jueves, 5 de enero de 2017

En las profundidades de Mar.

En las profundidades de Mar.


Fue en una noche de eterno amor, las estrellas gobernaban el majestuoso cielo, era nocturno, o pseudo-nocturno ya que a lo lejos se veía como el Sol se escondía de aquella pareja enamorada.  La luna detrás de algunas nubes se ocultaba, veía de reojo, veía como se producía la escena quizás no perfecta pero si la ideal para aquella ocasión.

Ellos se encontraban en pleno cortejo, ella tan majestuosa como siempre. Tan hermosa como estas letras que se plasman sobre una hoja sin destino, sobre una tinta que escurría dentro de ella, sus ojos presentaban una osadía celestial, en ellos se podían ver las puertas hacia un paraíso que nadie conocía, que nadie había descrito, que nadie había explorado. Su piel deslumbraba como una luciérnaga la clara noche, piel tan suave como la de un recién nacido, blanca, transparente como el alma que muy pocos hombres pudieron ver, mejillas que eran pequeñas colchas para un demonio o para un serafín, era deslumbrante, no me cansaría de decirlo, pero también cómo olvidarse de sus manos que me arrastraban al pecado, era la acompañante hacia lo inesperado de aquella noche, hacia lo profundo de las tinieblas que en cada suspiro se puede convertir en un paraíso. Su andar, nunca olvidaré su andar, esas caderas cordilleras para un río de leche que pasaba entre sus senos en forma de montañas, esas montañas que en la cúspide daban a brote pequeños frutos parecidos a las uvas, más debajo de aquellas montañas estaba la cintura, cintura majestuosa donde se creaba el universo, donde comenzaba la pasión. Pronto podría observar aquellas puertas que protegía el Cancerbero. Atrás de ella, unas duras y grandes nalgas, tan firmes que me ocultaba en ellas en tardes de lluvia, en noches de frío, era majestuosa esa mujer, de piernas firmes y hermosas y lizas, ella era perfecta como aquella noche, como esta pareja. Pies tan cálidos,  tan fríos al mismo tiempo, tantas huellas dejaba por mi alma, por el camino hacia un destino o hacia un destierro que nadie comprendía o entendía, como estas letras hechas poesía, como está poesía hecha cuento.

Él, en cambio, era todo lo contrario, un precursor del Fantasma de la Opera, algún tipo de Frankestein, quizás también llegaba acoplarse a una Bestia, no lo sabría describir de manera tan enigmática porque sería complejo para el ojo humano y más aún para el cerebro humano, pero no era atractivo, en absoluto, era un fealdad a lado de aquella Diosa. Tenía una formidable espalda, era robusto como los grandes árboles de un inmenso bosque, más alto que el promedio, inclusive a ella le ganaba quizás por unos veinte centímetros, la piel de aquel joven no era transparente, ni siquiera blanca, ni siquiera cálida, siempre era fresca, piel canela, sudor con olor y sabor dulce, era un total equilibrio como la naturaleza, como la vida, era una mezcla de Dios y Satán, de vida y muerte. Era realmente una catástrofe por fuera, pero por dentro, florecían grandes y hermosos sentimientos, sinceros sin piedad, lealtad, honradez, era el joven perfecto para aquella Madamcita perfecta, estaban hechos el uno para el otro, el otro para el uno, él carecía de lo que ella exageraba, ella carecía de lo que él exageraba, eran las piezas del rompecabezas que formaban una figura sin sentido, porque eso eran ellos dos, una irracionalidad y una ilógica verdad haciendo una mezcla insólita de pasión, amor y lujuria. 

Aquella noche era especial para ellos, caminaban juntos de la mano hacia el mar, sentía sobre sus pies descalzos la suave arena, la brisa rosaba la piel de ambos, al menos la que estaba al descubierto. Ella llevaba un vestido de bodas recién estrenado después de una gran fiesta, un vestido de la mejor calidad para aquella mujer, con el velo ya perdido, con los guantes aún puestos, descubierto de las piernas para ser la envidia de los invitados. Él, bueno, traía el habitual traje de casados, negro para hacer el complemento perfecto de su esposa, representaba la parte oscura de la relación, representaba el equilibrio de aquella nueva pareja a los ojos de un Dios. Ambos caminaban sin rumbo alguno, felices como pequeños niños del bosque mágico, insólitos en el amor que profanaban, majestuosos en los secretos que nunca escondieron, eran la pareja perfecta porque así poco a poco y lentamente fueron creciendo, desde novios, desde pequeños, desde aquellas aventuras que pasaron juntos, desde aquellas experiencias que los hicieron complementos, ellos eran simplemente ellos, dos parejas que formaban un solo ser, dos personas que se entendían, que sabían salir del acantilado cuando no había punto de apoyo ni escalera que les facilitara las cosas.

Más allá de aquella pareja recién casados se podía ver el mar, hermoso mar sereno que se encontraba en la costa de algún maravilloso país, de algún bello estado. Azul transparente que reflejaba la luz lunar, dentro de él todo era desconocido como dentro de aquella pareja, pero hermoso sin duda alguna, hermosa naturaleza que cubría ese recinto, en ese preciso momento, en ese pequeño instante, en el cual los Dioses de todas las religiones se rigieron para complacer una pareja más de un mundo desconocido. El mar sin duda alguna culminaría con el relato de esta pareja enamorada, de esta naturaleza hecha historia.

Seguían caminando en dirección hacia la Luna, él quería caminar en dirección al Sol, pero ella lo guiaba por el mejor camino, él solamente le acompañaba lado a lado, era la costilla que le habían quitado en el nacimiento, de pronto se detuvieron y se miraron fijamente a los ojos, él se perdió en sus pupilas, él vio las puertas hacia el paraíso, hacia un paraíso que él solo pudo entrar, ella miraba los ojos de él, y también se perdía en la sinceridad que siempre le había brindado, pasaron eternidades viéndose, porque el tiempo es relativo para los enamorados, el tiempo pasa tan lento y tan rápido cuando amas, y ellos, ellos amaban con todo el corazón, el alma y el cuerpo. Él le soltó la mano y con ambas manos tomó la cintura de su amada, la sostuvo con mucha fuerza pues no quería que se fuera de su lado, no quería que partiera hacia otro destino, él tenía mucho miedo de perderla, mucho miedo de que el viento se la quitara. Ella, ella se sentía protegida, al momento que él colocaba sus manos ella se estremecía y pegaba su cuerpo al de él, se sentía suya y solamente de él y de nadie más, ella enloquecía al saber que él enloquecía por ella. De pronto ambos acercaron sus labios lentamente, y se besaron con una lentitud como viendo pasar los segundos, los instantes, aquel beso no fue diferente al primero que se dieron, aquel beso de verdad y no aquel robado, aquel beso donde aportas todo el amor que tienes, donde demuestras con un acto que quieres estar al lado de una persona por siempre, un beso que prendió la llama de la pasión, él comenzaba a deslizar la mano por la espalda de la mujer, llegaba a sus mejillas y la acariciaba con tanta ternura, la acariciaba como si tuviera miedo de romperla, ella en cambio, ponía sus manos sobre la cintura de él y lo atraía hacia ella, con una euforia llena de amor, de pasión y de lujuria.

Intercambiaron poco después fluidos labiales, y la llama seguía encendida y así poco a poco como se quema la leña en plena fogata la llama comenzaba a tomar vida, se ponía más incandescente. Las manos de él empezaban a quitar lentamente el vestido de bodas, y las manos de ellas sin duda alguna comenzaban a quitar el traje de él. Ambas ropas caían lentamente por la arena, y es así como caían todos los problemas, todos los errores, todos los malos tragos que habían pasado hasta aquel momento, es así como todo se quedaba en el olvido, es así como aquellas prendas fueron olvidadas en aquel mar, es así como ahora recuerdan aquel acto de valentía como un desapego hacia lo material, porque ellos no se amaban por el físico, no se amaban por lo material, ellos se amaban por lo que eran, por lo que son, por lo que fueron, por lo que serán, ellos tenían puro amor, y el amor puro los fue consumiendo en aquella noche de bodas, en aquella noche donde solo fueron testigos, la Luna, el Sol, el mar y la arena…

Se vieron por primera vez desnudos, al menos fue la primera vez que se vieron desnudos como esposos, por leyes de la vida, por leyes de los Dioses, por leyes de la muerte, se pertenecían. Ella vio aquel danzante cuerpo desnudo, vio el cuerpo de su mujer, la excitación de tener a una mujer perfecta, absolutamente tan perfecta que ni Venus o Afrodita se le comparaban, veía como el reflejo de la luna pegaba sobre sus largos cabellos, como aquellos ojos se iluminaban de una poco de vergüenza, como aquellos pechos estaban firmas a pesar de la gravedad, y observaba todo el cuerpo, lentamente y sin dejar un detalle pasar, era perfecta a los ojos de él y de nadie más, pues él la amaba desnuda, transparente, sin dudas, sin miedos, solo siendo ella. Ella, lo vio desnudo, y supo que la perfección no radicaba en lo físico, sabía que la perfección la tenía él no en su cuerpo, sino en el mismo, y al verlo desnudo comprendió que siempre quería verlo así, sin secretos, sin dudas, sin miedos, sin fantasmas y sin cruces, su cuerpo no era una escultura griega, pero era lo mejor que ella había visto, porque simple y sencillamente también estaba enamorada.

Ambos contemplaron sus cuerpos desnudos como si hubiesen sido obras de arte, ambos se entendían. Él de nuevo se dispuso a besarla, y ella correspondió el acto, poco tiempo después, la tomó sobre la cintura y la cargó, ella abrió las piernas y las rodeó sobre el torso de él, el beso seguía alimentando aquella llama que estaba cambiando a un color azulado. Sus miembros tenían contacto el uno con el otro, el de él, se dilataba por la fuerte llama, el de ella escurría lágrimas de felicidad. Poco tiempo después, la acostó sobre la arena, le dejó de besar, le miró fijamente a los ojos y supo que era prisionero de su amor, de ella, y que nadie más podía salvarle de la eternidad que le esperaba a su lado. Ella también lo vio a los ojos y sabía que solo quería ser de él, que nadie más podía adentrarse a las profundidades de su ser, al mismo tiempo con tal sincronía, ambos derramaron lágrimas de felicidad. Comenzó a pasar su mano lentamente por el cuello de su esposa, ella se estremecía por cada tacto, y de vez en cuando suspiraba, y gemía, él seguía bajando su mano lentamente hasta pasar por alguno de sus senos, lo exploraba y con la yema de sus dedos trazaba un contorno circular alrededor de sus montañas, hacía una espiral lentamente hasta culminar con la uva que estaba excitada, le apretaba lentamente aquella parte de su cuerpo y ella cerraba los ojos y gemía más y suspiraba más, con la otra mano hacía el mismo proceso pero con el seno contrario. Después, acercó su lengua a cada uva para lubricarlas y así poder explotar a su amante, ella sin duda alguna se retorcía, gemía y suspiraba, un acto que se repetía con más frecuencia y con mayor potencia. Ella en aquellos breves actos acariciaba el cabello de su amante y la espalda también, para ella era tocar una melodía más en un piano que no conocía, sin embargo, sabía componer grandes notas al anochecer.

De nuevo, comenzó a bajar lentamente la mano hacia el sexo de ella y una vez llegando ahí, acariciaba esa pieza clave que estaba entre sus labios, ella escurría un lecho sobre su miembro, y seguía escurriendo como si su tubería interna se hubiese roto. Después de tantas caricias, de nuevo vuelve a mirarle, y ella lo mira, ambos se pierden en la llama azul y él procede a penetrarla, y por primera vez en su vida como esposos, se sienten el uno al otro, se sienten en las profundidades de sus cuerpos, en la calidez de cada uno, y ella cierra los ojos porque se ha ido al paraíso, y el cierro los ojos porque ha entrado a las tinieblas, ella gime y suspira, él gime y suspira, y el mayor acto de amor comienza a tomar ritmo, a tomar las riendas de un sexo lleno de pasión, amor y lujuria. Acarician sus cuerpos completamente, pasa sus manos sobre las nalgas de su amada, sobre las piernas, sobre los brazos, sobre la cintura, sobre sus senos, sobre su cuello, sobre su cabello, ella pasa sus manos por la espalda, por las caderas, por el cabello, por el pecho, por las piernas, por las nalgas, ellos crean el ying y el yang, ellos crean una metamorfosis única, una obra en la playa, los amantes bajo la luz lunar, los amantes en el mar, él sobre Mar. 

Es así como la boda termina, él se viene dentro de ella, ella explota por dentro y se viene fuera de él. Los fluidos de ambos seres que emanan amor se mezclan para crear o germinar una semilla, de los fluidos se crea la vida, de los fluidos se crea el amor, de los fluidos se crea el destino compartido. Ella sabe que será Madre, él ya sabe que es Padre, y es así como la boda de unos amantes locos por la pasión, lujuria y amor, dan vida a un sueño, a una ilusión, a una realidad, que les hace tener ansias de Victoria, puesto que eso es parte de su vida, parte de su destino, parte de sus planes.

Él descansa sobre el cuerpo de ella, ella descansa sobre la arena, y es así como el mar y Mar se unen al final de esta historia que terminará en la creación de una gran Victoria, una Victoria que tendrá una villa llena de lobos que solo pocos locos podrán entender.

Es así como un ser irracional ha explorado en las profundidades de Mar, porque solo él, absolutamente él, puede hacerlo…


Y la llama siguió encendida por la eternidad, y es azul, y jamás nadie, nadie la podrá apagar. Esta es la historia que se cuenta a la orilla de un mar, en las profundidades mismas, de una pareja de enamorados que nunca se pudieron separar.  


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