desde las alcantarillas y contaminaban todas las calles,
la seguridad ya no existía como antes, el fraude era habitual y la corrupción
se ponía cada vez peor, y él solo observaba ver al mundo girar. La música era
de ella y también se la habían robado, para él era música de viejitos ya
muertos hace siglos, para ella, era arte en su mayor expresión. Tantas cosas se
robó, tantas cosas no eran de él, tantas costumbres dejaron, pero él nunca pudo
acostumbrarse a tener una vida sin ella…
La música de Beethoven surgía del estéreo
como un hilo que amarraban su cerebro y le extraía aquellos recuerdos ocultos
en la parte más profunda de su ser, el primer beso que ella le había robado por la ayuda en la tarea de
Física, aquel beso inesperado como ella, aquella osadía, aquella espontaneidad
del universo cuando se conspira para
resaltar el amor que hay entre dos cuerpos que se atraen, que estuvieron juntos
pero no para siempre. Al igual llegaba a su mente la primera pelea, la pelea donde
lo habían corrido, de la cual él se basó para hacer a Mar, por la cual él simplemente dio diez días de su vida para
realizar una obra de arte, que más que arte, parecía un diario de un
adolescente precoz en busca de un amor imposible. Las primeras aventuras,
aquellos escapes de clase, aquellas aventuras de mentiras donde iban de bahía
en bahía juntos en escape de la policía judicial de sus padres. Los primeros
viajes hacia al sur, allá donde los gallos cantan al unísono de una oaxaqueña
que no se cansa de danzar con las piñas, aquella osadía de ir con sus
familiares dentro de la ciudad, o aquella vez que partieron hacia el norte
donde los regios regían con sus grutas y montañas ocultas en el cielo, más
arriba de donde se encuentra el dichoso Dios, o aquella aventura hacia las
tierras jarochas donde el amor se desarrolló a la par de Mar, ahí donde el océano se unía a la tierra como él a ella. Aquel
recuerdo del 10 de noviembre cuando ambos perdieron la virginidad e hicieron el
amor como grandes locos desenfrenados, como si sus cuerpos desde hace tiempo ya
se aferraban a estar siempre juntos, siempre siendo un mismo ser, una misma
alma, un mismo universo como Zeus los había creado, entre sonrisas, lágrimas,
risas, y dolores. Las primeras discusiones donde nadie ganaba, donde nadie perdía, pues todo
terminaba como comenzaba, sin persuadirse el uno al otro. Los primeros abrazos,
aquellos que él robaba y a ella le molestaban, que supuestamente a ella le
incomodaban porque no era natural que él se hubiese enamorado a primera vista,
pero no fue amor a primera vista, fue amor a primera palabra. Los primeros
sueños compartidos, la familia que pensaban tener, los hijos que aparecían en
sueños, los viajes hacia una tierra fértil llamada Dinamarca, esos sueños que solo los dos conocían pues lo compartían
con una sincronización espantosa, atroz, pero de una manera ortodoxa a la vida.
La esperanza de aquel futuro planeado conjugado con el siempre juntos y felices
hasta que la muerte nos separe. Y la nostalgia de un pasado que jamás se
olvidará, de un pasado que jamás pasó, pero sobre todo, de un pasado que se
quedara como vida para él, pues él después de ella, no volvió a vivir.
Victoria,
Daniel, Bruno, Luna y el pilón eran los frutos que
jamás habían madurado, aquel árbol frondosamente enorme, verde y con un tronco
formidable se había caído por el huracán de categoría uno, tan débil huracán
tiro un gran árbol genealógico, pero no fue la fuerza destructiva, fueron las
raíces que eran pequeñas, que no fueron regadas y que se desprendieron de la
tierra. Y cuando estaba saliendo de la Ciudad, ya a las fronteras cuando apenas
iba a tomar caminos libres hacia su destino, cambiaba de música y ponía la
trova de Joaquín Sabina, cantando con
todo el aire almacenado en su pulmón, solo le hacía falta el tequila,
pero sacaba con ello la ira, el enojo, el reproche, el reclamo…
Ella se había ido con el primer viento que
susurró Dios cerca del invierno más frío que se había sentido en todo el
universo, y con él no bastaba el calor de verano que siempre tuvo, pues el
hielo era abrumador, el frío congelaba todo a su paso, los puntos de ebullición
jamás llegaron, y todo fue bajo cero.
El viaje era largo como de costumbre, como
aquel viaje hace años, el primero viaje hacia esas tierras sureñas, hacia esos
límites dónde la tierra se une con el mar, el viaje constaba de tan solo cuatro
a cinco horas, pero la mañana era eterna para él como lo fue su vida sin ella,
después de la trova procedía un cambio de ritmo, de melodía, de sensación, pero
sobre todo, de sentimientos, porque los sentimientos son pequeños cúmulos de
carácter forjados por un alma que nunca se ha atrevido a precipitarse en el
lienzo de la vida, y los sentimientos cambian con el tiempo, con el lugar, pero
sobre todo, con las personas. Esta vez, él colocó el disco de los “lesbianos” y de casualidad introdujo el
disco de “1999” también conocido como
“Como hacer incendios de nieve con una
lupa”, y era curioso, muy curioso, pues aquel disco trataba sobre la
historia de dos eternos enamorados de los cuales no era su tiempo, ni su lugar,
ni su persona, y eso ocurre frecuentemente con la humanidad, no conocen a la
persona indicada, y si la conocen no es el tiempo, y si es el tiempo, entonces,
no es el lugar, siempre las piezas de un gran tetris terminando
derrumbado el display de cualquier ser que intenta conseguir el amor. Y aquel disco le recordaba su historia, su
amor, su amistad, sus travesías a lado de ella, sus aventuras, sus riesgos, sus
escapadas, su amor eterno en cama, su sexo casual en las cocinas, sus
desveladas furtivas, sus siestas a la luz del alba, aquel disco le recordaba
que todo aquello moría el día once de aquel mes, pero también resucitaba el
mismo día, ella era mejor Diosa que Jesús, ella resucitaba el mismo día, Jesús
resucitó al tercero, ahí se podía observar el poder abrumador que ella
controlaba, y así era año tras año, como el cabo de año de los difuntos, pobres
difuntos que a cada año los matan y jamás resucitan, gloriosa ella que cada año
se la pasa viviendo, pero que dolor sentía él, morir, resucitar, vivir, y de
nuevo morir como un ciclo, como una tempestad que jamás pasa, sería como
clavarle en la cruz, quitarle los clavos, caminar de nuevo, colgarlo de nuevo,
clavarlo, y el sufrimiento se hace eterno, se hace tan eterno como aquellos
cinco años de lejanía, de perdición total que jamás volvió para dar la
bendición.
Durante ese largo camino se le escurrían las
lágrimas, era como una fuente de lágrimas que no cumplía deseos, pero si
tragedias de las cuales arrepentirse, y él jamás se secaba, a él nunca le
afecto el calentamiento global, pues seguía llorando purificando la tierra
fértil que se encontraba a su lado, y cuando caían algunas no llegaban porque
se evaporaban, se volvían vapor, espíritu y se escapaban con el aire, malditas gotas saladas que tienen de amante el aire
que no es auténtico, sino una mezcla de otros muchos más. Pero así como las
gotas se evaporaban, también se evaporaban los recuerdos, los años que jamás se
vivieron, las muertes que jamás sucedieron, los cumpleaños que se habían
olvidado, las circunstancias de risas y de burlas, todo aquello se iba, se
fugaba, como si estuviesen en prisión durante bastante tiempo y solo anhelaran
la libertad.
Volteó a lado del asiento acompañante y
estaba ausente, como esos acentos en los niños que apenas aprenden a escribir,
como esa ausencia de cultura en el país, como las faltas de ortografía, estaba
ausente, sin nada, solo un cumulo de libros que alguna vez fue capaz de
escribir, que alguna vez pudo redactar de manera mágica, después de todo las
musas de los artistas siempre será una, y es mentira cuando dicen que son
muchas, que el mundo está lleno de inspiración, pero entonces ¿qué pasa cuando
el mundo es una persona y se va?, la respuesta es obvia, se lleva todas esas
inspiraciones que irradiaba. Los libros siempre fueron un objeto, una cosa
característica entre ellos dos, los contemplaban de diferente manera, los leían
a su estilo, pero aquellos libros sobre el asiento del copiloto nunca fueron
visto como libros, sino como algo más, como una pequeña planta que poco a poco
se riega, y poco a poco crece, como los grandes árboles que dan frutos, cómo
aquel gran árbol que jamás conocieron los enamorados porque ya se había muerto,
porque había llegado su fecha de caducidad, y es que todo caduca, la comida, las personas, los
sentimientos, las emociones, todo caduca de manera inmediata porque el tiempo
nos persigue, nos sigue como un cazador a su presa, y el tiempo, sí, el tiempo
es el absoluto Dios de todo el universo.
Los libros estaban apilados de una manera
ordenada, el universo siempre ha sido ordenado, y cuando queremos causar una
entropía él nos detiene y no nos permite avanzar más, pero aquellos libros
surgían como una pequeña Torre de Babel,
como base estaba Hadys y la Esencia de la
Vida, ese Hadys siempre estuvo
manipulando aquellas puertas, y encontró el amor, lo tuvo, lo buscó, luchó por
él, y aun así lo perdió, no le enseño a conservarlo, a tenerlo de por vida, y
al igual que el autor, vivía en la ausencia con Soledad. Seguido de ese libro
se encontraba Poemario Desalmado, una
recopilación de muchos poemas de amor sin alma, del amor con ausencia, de algún
sentimiento sin seda, y así él veía como transcurría la vida, para él la vida
no era más que un cumulo de poesía desde que amanecía, hasta que anochecía, y
en ocasiones, hasta en los sueños había poesía. Después seguía el libro llamado
Recopilación de Cuentos Desastrosos, y
era tal como decía su nombre, muchos cuentos sobre la vida cotidiana de las
personas, porque esos son los cuentos, uno camino por la calle y se encuentra
varías historias que contar, varías narraciones que trasmitir, eso es la
pequeña diferencia entre salir y escribir, o quedarse en la mente y escribir,
al final son historias siempre contadas o jamás contadas, pero son historias
que se quedan en las venas para siempre. Después de aquel libro estaba La Avenida, un libro más sobre historias
ocurridas en una gran Avenida de la Ciudad de México, ya que en una Avenida se
encuentran varios tipos de personas, de diferente categoría, de diferente
filosofía, pero ahí están, ahí existen, y de ahí no se mueven, no pueden
moverse, pero la gente a parte de historias tienen personalidades que contar,
diferentes personas en su interior, diferentes emociones que adjudicar a la
sociedad, porque la sociedad es una organización plasmada por los ojos de un
Dios llamado tiempo que ha ido reformando cada instante que transmite los
placeres de la vida. Y al final, en la cúpula de los libros afilados, en la
punta que toca el cielo aquella Torre de Babel se encontraba Mar, el auténtico libro original,
aquella pieza que le regalo a su amada, eran libros gemelos, él aún conservaba
su parte, la parte de la historia de una conquista, de la historia de un diario
de sufrimiento por una musa inalcanzable que al final fue una estrella bajada
del cielo, pero la estrella era fugaz, y se fue, y ahí estaban los libros, la
autoría de aquel escritor, y la musa ausente en el asiento. Y el viaje
continuaba, los paisajes aparecían constantemente por las laterales, los
pensamientos se inundaban como un barco en plena naufragio. Aquel último libro
había sido una historia totalmente verdadera, solo inspiración sin alteración
alguna, y es que el amor no se puede alterar, si viene uno y la altera, entonces
estaría cometiendo blasfemia contra la vida, una impunidad aberrante hacia la
dicha. Aquella novela era una obra de arte, un arma homicida que terminó
destrozando el alma de aquel escritor perdido en las galaxias inexploradas.
Después de Mar, no volvió a mandar un trabajo, ningún escrito a la editorial,
con ella se fue la inspiración, la marea subió y la corriente hizo que se
alejara de él. Y él se olvidó completamente de lo que era el arte, ya no
frecuentaba los museos, ni las obras de teatro, ya ni siquiera le interesaba el
cine, se había sumergido en el mar de la ciencia, de la ingeniería, se dedicó
todo el tiempo a ello, y no se percató de que dejaba todo a la deriva, los
sentimientos, las emociones, pero sobre todo, el amor, y es así de cruel la usencia,
el desamor, las tragedias que invaden a la raza humana, y él jamás volvió a
escribir, y él jamás volvió a pensar en el arte, y él fue un robot más de los
ingenieros habituales que habitan en el mundo, un simple ingeniero sin más, ni
menos, sin pena, ni gloria.
Y él seguía observando la portada de aquella
punta piramidal, se perdió durante algunos instantes en aquellos colores de Mar, aquellos colores que resplandecían
sobre el mar, sobre una playa con el Sol ocultándose al horizonte, y la Luna
naciendo desde el otro extremo, y en medio, una mujer hermosa de cabello largo
y curvas prolongadas, y sobre ella, allá en el cielo, a unos cuantos metros,
unos pequeños pájaros migrando de norte
a sur, y sobre la sombra de aquella mujer, sobre la arena se dibuja la
siguiente frase: Y él jamás volvió a
dejar el amor al azar. Frase que culmina la historia de un hombre de
apuestas, por un hombre de decisión firme, y él creía
que el azar lo era todo en la vida, de la suerte de los ricos al nacer ricos,
de la tragedia de los pobres al nacer pobres, solo era suerte, pura suerte que
no se contagiaba, que no se transmitía, y él pensaba así, hasta ese momento que
se dio cuenta que se equivocaba, que se dio cuenta que no podía dejar a su
amada a cuestión del azar, porque el azar siempre sería manipulado por las
personas, y él se convirtió en el manipulador de su vida, y así logró
conquistarla, poseerla, tenerla, pero no conservarla. Su vida era un ciclo de
la cual no podía salir, siempre se repetía la situación, siempre estaba una
situación tras otra como un pastel de mil hojas, pero las hojas tenían otras
mil partículas más que no dejaban que salieran de su lecho en aquel bucle, y es
que era fatal, como escritor él sabía que una letra siempre será sembrada y
jamás olvidada, y se desconoce el flujo de la vida, porque el flujo de la vida
es como aquella lluvia, más bien, es como aquella gota de lluvia que cae de
hoja en hoja, que no sabe cuál es su camino, y que gota a gota hacen un sendero
de fluido que llega hacia ninguna parte. Se había perdido tanto en la portada,
tanto en el pensamiento, y estaba tan perdido que no se dio cuenta que estaba a
punto de chocar con una camioneta familiar, en ese preciso momento, con
aquellos reflejos de los cuales carecía, dio el jalón al volante y esquivo al
vehículo que venía de frente. La distancia entre ambos vehículos fue mínima y
cuando pasó a lado de la camioneta se percató de la lentitud con la que corre
el tiempo, los instantes que nos definen se plasman en
pequeños cúmulos de derivadas para realizar una integral masiva de sucesos, y
así pasaba la camioneta a su lado, en cámara lenta, y en cámara lenta se dio cuenta
de lo mucho que podría ocasionar si seguía distraído en sus recuerdos que jamás
volverán a suceder, y vio sobre la camioneta a una pareja de casados,
espantados, pero con una gran familia por atrás, debido a que en los asientos
traseros iban unos pares de gemelos, unas niñas idénticas y hermosas,
acompañados de sus hermanos idénticos y guapos, y se dio cuenta que tan solo un
instante bastaría para deshacer aquella felicidad familiar. De aquel jalón de
volante no se recuperó, se salió de la pista y frenó de manera inmediata,
estuvo a punto de chocar contra un árbol.
A veces se debe romper con las rutinas que
nos alteran la vida, a veces es mejor irse de aquella monotonía que nos
caracteriza para abrirnos pasos hacia senderos que no se conocen, y por primera
vez en cinco años, él rompió esa rutina, ese ritual de cada año, tomó la
guantera de su carro, guantera que solo la abría en ocasiones especiales, tomó
lo que estaba dentro de ella, que era un frasco no muy grande pero tampoco no
muy pequeño, bebió un trago de aquel amargo licor que le quemaba la garganta y
bajo ese fuego su cuerpo ardía, y se quemaban las penas, y los recuerdos que lo
atormentaban sobre la manera en que manejaba, y ese licor bajaba por todo su
cuerpo y se unía a él, eran solo uno, el licor y él, la pareja formidable para
sacar por los poros todo aquello almacenado en un punto de equilibrio que se había perdido. Después de
haber tomado lo necesario, suspiró y en ese suspiro se escaparon las
esperanzas, el miedo y la frustración, poco después del suspiro, viene esa
parte fundamental de acomplejar la situación y eso le ocurrió a él, estalló
como una bomba sin tiempo, al instante, espontanea, y fue ahí donde por
capricho y berrinche se lastimó las manos pues comenzaba a golpear el volante
con toda la furia e ira almacenada, era irresistible aquel coraje que tenía en
si por la estupidez que estuvo a punto de cometer, y de ahí un hilo se une a
otro, y luego otros se unen a uno, y así el cumulo de hilos va formando cúmulos
de pensamientos y aquellos pensamientos se unen para bordar algún logotipo de
alma que a cada quien le corresponde, y así como los hilos se unen, también las
iras, los enojos, las furias se unen, y aquellos golpes por berrinche y
estupidez se convirtieron en golpes por falta de una promesa que ni él, ni
ella, cumplieron, y es que las promesas se deben de cumplir al pie de la letra
como un instructivo, como una biblia para las religiones, porque las promesas
son puras y traen calidad de palabra, de acción y de sentimiento, y romper una
promesa, es romper una parte del alma, del sentimiento, de la acción, pero
sobre todo, de la calidad de la palabra denominada sinceridad. Nunca se deben
hacer promesas cuando uno es totalmente feliz, o cuando uno es totalmente
enojado, las promesas se hacen en el equilibrio de un péndulo de aquel tiempo
que jamás pasó.
En aquellos tiempos que no volvieron,
aquellos tiempos de suma felicidad que no se corrompía con el
filo de una navaja, en aquellos tiempos de los cuales no se volvieron hablar,
el escritor era feliz, tan feliz y tan sencillo, él había creado la inspiración
sobre su musa, sobre su vida, y sobre un papel formo la figura de un anillo de
compromiso que por ayuda de la alquimia fue tomando forma metálica, de
preciosos metales que resplandecen a la luz de la Luna, y se le otorgó de
manera especial, casualmente un once del mes siete, de hace algunos ayeres, y
es que el once es un número que esta maldito desde tiempos en los cuales no
existía la magia, ni las letras, ni nada, ni siquiera Dios había nacido, ni
siquiera Dios había figurado en el pensamiento. Y ella aceptó el compromiso,
ella aceptó casarse con él, ella aceptó una vida completa a su lado, ella
aceptó tener hijos y cuidarlos, ella aceptó jamás irse, y ahora se encontraba
él, sin compromiso, sin casamiento, sin nadie a su lado, sin hijos que cuidar,
sin estar acompañado por siempre.
Espero unos minutos para tranquilizarse,
abrió el auto y salió, pensaba que el aire, que el viento se llevaría toda la
amargura que lo gobernaba, y se lo creyó tanto que así fue, se tranquilizó en
un santiamén, subió de nuevo al auto y vio fijamente al árbol con el cual casi
chocaba, y recordó aquel pasaje de La
Corteza del Alma, dónde Hadys se
disculpaba con un árbol por haberle hecho daño, y ahora él se disculpaba con un
árbol por haberle asustado y casi atropellado, al final, todo el mundo siente.
Prendió el carro, apagó la música, puso la direccional y cambió de neutral a primera, observo a su
lateral para ver si no venía un carro, y como no venía, aceleró y se puso de
nuevo hacia su destino, sobre la autopista que por poco le iba a quitar la
vida, ya sea a él o a alguien de la familia acompañante. Poco después comenzó a
imaginarse muchas cosas, pero sobre todo, imaginó que en el asiento acompañante
estaba el amor de su vida, tan hermosa como siempre, y es que su belleza es
natural, o bueno, era natural, podía no alistarse y estar hermosa, podía no
maquillarse y estar bella, podía simplemente pararse una mañana con los pelos
de punta, con los ojos en lagañas, con el mal aliento por la mañana, y era
bella, preciosa, perfecta, porque su belleza era natural como los paisajes que
se ven en la autopista, porque su belleza era terrenal, con ella nació, con
ella creció, y posiblemente con esa belleza natural morirá, pero, cuando se
alistaba, cuando se maquillaba, cuando se arreglaba, Dios mío había que cometer
blasfemia, porque ella era una Diosa y Dios la envidiaba. Pero él se la
imaginaba natural, con un vestido fresco por el abrumador calor, porque ella al
igual que él, odiaba el calor, el sudor, la sensación de temperatura alta en el
cuerpo les causaba grandes conflictos de paciencia emocional, despeinada como
habitualmente la veía, con el viento que le hacía figuras a sus cabellos, con
sus ojos delineados y sus labios color carmesí, tiernos y suaves labios donde
alimentaban la ausencia de sed, ojos claros y tiernos donde se perdía en su
abismo, sonrisa compleja que penetraba a cada letra de algún libro, era
especial, sumamente perfecta, inalcanzable, fantástica,
maravillosa, era ella, solamente, tan exquisita cuando un rayo solar le caía
sobre su figura, y se perdía en ella, en su resplandor, en ese brillo, en esa
luz que ella representaba para él, era una divina obra de arte con esas curvas
que estaban sobre sus nalgas, sobre sus cinturas, sobre sus caderas, sobre sus
pechos, con esas curvas que hipnotizaban a cada pendejo que pasaba a su
lado, y de todos los pendejos, él fue el
afortunado de quedarse con ella, de poseerla en la cama, de ganarse su
virginidad, de penetrarla cada día de la semana, de formar con ella el
kamasutra nuevo de la vida para enamorados, él fue el pendejo con mucha suerte,
que pudo enamorar a una Diosa sin igual.
En los asientos traseros se imaginaba a unos
cinco niños de diferentes edades, de diferentes géneros, pero tenían algo en
común aquellas pequeñas personas, todos eran felices, todos compartían esa
sonrisa de la Diosa y eran sumamente preciosos, Victoria, Bruno, Daniel, Luna y el pilón formando una gran cadena de amor familiar, tenían grandes
rasgos de la Diosa e iban cantando alguna canción, gritando, desafinados, otros
callados pero felices, eran una mezcla heterogénea en un amor homogéneo. Todos
disfrutaban de la aventura de un día sin igual, porque siempre vivían al día,
al presente, al momento, no había otros percances que pudieran afectarles,
porque así fueron educados, a tomar al toro por los cuernos y a los gemelos por
la mente, siempre disfrutaban del día y de la vida, y el mañana ya no les preocupaba y el
pasado era un recuerdo más almacenado en un álbum familiar.
Todo aquello solo se lo imaginaba, solo lo
inventaba en su cabeza, solo lo cortejaba en su mundo sin fundamento de
creación alguno, porque la realidad era otra, porque los sueños se suicidan,
porque las ilusiones se matan, porque todo se escapa del cuerpo cuando no se
sienten a gusto en ese recipiente, y ella se fue por siempre, y el partió hacia
el nunca jamás, los caminos que cada quién tomó fue para separarse por
completo, porque ambos, la Diosa y el terrenal son pequeños seres determinantes
que no volvieron a acoplarse al hilo de la vida.
Sonó el timbre del móvil, era una canción en
piano, una melodía que sonaba tan elocuente, tenía un ritmo que le encantaba a
él, en días normales se ponía feliz, pero en días como este solo le era
indiferente, y aquel sonido del celular rompió con la ilusión familiar que
tenía, se esfumó como el humo del cigarro de su cantante favorito. Marcaba su
mejor amigo, como cada año en el día once, como hace cinco años cuando toda la
estructura se derrumbó tan solo con una pluma, y la pluma no volvió y él se
deprimió totalmente, y ahí estaba su amigo apoyándolo, aconsejando, dándole la
esperanza muerta. Tomó el móvil, observó el contacto que estaba llamando y
simplemente lo tiró hacia el asiento trasero, ese día de luto o de rutina o de
lo que fuese, se respetaba y no podía tener interacción con otras personas,
así que él nunca respondía llamadas, ni mensajes, ni nada de comunicación
durante aquellos días de absurdo luto, cada mes siete del año no salía, no se
divertía, no disfrutaba de la fina corriente, simplemente lo dejaba intacto,
tan intacto y tan pulcro porque el día siete siempre debería de ser respetado,
y quizás en ocasiones, idolatrado, y esto se debe a que el día siete es el
número más sagrado que existe, porque es la diferencia entre los números de dos
enamorados que siempre se han encontrado en el jamás de un quizás que no
llegó.
Siguió avanzando un gran kilometraje por la
autopista, y avanzó monótonamente, siempre pensando y creando artilugios en su
cabeza, en ocasiones las emociones se entremezclaban y en otras más los
sentimientos renacían de las cenizas, era una tormenta en un pequeño vaso de
agua para un recién nacido, pero todo se desvanecía como el hielo sobre una
cama caliente, y todo se evaporaba y ya no existía nada más, solo él, el carro
y la autopista.
De nuevo el móvil comienza a sonar, y suena,
y suena, y suena, y él no puede silenciar la llamada, no puede desviarla o
apagar el celular, a él la aumente la adrenalina, el celular sigue sonando en
los asientos traseros, y él comienza a pisar el acelerador por desesperado, por
angustia, por todas las emociones que ha desembocado el tono del móvil, así que
la velocidad comienza a subir de nuevo, comienza a rebasar, a pitar,
comienza a ser un zigzag por la autopista para no chocar, y eso no es más que
un desafío para la muerte y al destino para terminar su historia, porque su
vida ya no vale lo mismo o ya no le importa desde aquella vez que ella partió,
su vida absolutamente ya no le pertenece a él, se quedó para siempre con ella,
aunque ella ni siquiera lo haya notado, no se haya percatado de que la sombra
de su ex amado sigue a sus pies, de que el alma de su ex amado sigue rodando
alrededor de ella para protegerla, para quererla, para amarla, porque el amor
dura toda una vida, pero una vida de Dios, no de mortal. Y comienza a llorar, y
grita, y sigue manejando, y le pega al volante, y todo se quebranta dentro de
aquel vehículo, y todos esos golpes comienzan a formar una locura exquisita de
la cual no se puede librar, al menos intenta volverse loco para sentirse mejor
pero no lo logra, porque también la locura la compartió con su amada y no dio
frutos, al menos, no los que esperaba, porque así pasa, el manicomio pudo más
que los sentimientos y la locura terminó, porque el manicomio es un experto en
tratar esos asuntos de gente dañada, una lobotomía, otros baños de agua fría, y
zas, ya se encontraba curada y partió. Ahora el manicomio estaba vacío, solo se
encontraba él y los cuartos desocupados que alguna vez tuvieron ideas
revolucionarias sobre un futuro compartido con seis personas más, chiquitas,
pero eran al menos seis personas más.
Hacia el horizonte se puede observar el
caluroso sol, tan amarillo, tan naranja, tiene una gama de colores cálido, y el sol aporta calor a los desamparados, guía a
sectas religiosas, el sol resplandece igual en todos los lugares, tan caluroso,
tan vivo, tan fugaz aquella estrella eterna que se asoma por las montañas como
si fuesen dos grandes pechos de la tierra, y eso que tiene muchos, y alumbra
toda la naturaleza que rodea aquellas montañas milagrosas, que hasta un mortal
al ver bello mundo se quedó impactado de haber saludado a Dios cerca del baño.
Aquella naturaleza hace tiempo atrás sirvió de inspiración para poder escribir
aquella primera novela de amor, y siguió observando todo de manera detenida, el
acelerador al fondo, la velocidad al máximo, las manos aferradas al volante
desafiando a los conductores, el sol postrado sobre el parabrisas, la
naturaleza, la musa de aquellas sensaciones que son infinitas, y ya no puede ir
más rápido, se percata de ello porque llega a tener una velocidad constante, y
quiere ir más rápido, quiere romper la barrera que hay entre él y el tiempo, y
así poder viajar al pasado y que esa historia nunca termine, hacerla un ciclo,
hacer algo para que no llegue a su fin, y va tan rápido que se cree que es Flash, pero no es así, la realidad es otra,
la realidad es abrumadora y rompe con aquellos pensamientos que alguna vez se
pudieron obtener, la conciencia es muy traicionera, en el peor momento no lo
esperas pero ella aparece comenzando a decirte cosas en la cabeza para que te
aferres a la vida y quieras ser una mejor persona, él pensó que su conciencia
ya estaba muerta, él se encargó de asesinarla hace algunos ayeres, quizás
veinte años, quizás menos, pero esta vez la conciencia
resucitó como un Jesús, y se presentó ante él, las voces surgieron de diferente
tono, de diferente frecuencia, las voces eran dulces, inocentes, vivas…
-
Vas muy rápido papá.
-
Frena por favor.
-
Podemos chocar, nos estas
asustando.
-
Tengo miedo mami.
-
Relájate, no cometas
ninguna tontería.
Y aquella pequeña locura pudo sanar su ira,
sus irrelevantes consecuencias de partir hacia el lugar donde no queda nada más
que solo penas y angustias, y frena todas sus emociones como una gran barrera,
y la velocidad comienza a disminuir, todo comienza a estar en algún punto
promedio, en la campana de Gauss, en los cimientos, en el punto de equilibrio,
en el centro de gravedad, y él se encuentra completamente sudado, la frente le
escurre como una botella fría en un ambiente húmedo, el viento no está saturado
pero poco a poco comienza a comer de esa agua, de esas moléculas flotantes que
viajan hacia ninguna parte y vienen de ningún lugar, así la nostalgia terminó
penetrando sus ojos, la energía fluyo hacia dentro, hacia esa parte del
cerebro, y se calmó durante el resto del viaje, va sereno con la mente perdida
pero concentrado en el camino que ha tomado, tomó la decisión, tomó al toro por
los cuernos y a la vida por la cintura, y camina a su lado y van hacia enfrente porque hacia atrás ya vieron
todo, de repente se dio cuenta que el móvil había dejado de sonar…
El viaje continua igual, nada ha cambiado,
solo es él y su carro, y también sus recuerdos, ya no piensa en visitar a su
familia, han pasado cinco años desde que los vio por última vez, pero siempre
han estado presente en sus pensamientos, en sus ideas, en sus sueños, en sus
metas, siempre han estado dentro de su corazón, pero de un corazón falso ya que
el verdadero se lo llevó ella y jamás lo regresó, era una ladrona, un mente
criminal que se fue desperdiciando al funeral de la tierra que ya no tiene agua
para regar. Su familia ya no lo buscaba,
se habían cansado de insistir, se habían cansado de rogar, pues a la cama y a
la mesa solo una vez se llama, y a él más de una vez lo habían llamado, volvió
al lugar de los ayeres, a aquel lugar que quizás en algún punto de su línea
temporal pretendía olvidar, pero aquel intentó fue un rotundo fracaso que jamás
pudo alivianar, estaba clavado como ese Jesús en la cruz sobre esa playa, sobre
ese mar que cada año visitaba, y se daba cuenta que iba y venía con la
corrientes marítimas, con las corrientes del aire, y se daba cuenta que iba y
venía, pero que el amor que sentía por
ella siempre estuvo ahí.
Y es así como hace algunos ayeres él se dio
cuenta que la amaba, cada año, más bien, cada día él se daba cuenta que ella
era el amor de su vida, su único amor verdadero, ella era su muerte prematura, su sacrificio hacia los
Dioses Mayas, porque ella le dolía en las entrañas como un pequeño veneno que
destroza al cuerpo por dentro, y ese veneno seguiría ahí el resto de la vida,
porque el resto de la vida siempre la amará, porque el resto de la muerte jamás
la podrá olvidar, jamás la superó, jamás la superará, y es así la historia de
aquel escritor que le tocó la suerte que no pidió, pero es que Dios juega a la
ruleta y siempre apuesta a los perdedores.
Después de haber avanzado cientos de
kilómetros, después de haber visto millones de paisajes, después de haber
acelerado, frenado, esquivado, después de tanto tiempo y de un largo viaje, por
fin había llegado a su destino, los sentimientos al igual que ring ton del
móvil se olvidaron, no volvieron a aparecer, no volvió a sonar, no volvió a
influir en la capacidad mental de aquel ser, quizás se debió a la mala señal del lugar o quizás se
habían cansado de insistir para mejorarlo, cualquiera de las dos opciones le
daba igual, cualquiera de las dos opciones no lo llenaban, solo eran una excusa
más para no tomar el móvil. Se orilló en un pueblo antes del pueblo de su
familia paterna, un pueblo con calles creadas por la naturaleza, no había
pavimento, no había techos en algunas casas, solo palma, algunas laminas, y
algunas solamente material resistente como lo es el concreto, la gente del
pueblo ya estaba en sus puestos de trabajo, trabajan el turismo, la pesca, la
ganadería, la agricultura, siempre gente trabajadora, gente que se levanta
apenas los destellos del Sol aparecen y se dormían apenas las luces de la Luna
resplandecen, y los animales rondaban por ahí, solitarios, buscando presa,
buscando refugió, como él, como él que buscaba refugió en los recuerdos que
nunca pudo olvidar.
Se metió a la segunda calle que era la
principal de aquel pueblo, ahí se paraban los autobuses, los taxis, todo
transporte público para ir a las grandes urbes por la despensa de la semana, ya
que la tienda de la esquina, no tenía todo lo que se podría encontrar en las
ciudades próximas, una vez dentro de esa calle avanzó lentamente, poco a poco
sin tener prisa, sin tener ganas de llegar hacia su destino final, pero tarde o
temprano llegó, estaba a unos metros de la playa, y se notaban los rayos
solares que quemaban todo a su paso, el Sol tan incandescente y él tan frío
desde que ella partió, las nubes completamente blancas se alzaban en lo más
alto de aquel azul cielo, el mar era el reflejo del cielo, o el cielo era el
reflejo del mar, no se sabía determinar con ecuaciones, porque ambos eran el
paraíso de los mortales, un paraíso terrenal alcanzable, la arena blanca hervía
y se evaporaba en pequeños trozos de cristales, y la arena morena, no hacía más
que penetrar en la humedad de la noche pasada, desvió la mirada de aquel mar
para no traer más recuerdos de ella y entonces volteó hacia su izquierda y vio
aquella gran casa azul, no de Frida Khalo,
no de algún personaje famoso, pero sí de alguien con mucha importancia, la casa
de sus abuelos estaba abandonada y casi destruida, con partes del restaurante
donde se servían los más deliciosos mariscos de la infancia, y yacía
ahí destruida por la humedad, por fenómenos naturales, por personas sin respeto
alguno por lo ajeno, ahí estaba esa casa derrumbada por el monstruo llamado
mar, y el medio ambiente salino que lo penetraba por las costillas hasta
derrumbar la columna vertebral, pero poco, realmente poco aún seguía de pie
como los grandes lobos del pasado. Podía morirse el metal, podía morirse el
alma, pero jamás moriría el espirito de los reinantes del bosque.
La vida y la muerte nunca morían ahí, ahí
todo era eterno, ahí el tiempo se detenía, ahí no pasaba nada, era la capsula
para protegerse del mundo, era el refugio del mundo exterior. El restaurante
estaba más destruido que la casa, su techo de palma seca había desaparecido
parcialmente y se asomaban por ahí unos rayos curiosos prominentes del
Sol, algunos pilares ya tenían el
funeral de sus metales, algunos eran soldados caídos después de tantas guerras
sin ganar, y en general la estructura estaba derrumbada por la depresión
familiar, aquellas grandes ganas de vivir que hubo hace algún pasado habían
desaparecido, se fueron con el viento nocturno que iba para el norte, otros más
se fueron con la marea alta de la noche, y algunos pocos, estaban escondidos
entre los escombros del pasado, y así siempre fue, valientes, cobardes,
conformistas, pero siempre los unían las raíces.
Apagó el auto compacto totalmente negro y con
un murciélago sobre el cofre, y lobos corriendo por las
laterales, aquel escritor de pacotilla había sido extraño y elocuente, sus
ideas nunca caían de manera vertical, siempre buscaban algún ángulo para la
mejor estaca sobre la tierra, y nadie lo entendía, bueno, al menos solo una
persona logró comprenderla, entenderla, analizarla, pero sobre todo,
acompañarlo en su gran travesía, pero lo entendió tanto que terminó huyendo de
aquella aventura, partió, se fue, se esfumo como las personas que se esfumaron
de la casa azul.
Bajó del coche y caminó hacia los escombros
de la casa y lo que quedaba del lugar de comida llamado “Mary”, mientras
caminaba por aquellos rumbos se dio cuenta que los recuerdos realmente eran más
dolorosos que felices, que se centró solo en lo negativo de su situación y se
había olvidado de vivir por completo. Los recuerdos eran pequeñas subpartículas
del subconsciente que creaban grandes partículas que caían por el borde de los
ojos, le llamaban lágrimas, pero también luego se precipitaban por los labios en
forma de sonrisa, y así él comprendía totalmente todo, entendía que los recuerdos
era volver a vivir en un sueño despierto. Siguió caminando por la humedad del
lugar, entre el concreto caído combinado con las palmas secas ya muertas de
siglos atrás, y así mientras avanzaba fue recordando los últimos días de su
abuelito paterno, la depresión de su abuelita al ver a su viejito partir hacia
el más allá donde no lo habría de encontrar durante bastante tiempo,
relativamente hablando. Y él partía hacia allá de forma lenta pero precisa, de forma
pausada pero determinante, de aquella manera el viejito perdía su fuerza y su
forma de vivir, aquella vida que tenía se le escapaba de las manos, se le iba
con cada susurro, con cada suspiro inesperado, con la mirada perdida hacia un
horizonte que solo él podía ver, que solo él podía observar meditando sobre la
vida, meditando sobre los aullidos que hacen los lobos, y peor aún, meditando
sobre todo lo que pudo obtener y no quiso, el tren solo pasa una vez, la
segunda vez ya es demasiado tarde y te sube a la fuerza para estrellarse con
algo llamado muerte.
Y él volvió a recordar en aquellos pasos los
momentos de gran felicidad con su amada, cuando ambos hablaban sobre la vida, y
es que eran curiosas sus pláticas, a veces eran absurdas y otras más eran
existenciales, en aquella ocasión, hablaban de los cinco hijos que tendrían y
el pilón sin permiso, e imaginar que habían empezado con tan solo 3 hijos y el
pilón, pero el número fue aumentando de manera en que el amor aumentaba, todo
era directamente proporcional, todo era una pendiente constante con un numero
irregular en el origen, un origen que los separaba siete escalones del suelo. Y
eran tan locos, tan detallistas, tan cursis, tan espontáneos como la era del Big Bang, que de manera inesperada e
inapropiada hizo una pregunta teniendo como anillo de compromiso solo la
imaginación.
-
¿Te casarías conmigo?
Ese día aquel parque fue tan mágico como las
corrientes de aire, como el oxígeno alrededor de un gran bosque. Aquel día
quedaría para siempre plasmado en la mente del escritor de pacotilla, del ingeniero
sin ingenio, del hombre sin su amada, aquel día ella sonrío mostrando sus
perfectos dientes, y respondió con esa euforia con la cual una niña obtiene su
primer chocolate en la vida, aquella tarde el sí retumbó por los oídos de Dios e inclusive mandó señales de
felicidad, porque su amada estaba feliz, porque él estaba feliz, porque Dios y el Demonio estaban felices, era una fiesta en el interior, era una
explosión cósmica sobre el origen del universo. Dos universos se unían con sus
historias, personas, animales, plantas, con todo aquello que se manifestaba en
el cuerpo de cada ser, en el alma de cada persona. Él comenzó a imaginar que
podrían llegar a ser pasitas durante mucho tiempo, que podrían llegar a esa
edad de viejitos, pero eran sueños abstractos que ni él ni ella tenían, al
menos no, hasta el día que se conocieron, hasta ese día que todo cambió
radicalmente para la vida de cada uno. Y eso era lo curioso del amor, lo
curioso de aquel sentimiento, cuando el amor es verdadero rompe fronteras,
cambia horizontes, los vientos ya no son los mismos y las corrientes se
modifican, cuando llega el amor la base es destruida y se construye una nueva
base sobre los escombros de la anterior, fomentando así la arquitectura de la
vida, porque el amor es la base de la vida, siempre deberá ser así para que
nunca se derrumbe, para que nunca se caiga, pero sobre
todo, para que nunca llega a su fin, para el desempeño de la muerte en su día
de descanso, así es el amor, formaliza nuevas ideologías y doctrinas, nuevos
pensamientos sobre los rompecabezas que no tienen forma, de anomalías que están
conectadas por el alma que afectan el dichoso amor, porque las anomalías nunca
han sido bien vistas y nunca serán vistas jamás por hombres buenos, pero así
era todo eso del amor, tan sencillo, y tan valiente aquellas personas que se
enamoran, pero mejor aún, aquellas personas que luchan en nombre del amor, que
buscan aquellos destinos a lado de sus amados o amadas, aquellos que absorben
las cosas buenas que aporta la vida, aquellos dichosos quienes aman con el
corazón, sienten con el alma y lo demuestran con los sentimientos, y todo aquel
cumulo de sentir le había pasado a él, toda aquella conspiración derrumbaba el
poderío de aquel rey sobre sus vasallos sin lealtad alguna.
El amor, de manera sencilla, era estar viendo
relámpagos escandalosos en un día lluvioso sin paraguas.
Entonces, entre la nada de su subconsciente,
escuchó un pequeño ruido, como la alarma cuando uno está a punto de
despertarse, pero esta vez, el sonido fue de un crustáceo hacerse papilla en la
muerte agonizante de los pasos, volteó a ver qué fue lo que había ocurrido, y
se percató de que algo estaba debajo de su pie, volteó el vans de manera frenética y ahí estaba la prueba del delito, ahí
estaba el cuerpo moribundo de un
cangrejo de mar que se ocultaba entre los escombros de un pasado puramente sucio,
así que procedió sin duda alguna a pisarlo, a torturarlo, quizás las personas
ambientalistas verían eso como un acto de crueldad hacia el respeto animal,
pero aquel animal no merecía respeto alguno, ni siquiera él podía pronunciar el
nombre, después de un momento de la santa inquisición en contra de los que
caminan para atrás, sonrió, como aquella mueca que hace el asesino al tener a
su primera víctima entre sus manos, pasando algunos segundos comenzó a reírse
como un desquiciado sin sus pastillas tranquilizantes en algún hospital
psiquiátrico abandonado. Aquella persona sin amor aparente seguía riendo,
pasando algunas eternidades aquellas risas se convirtieron en sollozos y así
como el agua se precipita, las lágrimas también lo hicieron, se inundaban los
ojos de aquella persona locamente enamorada de un recuerdo que ni siquiera pudo
haber existido.
Y lloraba por sus abuelitos, aquella pareja
enamorada de la vida, también lloraba de manera individual a cada uno, por su
abuelito el lobo mayor de la manada, por su abuelita la experta en mariscos,
por su amigo casado con una hija inteligente, por su amiga la empresaria sin
libro, sin árbol, sin hijos, por la familia olvidada en el árbol genealógico
sin descendencia prevista, por sus hijos que siempre existieron en el mundo
alterno de sus escritos, por la Victoria
jamás alcanzada, siempre huía, corría y se escondía entre las olas de su madre,
por la Luna nunca obtenida, se iba y
se escondía atrás
del señor Sol, por Daniel perdido entre tantas bromas
hechas por un Joker, por aquel Bruno que nunca fue Batman, por Dorian o Melissa o Fabián o Venus, nombres
de algún diccionario perdido entre tantos regalos que no fueron recuerdos, por
ella que se encontraba escondidas entre algunas praderas o algunos bosques, por
el amor de su vida que alguna vez encontró y otra vez más terminó perdiéndola,
por aquella esposa que se puso el vestido, se puso la sonrisa, se puso al
peinado de reina y entonces no llegó a tiempo al altar, por la madre que no
tuvo hijos y por la madre que los tuvo no muertos pero tampoco no vivos, por la
madre que se olvidó de sus semillas, por la madre que nunca se tuvo en los
lugares mágicos del ser, por la poesía que nunca murió y que siempre fue eterna
entre un montón de hojas esparcidas por el suelo, por la loca que se escapó del
psiquiatra huyendo hacia la tierra de nadie, siglos después, fue toda una
tierra de locura donde ella reinaba, por la bailarina que había perdido su aro
en los circos más cercanos sin gitanos, por la musa más bella que la de Emilo, más bella que la naturaleza
terrenal, ella era una Diosa, la
mejor obra de arte creada por Dios,
por la añoranza que se perdió al pasar los segundos, por el coraje que jamás se
apagó y que siempre se encendió como una gran hoguera, por la nostalgia que se
precipitó hacia el suelo sin fondo, por la vida que se fue con ella y por la
muerte que nunca volvió a su hogar, salió por una noche y se perdió entre las
calles de un destino
destrozado por una pareja de enamorados, por la pianista que aún tocaba
aquellas melodías para su corazón, aquellos dedos que bailaban por el fruto
prohibido que alguna vez probó.
Dejó que se secara el manantial y comenzó a
dibujar una sonrisa sobre su rostro, pero sonrió de alegría natural y
verdadera, él sabía que ella se encontraba perfectamente bien, que ella aún
seguía viva luchando y cumpliendo sus sueños, era cierto que desde aquella vez
la vio por última vez hace cinco años y jamás volvió a saber de ella, no quiso
buscarla, no quiso conquistarla, no quiso volver a luchar por algo que le
pertenecía y ella estaba segura que él le pertenecía completamente. Él de
cierta manera sabía que ella estaba perfecta, de que ella era feliz sin él, de
que ella había aprendido a vivir la vida y no a sobrevivir como él lo había
hecho, ella había continuado con el transcurso del camino, había disfrutado del
presente y había quizás planeado un futuro, él solamente se había aferrado a un
pasado, a un recuerdo, a un anhelo. También sabía que nadie ocuparía el lugar
de él, que nadie podría superar el amor que alguna vez le dio, porque fue amor
puro, de ese amor que se ve cada siglo o un poco más, de ese amor que no se
puede tocar, ni ver, ni sentir, que simplemente está ahí plasmado como las
letras de este escrito y que siempre se quedarán ahí hasta la eternidad. Y él
estaba seguro de que no encontró otra cama, otros labios, otros cuerpos, otros
brazos, otros sentimientos, todo podía ser una acumulación de ciertas perfecciones pero aun
así todo aquello generaba un gran vacío por el simple hecho de que no era él, y
él solamente era ese insignificante grano de arena, tenía errores desde los
pies hasta la cabezas, tenía el pensamiento enredado como una telaraña
descompuesta, y aun así, siendo un grano de arena, creaba grandes catástrofes,
permitía ser grandes metas de un pulcra osadía.
Después de tantos pensamientos dramáticos,
suspiró, se limpió la humedad que tenía sobre sus ojos, seguido de aquel acto,
se limpió el sudor que le escurría por el calor húmedo del pueblo, y de nuevo
miró aquella casa derrumbada que alguna vez los escombros le habían pertenecido
a sus ancestros. Tomó suficiente aire para despedirse con el viento a su lado,
susurró hacia los rincones más fríos de aquel sitio.
-
Un año más, hasta pronto…
Regresó por el sendero que se había hecho
para entrar, miró el frondoso cielo y se percató de que algunas nubes grises
viajaban hacia su dirección, pero no llegaban con tal rapidez como lo había
imaginado, en aquel sitió se sentía el calor infernal del ultimo infierno de Dante, aquel calor sofocaba
completamente a los seres, les quitaba el oxígeno de cierta manera y los hacía
sufrir una penitencia que jamás se habían imaginado. Tenía un amigo que le
azotaba justamente en la cara dándole un poco de frescura, el viento era un ser
natural controlado por los silfos y eso le ayudaba
bastante, le relajaba, él creía en la magia terrenal, su cabello tomaba la
dirección del respiro de Dios, de un Dios natural, de un Dios terrenal, no de un Dios
de plástico o porcelana o inventado por el ser humano, él alababa a un Dios que ni él mismo sabía cómo era,
solo se daba cuenta de que era mera energía pura como el amor que alguna vez
pudo sentir a lado de aquella bella mujer que desapareció como arena entre las
manos, lo peor de todo, es que la arena entre las manos no desaparece, se va
desvaneciendo por los orificios que se dejan entre los dedos. Llegó
directamente hacia su auto y antes de volver a subirse, se limpió el asqueroso
animal que había pisado, para él eso era peor que mierda de un fulano tan con
diarrea, la mierda siempre tenía que estar en el suelo, como el animal, como el
ser, como él que se encontraba en un pasado más hondo que él mismo, una vez
limpio, entró al carro y tomó su móvil dándose cuenta de todas aquellas
llamadas perdidas que no iba a contestar y que jamás contestaría en el
transcurso de su vida, aquellas llamadas fugitivas tenían tres orígenes
diferentes, dos de aquellas llamadas las conocía formalmente, sabía que cada
número le pertenecía a alguien en especial, su mejor amigo le había insistido
para verlo feliz, y su mejor amiga sin duda alguna hacía el mismo trabajo, pero
lo curioso de las llamadas era que el tercer número era desconocido, no estaba
registrado, no estaba en la lista de contactos desconocidos, era un nuevo
número para él, por un momento le dio curiosidad de regresar la
llamada pero el día era sagrado y no se permitió corromperlo, como hace tiempo
había corrompido a una niña con el amor furtivo que se crea entre dos cuerpos
que siempre se amaron. Pasó aquel momento de total incertidumbre, volvió a
mirar aquel número y no lograba crear una conexión o alguna coincidencia con
alguna chica de su pasado olvidado, después de tantos intentos para resolver
aquel enigma, lo olvidó, y lo guardó dentro de su bolsillo diciendo las
siguientes palabras.
-
Qué extraña y jodida es la puta vida, que hasta en día de luto te hace
cosquillas para sonreír, ¡ja!, pero hasta la sonrisa murió.
Se río viéndose en el retrovisor, de aquella
manera se dispuso a hacer sonrisas y caras tristes para ver su reflejo cambiar,
aquel rostro tenía varias facetas y aquello le resultaba chistoso, cómico,
fabuloso, la vida y la muerte eran una manera de reírse, de burlarse, de gozar
de la vida, después de haber jugado un rato con su reflejó, suspiró y por
última vez sonrió dentro de aquel carro. Tomó los libros apilados que estaban
en el asiento del acompañante, los agarró con cuidado, como si se fuesen a
romper con el soplo del viento, una vez bien sostenidos, comenzó a subir los
vidrios por si la lluvia caía de manera torrencial mientras él no estaba, puso
el pie izquierdo fuera del auto, él sabía que si comenzaba con el pie izquierdo
no pasaría nada, él no creía en esas cosas de la gente supersticiosa, la radio seguía encendida, y
en ella sonaba una melodía melancólica, una melodía que te transportaba hacia
las verdades de un ser que propagó amor más allá de los muros y de los límites
del cuerpo, una melodía que entristecía su mirada, su bienestar, su
persistencia hacia lo inevitable, dicha melodía era tocada a través del piano,
quizás era un piano sencillo, cotidiano, quizás era un piano de cola y de lujo,
quizás eso no importaba, lo que realmente importaba era quien tocaba aquella
grandiosa melodía, quizás una compositora, quizás un compositor, eso estaba de
más, en el arte solo importa el producto y no el creador. Se dirigió hacia el
estéreo para apagarla, y en el momento preciso la melodía terminaba y el
locutor hablaba, su voz era penetrante y grave, entendible y dinámica, su voz
era la palabra de un Dios que se
encontraba en el sonido.
-
Y aquí tenemos la séptima
sinfonía de…
La radio estaba completamente apagada. Las
coincidencias y el destino siempre jugarían a las escondidas.
Salió completamente de aquel carro y cerró
todo con seguro, caminó hacia el mar lentamente mirando lo azul y misterioso
que estaba, aquella naturaleza que envolvía aquel respetuoso monstruo, y antes
de llegar a su destino, se sentó sobre la orilla a contemplar cuidadosamente
cada línea que formaba la marea, cada tempestad que vinculaba la vida, así era
el arte de manera monstrualmente natural. Tomó el
primer libro de aquella pila que llevaba y lo abrió, un libro de poesía pura,
un libro de letras que transmitían metáforas hacia el orgullo que se terminó
suicidando con el epitafio. Él debajo de una palapa para cubrirse del sol, la
pluma sobre su mano como una herramienta de guerra, el sol a lo lejos
intensamente feliz, las nubes grises más allá donde se producía el aliento de Dios, el mar no tan lejos, pero tampoco
tan cerca, siempre distante, siempre a la deriva de escapar, los libros a su
costado, y el libro de poesía sobre su regazo. Escribió en la contraportada.
-
La poesía, los
sentimientos, la agonía del alma al desgarrarse la tinta, la vida que se plasma
junto a la muerte, la ciencia que nunca faltará, el arte que jamás sobrará…
Todo gira entorno a ti, eres el sol de la inspiración, te entrego todo lo que
me diste, y de nuevo volveré a ser naturaleza… 11/07/2024
Tomó aquel libro verde como la esperanza que
radica en cada persona de este mundo, letras doradas resaltando frente de la
portada, y de fondo un jardín de rosas con un sol brillante por el costado, y
por el otro costado la formación de rosas por medio de letras que caen como si
fueran gotas de lluvia.
Aquel libro fue testigo y víctima de aquel
acto atroz cometido hacia él sin tener derecho alguno a la vida, fue lanzado
fuertemente hacia el mar, y en ese transcurso de lanzamiento olímpico, el libro se fue abriendo como si
tuviera alas de algún pájaro a plenitud de su muerte, y el mismo hacía piruetas
en el aire, ni en el circo se habían visto a libros acróbatas durante mucho
tiempo, pero él sonreía como un psicópata asesino, sonreía al ver tan cruel
acto, era el juez de su libro, era el Dios
de la poesía. Era el quinto año consecutivo y ya no podía seguir así, debía
de terminar con aquel ciclo que se repetía constantemente, ya lo tenía que
haber superado, y era cierto jamás lo superaría, pero al menos lo estaba
intentando, lo estaba haciendo progresar, aunque fuera un asesino más de
libros, el año cinco resultaba ser el pilón de tantos pilares que se habían
colocado, y él tenía aquella versatilidad de una esperanza que se perdía como
aquel libro de poemas que volaba, volaba, volaba. El Poemario Desalmado se había perdido y jamás se pudo recuperar el
alma.
Este joven de edad avanzada, quizás
doblemente quinceañero, suspiraba mucho y el alma que no tenía nunca se
escapaba.
Tuvo la valentía y la osadía de enfrentar a
los demonios que estaban en el subconsciente, tomó el siguiente libro con el
título Recopilación de Cuentos
Desastrosos, un libro de color azul con letras amarillas, sobre la portada
un gran libro abierto y de él emergían diversas escenas, todas no seriadas,
simplemente aleatorias como es la gran vida y representaba algunos cuentos en
particular, lo más representativos de aquella obra maestra de cuentos cortos
hechos un total desastre,
ahí estaba En las Profundidades de
Mar, donde su escena en la portada es una mujer formada de agua a la orilla
de la playa. Procedió a hacer la misma dinámica de corromper un libro detrás de
su portada, así que lo tomó y lo abrió para comenzar a escribir el siguiente
mensaje.
- Puros cuentos son algunas historias, otras historias cortas pueden
resultar ser novelas por siglos, el mundo tienen miles de historias que contar,
ya me cansé de contar puros cuentos… 11/07/2024
E hizo el mismo ritual de tirar aquel libro
pero esta vez no fue hacia el mar, sino hacia la arena, hacia algo más sólido,
no quería que los cuentos fueran más desastrosos de lo que ya eran, así que los
mandó a sepultar con la naturaleza, quería que la arena tapara cada letra
escrita sobre ese lienzo de hojas, quería que el tiempo borrara aquella tinta
que alguna vez llegó a utilizar, y quizás nadie lo comprendía o quizás nadie
trató de comprenderlo, realmente no era muy difícil saber que tenía el corazón
roto y claro, su vida totalmente desecha por sus acciones absurdas y tontas, pero
toda acción de aquel hombre siempre tenía justificación en su propia mente,
solo él podía entender tantas acciones sin motivo ni razón, y así vio aquel
libro ocultarse entre la naturaleza por temor a que su dueño lo descubriera y
quisiera votarlo aún más lejos. Él solo vio como aquellas letras de la portada
se iban escondiendo bajo una ligera capa de arena, aquellas partículas
porosas no se quedaban suspendidas en el aire…
De nuevo como los grandes bucles suspiró, y
trató de tomar un alma ajena a la suya, y trató de que no se le escondiera a
él, sonrió abrumadoramente, estaba corrompiendo la esencia de la vida que en
días anteriores la había descrito.
Miró la pila de libros sobrantes y solamente
quedaban para ser destruidos tres más, tomó el libro de hasta arriba con el
título de La Avenida, y era curioso
como toda aquella vida conspiraba para sepultar aquellas letras que él tanto
amó.
El color de ese libro era negro como el
juicio nublado del autor, se realzaba el título con letras blancas, La Avenida, sobre aquella portada tan
rigurosa se mostraba una gran avenida con gente y vehículos circulando, a los
extremos había numerosos locales, puestos , algunos de comida, otros más de
revistas, el señor de los elotes, un local más por ahí de regalos, quizás más
al fondo una lavandería a lado de una panadería, todo era un complejo mundo en
una avenida tan pequeña, un libro pequeño que destaca entre aquella gran pila
de libros, y resultaba bastante curioso y enigmático que él apenas se daba
cuenta de todas las cosas que contenía la portada de cada uno de sus libros,
observada detenidamente como el método científico y concluía en cosas tontas,
ya no tenía el juicio necesario para comenzar a vivir, ya solamente se guiaba
por el instinto de sobrevivencia.
Abrir cada libro era como quitarle la
virginidad a una señorita, pero era peor cuando se escribía sobre él, era como
dejar embarazada a aquella señorita en su primer acto sexual, escribió.
-
Y dejo que alguien más conozca el lugar donde te conocí, el lugar dónde
hay miles de almas y yo solo me fije en el alma joven que me presentaste, en el
alma vieja que conocí, y dejaré que el mundo se dé cuenta, se percate y se
enteren de lo enorme que puede ser para el humano, y lo diminuto que puede ser
para la galaxia, porque todo es aún más chico cuando se trata de universos
infinitos que rondan día a día por la habitual vida. 11/07/2024
Y así lo volvió a firmar con la fecha del
día, se levantó y esta vez no lo tiró como los otros dos, caminó rumbo a una
palmera y lo colocó a sus pies, ahí lo dejó, solito y abandonado.
Él quería que alguien más los leyera, que se
supiera la gran historia de un chico con facetas como capas de cebolla, que se
supiera la introducción de un pirata que naufragó por la culpa de una sirena
sin escamas o cola, y aquellas facetas de cebolla mostraban una cara, tras
otra, una vida, tras otra, una muerte, tras otra, quería que aquella historia,
que aquellas letras puestas sobre ese libro fueran sembradas para que fueran creciendo
como aquella palmera recta y formidable, valiente y audaz contra el viento, quería que
la historia fuera irrompible, que las letras rompieran los paradigmas del
mundo, que la filosofía fuese contagiada como la estupidez, quería un cambio
para el mundo, para su mundo, para él, para ella, para todos, el viento dejaba
atrás muchas cosas, pero él quería dejar atrás muchas cosas incluyendo al
viento, y con ello demostraba o eso pensaba, de que siempre se tenía que ir
hacia enfrente, hacia arriba, nunca hacía atrás como los odiosos cangrejos,
pero siempre hacia enfrente y hacia arriba, porque para allá quedan las
estrellas que hace algunos meses pudo alcanzar, suspiró de nuevo, sonrió hacia
la nada, hacia la locura que habitaba en el lugar y regresó a lado de sus
libros apilados.
El cielo comenzaba a nublarse, las nubes con
un poco de acuarelas se comenzaban a pintar de gris, y muy a lo lejos se
observaban los relámpagos caer, el estruendo de algunos truenos a miles de
kilómetros, y una luz cegadora tomaba las fotos sobre los recuerdos perdidos de
aquel escritor. De pronto algo fantástico ocurrió, se escuchó el aullido de un
lobo, no sabría decir si fue su imaginación de escritor o si realmente se había
presentado el llamado de la manada, pero ocurrió de manera misteriosa, mística,
abrumadora, ya que hasta su piel se le erizo de pies a cabeza, y aquel aullido
duro más de lo que habitualmente dura un aullido de verdad, lo más asombroso es
que aún era de día y la luna llena no se asomaba, no aparecía ni estaba oculta,
simplemente se había fugado a una cita quizás
con Marte, quizás con Venus, porque a Mercurio nunca se le acercaba porque era
vecino de su señor padre el Sol.
Aquel recuerdo de lobos lo evocó hacia la
soledad, se inclinó hacia la tierra, tomó un puñado de arena y lo lanzó hacia
el despiadado aire y se percató de que aquellas partículas se precipitaban por
la gravedad, y eran polvo, exactamente polvo de estrellas, polvo en la luz que
destella en las noches con pesadillas, y las lágrimas en su ser se
desprendieron, se dieron a la fuga entre los barrotes de orgullo, se acordaban
de ella, la recordaban a cada instante que pasaba trazando la línea.
Y recordó aquella tarde cuando los dos yacían
tendidos sobre la cama, la lencería de ella haciendo una orgía en el piso, la
desnudes del alma, ahí ambos postrados observando aquella ventana que siempre
daba a las escaleras, aquella noticia le había llegado en plena mañana, en la
madrugada cuando los ojos se abren recientemente y las malas energías se
filtran por los primeros luceros al alba, la noticia del lobo mayor que había
muerto frente a una gran batalla. Cuando leyó aquel mensaje no supo cómo
actuar, ¿cómo poder estar triste cuando los recuerdos son pocos creando una
sequía de lágrimas?, pero ella lo observa de manera detenida, lo examinaba, y
ella no podía ocultar su preocupación, ella lo veía como un animal a punto de
morir crucificado en el ritual del cielo, le observaba con aquella nostalgia de
ver la vida pasar por la ventana, con esa estrategia para seguir intentando hacerlo
feliz, pero él se encontraba perdido entre los lienzos de sus recuerdos
buscando aquellos que nunca existieron, y seguía buscando entre aquella
biblioteca inmensa que tenía en su cabeza y por más que buscaba no hallaba
nada, absolutamente nada, se frustró y entonces el diluvio dio pasó, lloró
irremediablente y el alma comenzó a quebrarse como el cristal caliente a pasar
frio de manera inmediata, aquello era una aberración infernal, aquel fuego le
quemaba los ojos, los recuerdos, los sentimientos, y ella solo podía abrazarlo,
solo eso, y protegerlo, él era vulnerable y ella era quién llevaba el escudo y
la espada en aquel preciso momento, ellos nunca quisieron hacerse daño pero fue
inevitable.
Ella tan racional…
-
Hay algo después de la
muerte.
Y él tan negativo en su penumbra jamás
existida.
-
No sé sabe que hay después de la muerte, solo somos materia y energía,
solo nos transformamos.
¡Deja de mentir!
-
No miento, yo sé que hay
algo después. Y aunque seamos energías te escucharé, te veré, te sentiré, te
hablaré, te oleré, porque aun siendo un cumulo de energía seguiré sintiendo el
calor de tu amor, y tú sin duda alguna sentirás el mío, porque te amo y simplemente
no puedes rendirte, porque quiero que te levantes de
esa agonía, luches y sigas buscando esos sueños que me has mostrado en el
transcurso del tiempo, disfruta de la vida, del instante, porque este es tu
presente, y no estoy mintiendo, el que miente eres tú.
Despertó de aquel sueño, las nubes estaban
más cerca, las nubes comenzaban a invadir aquel territorio, el mar comenzaba a
tomar un poco de esas formas rebeldes que en ocasiones se le caracteriza, aquel mar que era sereno y tranquilo sufría
la metamorfosis impregnada de naturaleza, el mar sonreía, se reía y volvía a
sonreír.
Y él se perdía en mar y se perdía totalmente
en ella, el mar le recordaba cada instante que vivió a su lado, tan azul, tan
blanca, tan arcoíris, porque ella era todos los matices con que él pintaba
grandes cuadros de una ninfula inadaptada, tan fresca como su cuerpo por la
mañana, como aquellos besos que le daban agua al ser de un desierto, tan ligera
como la bailarina que radicaba en su interior, tan danzante para esos bailes
exóticos de sirena sobre un sofá, tan salada como en las tardes que aparcamos
sobre su mirada en aquellas que se llenaba de sudor, o tan sudada como su
cuerpo después del sexo furtivo entre las tragedias llamadas excusas, del amor
incandescente, de la copulación inmoral a la ética natural de una iglesia, de
una sociedad que fue corrompida por las palabras de aquel escritor, tan natural
como la sonrisa que abarca una luna completa de planeta a planeta, de galaxia a
galaxia, de universo a universo, de un era a un fue, tan
natural de cuerpo y alma, de alma y del mismo cuerpo, como las fisuras de los
granos que deja la arena tallada con la pluma de algún Serafín, con la inspiración del arpa de algún Arcángel, tan pura, tan santa, tan virgen para los ojos inocentes,
tan frágil para los abrazos que nunca más se dieron, pero ella estaba ahí en el
mar, estática y en movimiento cuando era necesario, el flujo de la vida, las
corrientes marinas nunca la pusieron en el camino de su vida, y los silfos grandes seres ancestrales
silbaban y creaban aquellas corrientes de aire que se llevaban aquellos
recuerdos que alguna vez tuvo, aquellas partículas de recuerdo eran solo
partículas de algún baúl que jamás se volverá a abrir y se iban volando
lentamente hacia el infinito del majestuoso cielo.
Ella tan mística como las estrellas, tan
compleja como el examen de física sin tener un formulario en la mano, y peor
aún, sin tener calculadora como ayudante, tan difícil como el rompecabezas que
no tiene forma alguna y consta de un infinidad de piezas, sin solución el
rompecabezas, sin solución el examen, sin solución para las estrellas, pero eso
y mucho más es ella, es todo en el universo, es todo en la vida y consta de una
pequeña porción de lo que es la muerte, pues tiene la vida alcanzada y la
muerte le puede seguir pero nunca podrá encontrarla…
-
¡Mentirosa!
Le gritó él a los siete vientos y recordó que
hace algunos ayeres sobre aquella arena de ese hermoso paisaje había escrito Te odio Mar.
-
¡Te fuiste, ya no te
sentí, ya no te olí, ya no te escuché, ya no te vi!
Tomó un puñado de tierra con la euforia que
llevaba, apretó con todas las fuerzas que sus frágiles manos podrían tener,
ejerció tal presión que las uñas junto con la estructura porosa de la arena
creo unas pequeñas heridas sobre la piel de él, y sangró, quizás muy poco,
quizás no se notaba la sangre, pero el dolor estaba ahí palpitante, por cada
latido que su corazón daba, la sangre fluía y se precipitaba sobre la arena
maldita que tenía en sus manos, pero siempre las pequeñas cosas son las que más
se notan, y en ese caso, esas pequeñas heridas produjeron un cambio paradójico
en él y en el entorno.
Comenzó a caer la primera gota de lluvia,
apenas y se veía como copos de nieve pues apenas chispeaba, el agua descendía
de manera frenética, liberal, pero sobre todo, como la naturaleza siempre ha
sido, de manera aleatoria.
El mar comenzó a tomar fuerza y forma,
comenzó a crear grandes olas, grandes corrientes se veían en lo extremo del
océano, aquel mar sereno y lleno de paz, ahora era mortífero, vengativo y lleno
de coraje, todas esas emociones reprimidas desataban aquella furia de aquel ser
natural y sin duda alguna no era muy diferente de ella. Así sucedieron
las cosas, después de aquel polémico día todo llegó a cambiar, después de aquel
día la verdadera Mar se alzó en armas
y se fue a su revolución, quería salir, quería matar, quería simplemente
avanzar hacia adelante y escalar montañas de un salto, pero aquella revolución
jamás encontró fin, y también era como aquella arena de mar que en esos
momentos el pisaba, tan porosa, tan suave, tan infinita, interminable pero sí
se pisa de mas, dolorosa.
Al acabar aquellas palabras de enojo
reprimido, respiró profundamente como quién se libra de una carga bastante
pesada, después dio un gran suspiró y sabía que se encontraba equivocado, una
parte que aún tenía la esperanza dentro de él pensaba que ella aún seguía
esperándolo como él lo había hecho durante cinco años, pero ambos eran tan
cobardes como para realizar el tiro de caída libre, y eso era una mentira más
sobre la inolvidable Mar.
Miró los dos libros faltantes y tomó uno de
ellos.
Este libro tenía la portada plateada, las
letras doradas y era el más llamativo de todos los que estaban apilados. En la
portada se podía observar una vagabunda abriendo los brazos, y de espalda
estaba el personaje principal; Hadys.
Él observaba lo que le otorgaban aquellos brazos, pero rodeando los brazos se
encontraban las 14 puertas, y detrás de la vagabunda había mundos diversos, galaxias
múltiples, seres impresionantes como los dragones, felinos, ferrocarriles,
entre muchas cosas más, era una portada que contenía lo extraordinario hasta lo
sencillo de la vida. Las letras decían Hadys y la Esencia de la Vida, y se
derretían llenando un frasco, un frasco de la esencia vital que nos rodea a los
seres humanos, una esencia que te hace dar el paso siguiente hacia el camino
que no tiene desviaciones.
El primer libro escrito por aquel ser que
ahora agonizaba, la novela que movería al mundo de fantasía donde el
protagonista superaba todas las pruebas para salir de aquel mundo, ahora él
pasaba y cruzaba todos los obstáculos, bueno al menos lo intentaba ya que era
imposible poder salir de aquel mundo lleno de fantasía que siempre añoró, que
siempre quiso, eso era él, una semilla en un universo de exoplanetas, ¿qué se
podía hacer?, nada, dejarse guiar por el viento, silbar junto a él e irse a la
boca de Dios de regreso, y quizás en
algún remoto punto inherente de la historia perderse en los recuerdos del
pasado, entre lo inaceptable de alguna letra, entre la vista borrosa de alguna
ciega.
Tomó la pluma que años atrás se la había
regalado su amiga, abrió aquel libro y suspiró de nuevo al ver la hoja en
blanco, comenzó a escribir.
-
La esencia de la vida
¡ja!, pensarás que la esencia de Hadys es la misma para Juan, para Daniel, para
Sebastián, o para Agustín, pero no es así, la esencia de la vida se manifiesta
de diferente manera para las personas, cada uno es un mundo diferente, un mundo
distinto, un universo no explorado, una galaxia creada desde su propio Big Bang, un mapa con tesoros
perdidos, cada ser, cada alma, cada uno de nosotros, tiene su propia esencia, y
solo podemos encontrarla y conservarla, pero lo complicado es lo siguiente, muy
pocas personas logran ese objetivo, luego hay quienes la encuentran y la
pierden, esto regularmente es lo que le sucede a la mayoría, algunos ni se dan
cuenta que la encontraron o que la perdieron, por eso el tercer tipo de personas
que yo he nombrado ignorantes modernistas son los más felices porque ignoran
gran parte de sí, y se escapan entre las lágrimas perdidas en el desierto.
Yo pertenezco al segundo tipo de personas, encontré la esencia en ti, en
este preciso lugar, frente al incontrolable mar, sobre el sustento de la arena,
y rodeado de un viento que no se lleva las penas, ni los recuerdos que acechan
a mis poros en los días de abrumador calor, pero de todas maneras, te he
perdido, te perdí, fuiste como aquel vaivén de las olas del mar. Me quedé
atrapado en la primera puerta, y jamás pude salir de allí, Hadys no me había
mostrado la salida.
Entonces cerró aquel libro con aquellas
instrucciones y la fecha de hoy, después recordó.
-
Debería decirle que los
nombres no importan, que son etiquetas sin valor, que eso lo dijo una vieja
amiga.
Exacto, aquel escrito anterior abandonado, no
solo lo escribió él, también era autoría de ella, de sus ideas, de su
inspiración, de la manera en que tomaba un pincel y pintaba, se perdía en las
líneas sobre cual había dibujado anteriormente, el cabello le cubría su hermosa
cara, los lentes se le caían de esa bella nariz, se apenaba, se reía, se volvía
a penar, y de vez en cuando, cada vez que se acordaba que vivía en el planeta
tierra, lo volteaba a ver y le sonreía de manera coqueta, en otras ocasiones
más se peinaba, se recostaba sobre la silla, suspiraba, descansaba y estiraba
sus piernas y ponía los pies sobre una nube, y se iba, se transportaba aquel
ángel al sitio que pertenecía, el cielo.
Ella hacía grandes obras junto a él, juntos
eran más fuertes, eran la sumatoria de dos fuerzas en el mismo sentido, de dos
sentidos con la misma unidad, y no simplemente eran fuertes, también eran
agiles, inteligentes, y aquellos grandes libros que logró escribir, los
escribió en pareja, pero eso era el secreto, nadie sabía que las obras hechas
en parejas son perfectas, y que aquellas obras individuales solo eran parte de
un caos total.
Se salieron unas lágrimas de aquellos ojos,
el cielo lloraba junto a él, le hacía compañía en la orilla del mar sin
chimenea, el viento se hacía más fuerte, se levantó de aquel sitio, se limpió
las lágrimas efímeras, miró a su alrededor y regresó a la casa caída, le
recordaba el árbol de las catorce puertas derrumbado, camino con cuidado entre
los escombros, y encontró un pedazo del concreto caído, tomó ese escombró y de la nada apareció una
araña por la lateral de dicha basura, él retrocedió de manera inmediata y al
instante una varilla oxidada le hirió, un pequeño rasguño a la altura de la
costilla, la tela rota y un flujo de sangre marcaba el accidente, se sintió con
la mano y se sobó, el espanto, el dolor, las emociones hacían una explosión en
cadena que se precipitaba por sus ojos, la araña se había llevado el miedo,
pero la telaraña de los recuerdos lo envolvían, era como ser el mosquito
atrapado para la cena más próxima, y no podía moverse, no podía dejar de pensar,
la tela una tras otra hacían figuras en su mente, y regresó a la primera
navidad con ella, cuando le regaló un libro llamado Mar y ella le regaló un montón de recaditos, aquel día estaba
hermosa como siempre, como debía de ser porque no había otra manera de ser para
ella, aquel día ambos recados se entrelazaron pues eran similares, era un
sincronía abrumadora que a ambos los sorprendió.
Él escribió.
-
Yo mataré monstruos por
ti, tú matarás arañas por mí.
Ella había escrito.
-
Yo mataré arañas por ti.
Las coincidencias extrañas de la vida, el
hilo rojo de los enamorados que conectaba pensamientos, y los sentimientos, y
el cuerpo, y todo a su alrededor era mágico, todo a su alrededor era real,
porque simplemente no podía existir el uno sin el otro, juntos eran el humano
perfecto, la circunstancia esperada, la pirámide con mayor prioridad en escala,
estaban hechos el uno para el otro, eran la reacción perfecta.
Y a veces yo pienso que el destino es una
broma de aquellas serpientes que se enredan en el funículo del cabello, y estos
a su vez se conectan con el pensamiento que se encuentra como flujo en el
espacio tiempo, y esos pensamientos los unieron, los entrelazaron, los
sacrificaron a los Dioses inexistentes, a los demonios que se bañaron en el
abismo del acantilado, de los sufrimientos inmortales que encajaron a la
perfección, eran uno mismo de acuerdo a los principios de Zeus. Ella le decía
las cosas que él no decía, ella sabía las cosas que él no sabía, y de manera
viceversa como las reacciones de doble sentido, ambos formaban parte de ese
gran mundo, de esa gran historia, pero el problema siempre radica en que nada
es perfecto, ni siquiera aquellas dos personas que estaban destinadas, no
podían gozar de esa perfección que posiblemente a los ojos de ellos existía,
aunque no estuviera ahí. Solamente
aquella perfección era un absoluto engaño, y no de un Demonio o de un Dios, era
un engaño, una alimaña de aquellos seres que se la pasan hablando afuera de una
casa sin ventanas y sin puertas.
Con aquel susto que tenía, con la herida
físicamente y sentimental, gritó.
-
¡Dónde estás! ¡Dijiste
que matarías arañas por mí! ¡Se te olvidó! ¡Te fuiste! ¡Dejaste que me
hirieran! ¡Por qué!
Y cayó de rodillas sobre los escombros
lastimándose aún más, y con lágrimas en los ojos volvió a levantar aquel pedazo
de pared caída, e introdujo a Hadys y la
Esencia de la Vida, para que así alguien pudiese descubrir para qué se
tiene la dicha de vivir, pero sobre todo para que ese libro pase de generación
en generación con la gota de sangre derramada en su portada, algunos ayeres le
habían dicho que ese libro era para niños y que sería el favorito para su hija,
pero, ¡qué asco! ¡Fueron puras mentiras!
Golpeó fuertemente a los escombros, se
levantó, se limpió las lágrimas y caminó de nuevo al mar dónde se encontraba el
último libro, solo habían pasado cinco años y eso no alcanzó para olvidarla,
para borrarla de su memoria, mientras caminaba se tocaba la herida, comenzaba a
llover, y él se mojaba con esa poca lluvia que descendía del cielo, se podía
empapar completamente, pero aquello no le bastaba, no le importaba más lo que pasara aquel día, a esta
altura ¿qué importaba?, llegó y se sentó al lado del último libro, lo tomó por
la portada, le miró con determinante sonrisa, esa bipolaridad lo alumbró
durante cinco años, pero ese era el final de ese trayecto de completa depresión,
ese era el final de tanta agonía y de vivir en aquel abismo que el solo había
formulado, se había cansado de tanto fastidio, suspiró nuevamente y vio con
alegría aquel libro, lo acarició como
aquella piel de porcelana que acariciaba cada noche de fin de año y dijo.
-
Solo diez días bastará
para hacerle novela.
Contemplo la poesía de aquel libro, la abrió
y cuando eso sucedió, recordó como ella florecía el día diez del onceavo mes,
recordó las profundidades que tenía Mar,
recordó las puertas, a las tinieblas que te llevaban al paraíso, recordó cómo
se abría, como sonreían, como se reirán,
y después la penetración figuraba a una flecha introducida sobre el más pequeño
orificio, después de un poco de sangre de virgen inmaculada, gemidos de placer,
por ahí se escapaba el amor que se evaporaba, acaricias a su espalda, a sus
pechos, a sus piernas, y besos a los senos de arena que no tenía, escapes
furtivos, de los te amo dichos a la sincronía de dos cuerpos completamente
encajados, él la amaba y le dio todo, ella lo amaba y le dio más, era el amor
de ambos, el amor de una pareja sin pena ni gloria, y cuando sintió los fluidos
sobre su sexo, sintió que se introducía en el mar húmedo, sintiendo aquella
sensación de pureza, de que todo aquello era el agua
bendita, de que ella era tan pura como la ninfula que era, de que él era tan
puro por lo inocente que fue, y aquel día nunca se pudo olvidar, era la primera
combustión, era la primera vez, la primera y quizás la última en cual ambos
amaron de verdad.
Los recuerdos son esas pequeñas dagas que los
elementales usan sobre nuestros ojos, por eso los recuerdos nos hacen sangrar,
nos hacen morir lentamente en la penumbra de la agonía, por eso sufrimos de
manera consciente en nuestro subconsciente, por eso caemos y nos derrumbamos
sobre algún acantilado, pero no hay otra manera de transcurrir la vida, así es
y así siempre será.
Él vio aquella página en blanco sobre la cual
escribiría, y se dio cuenta que ella fue una página en blanco sobre la cual
escribió la poesía más hermosa que jamás se ha creado, la novela más brillante
jamás publicada, la danza más estética que jamás logró ver, ella era todo
aquello virgen dentro del arte y de la ciencia, la veía y se podían observar
todos los átomos que la rodeaban y esos pequeños electrones que brincaban sobre
su vientre, en ella pudo esculpir la perfección, la inteligencia, la moralidad,
la persistencia para llegar a las estrellas que no han tenido nombre.
Ella era
esa hoja en blanco sobre la cual se plasmaron una infinidad de palabras, sobre
la cual se pudo transmitir las emociones recurrentes en un espacio tiempo
determinado, los sentimientos iban de un flujo a otro, de otro flujo a uno mismo, eso era la
vida, esa era ella para él, era por la cual moriría y volvería a vivir para
matarse de nuevo, por la cual podía
hacer infinitos con límites y sin ellas, podrían juntos describir la tangente,
el seno y el coseno, como los senos que ella tenía, tan ondulados, tan
perfectos, tan maravilloso como el universo, en sus dos senos había el génesis
de un sistema y el apocalipsis de otro más, eran la cúspide para los labios
furtivos de él, para aquellos labios que se escapaban en noches frías o tardes
solas como esta, él había sido la tinta blanca sobre aquella página virgen y
profunda que comenzaba a vivir, que comenzó a experimentar con hechos reales,
con la verdad, las demás letras escritas antes sobre esa página estaban a
lápiz, no contaban, se podían borrar en par de segundos, en par de instantes, y
sin duda alguna, él borró todo el grafito de aquella página pura, santa y
virgen. Para él todos aquellos escritores anónimos eran solo un juego minucioso
en el que ella se creía la ganadora, pero realmente ella había perdido, había
dejado que otros la mancharan aquella pureza de la cual él se había enamorado…
Tomó la pluma como se toman ciertas
decisiones de la vida, la puso sobre aquella página en blanco del último libro,
pero aún no le llegaban las ideas, andaban perdidas en algún lugar entre tantas
calles con nombres diversos, entre las calles de Teresa de Jesús o quizás en la Colina
de Brenda, pero no encontraban la avenida principal, no la hallaban. Quizás
las ideas no le llegaban a la cabeza,
pero sí encontraron un atajo para llegar a los
ojos, y escurrían de manera frenética como aquella Esencia De La Vida.
Su mano temblaba, los ojos húmedos, la cabeza
le daba vueltas y le giraba, tenía que ponerle fin, tenía que acabar con ella
pero no podía, le daba miedo, ella era su vida después de la muerte, y no
quería quedarse sin vida, pero tampoco podía seguir viviendo de aquella manera,
solo de recuerdos y jamás de presente, tenía que arrancarla de raíz y de esa
manera dramática él lo haría, agarró el valor como si fuera la cintura de ella,
le pasó la mano hacia la espalda, la atrajo hacia él y después la hizo suya con
una mano sobre su nalga, se la colocó en el cuerpo como una piel que servía de
armadura, se sintió poderoso, se sintió un lobo huargo y comenzó a escribir
como en los viejos tiempos.
-
Y aun te sigo amando.
Se levantó, caminó a la orilla de la playa,
la lluvia era ligera, el libro sobre su mano derecha, la pluma sobre su mano
izquierda, y caminaba mientras se mojaba, y así ocultaba sus lágrimas con la
naturaleza, eran uno en esa travesía, le dolía sin duda alguna, pero seguía
caminando e intentaba sanar, pero no podía, nunca pudo, y caminaba hacia
ninguna parte y venía de ningún lugar, dejaba las huellas como un pequeño
camino hacia el horizonte perdido, ¿dónde dejaría aquel libro?, ni él lo sabía,
pero se perdía en sus pensamientos, se ilustraba con la vida de ambos y miraba al cielo, y se
imaginaba aquella familia feliz con la señorita extrovertida Vic, con la niña tímida Luna, con los gemelos diferentes Bruno y Daniel, con el pilón de alguna noche en Dinamarca, con la esposa hermosamente perfecta y con él, un
miserable escritor de pacotilla, un tipejo que le sobraba amor para la familia,
y fue así como fue acelerando aquel paso, y después trotó, después fue
corriendo para alcanzar aquel sueño plasmado en el cielo, y seguía en contra
del viento, en contra de la marea, y la lluvia aumentaba y él se empapaba,
corrió durante un gran margen de tiempo, y él era un moco de Dios, viscoso, húmedo, tirado en la faz
de la tierra, y se dio cuenta de que aquel sueño era un osadía inalcanzable, se
cansó de lo imposible, cayó de rodillas sobre la arena del mar, tronaba y
relampagueaba sobre él, y ahí estaba en solitario con los sueños perdidos y la
naturaleza amigable, sin nada, solo con la miserable lluvia que no cedía, de
pronto algo le interrumpió el pensamiento.
El móvil de nuevo sonó y esta vez era su
mejor amiga, no quería contestar, ya no quería saber nada de nadie, tomó el
celular y lo tiró hacia el mar, aquel sonido de llamada se fue ahogando con la
pena de él, entonces de la manera más tenebrosa el sonido desapareció como el
recuerdo que había tenido, aún tenía a Mar
sobre su mano, recordó que ella se hubiese molestado por haber contaminado el
ambiente, se rio y dijo.
-
Ven a decírmelo en este
momento.
Dejó de reír, ahora debería de saber a dónde
dejaría aquel libro, pero aún no lo sabía, ni siquiera lo había pensado. Él
entendía que no podía dejarlo en aquel lugar, comprendía de manera habitual,
espiritual y amorosa que no podía deshacerse de aquel libro, no le pertenecía a
él, le pertenecía completamente a ella, y de manera recíproca ella era
eternamente libro, era totalmente arte, ella era la pianista de cuerpo sexy y
de inteligencia inmaculada.
Se levantó, vio como la lluvia seguía
haciéndole compañía, observó como las grandes nubes podrían ser formas de algo
ubicando en el espacio tiempo, podía darles forma con la imaginación, con la
realidad perpleja entre espejismos, y a lo lejos las gaviotas volaban, se
alejaban de la lluvia, del mal tiempo y de la mala vibra, se alejaban de él, no
se despedían, solo se retiraban con miedo a su cazador, ellos podían ser libres
de todas sus emociones…
Comenzó a caminar de nuevo hacia el carro que
quedaba a varios kilómetros de donde se
encontraba actualmente. Y mientras caminaba sostenía a Mar como si fuese lo único que lo mantendría vivo, lo único que no
le podía abandonar, sin ello, no existiera, sin ello no podría vivir más, eso
era la orientación en su camino, la brújula de su vida y no podía deshacerse
del libro que era parte de ella, que era lo único que realmente le quedaba, al final tuvo miedo de
superarla, tuvo miedo de olvidarla, de estar sin ella, de marcar la siguiente
huella sobre la arena y que la huella de ella nunca estuviera, nunca se
presentará ahí, nunca las borraría el mar, pues no hay nada que borrar y eso es
lo más mágico de los recuerdos, que jamás se olvidan, que jamás se pierden, que
el tacto nos recuerda, que el olfato nos recuerda, que el gusto nos recuerda,
que el oído nos recuerda, que la vista nos recuerda, y solo hay cúmulos de
recuerdos que nos sacan una sonrisa, una lágrima, un enojo, eso es la vida,
esos son los recuerdos que van como grandes cadenas sobre el cuello y manos, y
así era, él era completamente un esclavo de aquella mujer con sangre mágica,
con cuerpo lujurioso, con alma puritana, y él solo un esclavo más, un esclavo
más víctima de su piano…
Y es que ella era pianista, y sus dedos
danzaban como cierta bailarina del agua, y se perdía en los sonidos, en el mí,
en el sol, y se transportaba a otro universo donde no podía alcanzarla, no
podía tenerla, pero se iba, se fugaba, se perdía y era aquel sonido perdido
entre la nada, en el vacío de algún acantilado…
Y se detenía, y de nuevo tomaba aquel ritmo,
de nuevo viajaba sobre las blancas y las negras, de nuevo sus arañas parlantes
chismeaban diciendo los secretos ocultos jamás existidos, y aquel piano era el
canto de aquella sirena, y aquella melodía era la boca de aquella mujer, los
universos jamás
explotaron, transmitió las emociones con sus dedos, con su vida, la melancolía
la convertía en una alegría no efímera, a una alegría eterna, y era rítmica con
su compas y arrítmica con la vida, se adelantaba, tenía prisa, estaba ya a un
tramo grande de camino cuando apenas era joven, vivía la vida de una manera
acelerada, pero cuando se sentaba sobre aquel banco café oscuro y ponía sus
delicadas manos sobre las teclas, se calmaba, se relajaba, se iba hacia su paz
interior y era allí dónde demostraba su verdadero ser, su verdadera edad, su
alma real, era en aquel instante cuando ella sentía que la vida era su fiel acompañante, y ella, ella
simplemente se inspiraba en él, y él, bueno, él solo tenía de inspiración a ella,
y cuando la escuchaba tocar se enamoraba más, sentía que era feliz a lado de
ella, y que jamás terminaría aquella alegría, pero ella cometía errores al
tocar y esos errores terminaron con las notas de felicidad, pero recordaba, aun
pensaba en la manera en que observaba el teclado de manera delicada, tal cual
miró a los hijos que no tuvo y que él siempre soñó, y aún recuerda aquella
melodía sobre sus oídos, aún recuerda como aquel último adiós hizo que la
melodía se fuera volviendo tenue, la última nota de una melodía para toda la
vida.
No se había percatado pero ya había llegado a
la casa de su abuela, aquella casa que hace tiempo era de felicidad, esta vez
fue de tristeza y de recuerdos enterrados con el tiempo tras aquellas
estructuras caídas, tras aquellos hilos destrozados del pasado, porque así era
el tiempo, hacía estragos en la gente, los envejecía, los debilitaba, y después de un largo periodo de agonía los
mataba, como la historia de aquellos dos locos enamorados, de aquellos dos
seres que envejecían, se debilitaban, agonizaban y poco a poco se morían en el
suplemente de esta travesía sin rumbo alguno, ella una ocasión dijo…
-
¿Qué clase rompecabezas
estamos formando?
Era cierto lo que ella decía, esta era la
vida que habían construido juntos y cuando faltaba la última pieza de aquel
castillo, todo se derrumbó, gracias a una pluma que el viento del norte había
transferido, era eso, la venganza de los pecados acumulados que tuvieron que
pagar…
Avanzó hacia la casa de su abuela, y ahí
estaba el fantasma de ella, una señora gorda, obesa como una gran patriarca,
morena hasta de la sangre, chinos cabellos y labios que se crearon al ritmo de
la salsa, ahí estaba, sentada, meciéndose sobre una silla, pensando en la
comida que le debería de hacer a esa pequeña manada de lobos, a esos pequeños
seres que tenían su sangre…
A su lado se encontraba el fantasma del lobo
mayor que jamás había conocido, un señor delgado con la nariz tan grande, y tan
gorda que lo conocían como Don Bolas,
maestro de perros con educación universitaria, mirada perdida en la luna,
pensando en los últimos días de su vida, se voltearon a verlo y se despidieron de él con una sonrisa y
moviendo sus arrugadas manos de un lado a otro, con la sonrisa sobre su rostro
y la mirada en la vida que se acercaba a la muerte, así que pasaba un año más y
un año menos antes de su muerte.
Llegó al carro, visualizó por última vez la
casa, se despidió de ella como de todas las promesas que jamás se cumplieron y
que se fueron esparciendo como cúmulos de sangre en el ambiente.
Entro al carro, esta vez sin nada, sin
celular, sin los libros ya dejados, sin el peso, sin las penas, sin ella, sin
un año más, encendió el carro y se alejó de la sirena y el pirata murió.
Comenzó a avanzar hacia su destino y todo
cambiaba, el sol con la lluvia se mezclaba, la luna llegaba, un año más, un año
menos, y aún no podía olvidarla, seguía impregnado en él como ese libro que no
pudo dejar sobre el mar, ni en el pasado, lo tenía con él, no lo pudo soltar
después de cinco años…
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