miércoles, 1 de febrero de 2017

La avenida, capítulo 3: Los de al lado.

Los de al lado.


Y es así, después de abrir esa puerta, uno explora otros mundos, otras dimensiones, otras galaxias.

¿Cuántos de nosotros no conocemos a los de al lado?

Una cuestión que me habían hecho los otros, y es cierto que los conocemos, quizás no estén pegados, ni juntados, pero si a la derivada como pequeñas águilas a punto de cazar, la primera comida de la mañana, el almuerzo o el desayuno, no importa, el punto es comer a primera hora del día. Siempre a la espera, aunque realmente no estén esperando absolutamente nada.

Entonces cuando llegan a aparecer esas águilas, esas quimeras por doquier, Agustín salé en mi defensa, él es sereno y amable, rara vez aparece Daniel, muy amoroso, muy apacible, muy cariñoso, pero en ocasiones algún otro surge, no me dicen su nombre, pero les tengo que poner uno para no confundirme entre tantas personas, el agresivo, el irrespetuoso, el para nada cordial aparece, y se asustan los de al lado cuando lo ven. Le he puesto Sebastián, el nombre del demonio que se ha robado una luna en la estación de otoño. Él se comporta como ellos, siempre buscando a quién asechar, a quién comer, a quién arruinarle el día. Queriendo destruir todo aquello que se encuentra a nuestro alrededor, a veces quisiera impedírselo, detenerlo, sujetarlo, pero es tan igual a los demás que no logro contenerlo, es por ello que no permito que los Otros salgan, así puedo estar en la brecha neutra entre los de al lado y los del otro lado. Pero aunque busco excusas para sentirme mejor, no lo logro, al final ellos no son tan diferente de todos nosotros, para ellos somos desconocidos, y ellos son desconocidos para nosotros. Y cierto, somos humanos hasta cierto límite, tenemos familia como  todos, quizás viva, quizás muerta, tenemos sentimientos, frustraciones, sueños, ilusiones, perversiones, anhelos, tenemos todo eso que nos hace pertenecer a una civilización. Por ello prefiero ser neutral, y así ponerme a filosofar, a sentirme inteligente e importante, a sentirme querido por Agustín, Daniel, Sebastián, o algún Otro que se encuentre en mi camino.

La gente vive entre peleas, conflictos y violencia, como los del departamento dos, que todas las noches y parte de la madrugada se escuchan sus reclamos, aquellos gritos que salen expulsados por un alma en pena, es como encerrar un canario en un cuarto blanco sin ventanas, sin haberlo escuchado nunca cantar, después hacer un pequeño orifico en aquel cuarto, y escuchar su tormentoso chiflido que nunca practicó con su manada. Esa agonía ahogada en un enojo, en un reclamo, ese grito es bestial para los vecinos que tratamos dormir de vez en cuando. También en aquellas noches de pelea, escucho los fuerte golpes que atesoran los humanos, aquellos golpes que gustan de romper almas, pero no rompen nada porque el sentimiento no es el adecuado para destruir, los reclamos, todo aquella sinfonía de dolor penetra en los sueños y atormenta las pesadillas, son una perplejidad para los cuartos. Es bueno, casi no los veo, ni siquiera me llevo con ellos, pero los escucho con mucha frecuencia, al menos cuatro veces a la semana están presentes. He visto a la chica más que al joven, pero ni siquiera sé su nombre, es como una pequeña doncella, claro, no como la que yo sueño, como aquella que me partió el corazón ayer en la noche, pero sin duda alguna, mi vecina es una dama con gran hermosura, de estatura pequeña como los principios de su relación, quizás, un metro con sesenta centímetros. Cuando los Otros me mandan a Juan, entonces todo comienza a formar parte de una geometría sensual a los ojos de él, me dice que la doncella hermosa sin nombre es una chica muy sexy, con un cuerpo que su esposo, pareja o novio disfruta en la cama cada mañana, cada atardecer, cada anochecer, pero que eso no importa, porque la cama solo es cuestión de algún pequeño momento, que eso no soporta el peso sentimental que rienda sobre la pareja, que no es abstracto el concepto del sexo cuando se compara con el del amor, y que ese es el motivo de la pelea, que el amor no existe en esa pareja, y que por ello no encuentran su estabilidad emocional, que solamente pueden ser felices durante la cama, pero cuando eso desaparece, todo se olvida, es decir, el amor a los ojos de Juan no existe, solo es una mera mentira que dura días y por suerte, meses. Y ese amor de meses se le acabó a los vecinos del departamento dos, y yo no le pongo mucha atención a Juan, pues él nunca ha amado, solamente ha apreciado el arte del sexo.

El esposo, novio, pareja de aquella joven misteriosa, era robusto, corpulento como un oso, de tez morena como la arena de la playa, poseía una fuerza abismal, podía soportar una pelea con dos hombres, pero a pesar de ser todo eso, le faltaba amor. Y es curioso, como a pesar de que la gente llega a pensar que tiene todo, les falta más de lo que uno puede imaginar, somos una especie de agujeros negros que solo absorbemos, y tenemos sed de más, de más, de más, y nunca nos sentimos satisfechos con todo lo que tenemos a nuestro alrededor, al menos yo, extraño a la doncella que huyó de mis sueños.

Los vecinos del dos con sus peleas, pero los vecinos del seis eran otro mundo…

Los vecinos del seis, claro, los vecinos de al lado, o los de al lado de ellos, no importa dónde se ubiquen, siempre serán los del seis aquellos que me han brindado despojos de amargura. Ellos son tres personas absolutamente jóvenes, más que yo, lamentablemente. Sus nombres fueron olvido, realmente nunca me importaron como tal, ni siquiera su esencia me llegó a interesar, pero Agustín y Juan llegaron a conocerlos, inclusive si no mal recuerdo les presenté a Daniel, así que al menos fueron algo en mi vida, les di a conocer a los Otros seres que muy pocos conocían. Ellos siempre hacían sus fiestas, alcohol, cigarro, drogas, y ocultaban sus penas, sus traumas, sus delirios, sus deseos, eran solo una etiqueta de botella, un filtro del cigarro, una porción de su droga, pero al igual que ellos nosotros no somos diferentes, se enamoraron, y ese día de aceptación llegó y nunca me lo pude creer, pues era jóvenes que tenían todo, atletas, altos, fuertes, de alto índice de conocimiento, blasfemos, presumidos, fresas, estudiantes, bebedores por diversión, fumadores descarriados, violentos, hasta llegué a creer que Sebastián podía caerles mejor que yo, pero nunca lo quise presentar, no quise que se perdiera entre los escombros que ellos ignoraban. Tenían todo y nunca fueron capaces de enamorarse, al menos en mi mente, tuvimos fiestas, celebraciones, comidas, bailes, convivencia, juegos, tuvimos de todo y de todo aquello nunca tuve nada. Ahora que recuerdo, hasta Juan tenía celos de ellos, y es que durante la semana, cada noche, se escuchaban sonetos de gemidos de chicas que intercambiaban entre ellos, cada noche una mujer diferente, cada día una chica celestial, pues a pesar de ser libertinos, eran selectivos, dotados y burgueses hasta donde la coronilla les permitía. Eran bohemios, eran jóvenes disfrutando de la vida, eran los vecinos del departamento del seis.

Pero todos aquellos vecinos aún quedaban muy lejos de mí, y es que así todos tenemos gente por allá, o más allá, o por acá, o en otros rumbos que la gente visita, pero siempre los que están al pie de la puerta son los que quedan justo al lado, esos que solo se la pasan esperando a que salgas para poder meterte un pie. Y así son los vecinos que se encuentran al extremo de la puerta, ellos que se pelean en Francés, aquellos que gimen por toda la cocina en las madrugadas, aquellos que dejan un mal olor en la cocina por su merienda asquerosa, los que tocan la puerta para quejarse de todo, los que hacen ruido, los que simplemente si a ellos les molesta algo, van y demandan, pero si ellos molestan los demás no dicen nada, esos vecinos son los de al lado, los que viven en su caos peor que el mío.

Es así que abrir la puerta todos los días era una verdadera osadía, un verdadero afán, una obra magnifica de arte, porque pasando esa puerta era como entrar en un bosque oscuro, y allá en esa pequeña oscuridad en lo brumoso del bosque se puede observar los diminutos ojos que no se apartan de mi cuerpo, me sentía desnudo ante aquellas miradas, vulnerable, débil, y al mismo tiempo debía de cuidar donde pisar porque el tropiezo es lo que ellos esperan. Recuerdo que hace días me quejé con Daniel, Agustín, Sebastián, Juan y los Otros, pero ellos me dijeron que no les afectaban, que realmente nadie podía poner los ojos sobre ellos porque son una eminencia perfecta cada uno en su propia galaxia. También dicen que van muy bien disfrazados, maquillados y amoldados que ningún ojo se ha posado sobre ellos.

Por cierto, son de estos seres de los que uno se debe de cuidar, de esa gente que está al lado de uno,  porque ellos solo esperan a que te des media vuelta para clavarte un puñal por la espalda, como las pesadillas disfrazadas de sueños. Pero esto no solamente ocurre en departamentos con gente tan desconocida como nosotros, también ocurre en casas familiares, allá dónde tienes a una madre, un padre, un hermano, una hermana, un perro, un gato, un ser que es capaz de clavarte un puñal, lo peor, es que ellos no se cansan y te comienzan a clavar  más puñales, uno tras otro, otro tras uno. Pero también esto no ocurre siempre al lado, también al otro extremo, arriba, abajo, hacia dentro, hacia fuera, en todas direcciones, es una guerra consecutiva sin descanso alguno, y solamente algunos soldados, bueno, al menos pocos sobreviven. Creo que también nos deberíamos de cuidar hasta del viento, muchas cosas pueden ocurrir, muchas sin fin y otras continuas.

Ahora siento que debería de ocultarme como un pequeño animalito indefenso, esperando el acecho de mi presa, y quizás todos deberíamos de vivir en el universo inventado, sin explorar, porque entonces ahí es dónde están las traiciones, las mentiras, los dolores, las heridas, es ahí donde el mal radica…

Los de al lado son seres que te pueden acorralar, pero está tarde descubrí algo peor que una traición…



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