En
las profundidades de Mar.
Fue
en una noche de eterno amor, las estrellas gobernaban el majestuoso cielo, era
nocturno, o pseudo-nocturno ya que a
lo lejos se veía como el Sol se escondía de aquella pareja enamorada. La luna detrás de algunas nubes se ocultaba,
veía de reojo, veía como se producía la escena quizás no perfecta pero si la
ideal para aquella ocasión.
Ellos
se encontraban en pleno cortejo, ella tan majestuosa como siempre. Tan hermosa
como estas letras que se plasman sobre una hoja sin destino, sobre una tinta
que escurría dentro de ella, sus ojos presentaban una osadía celestial, en
ellos se podían ver las puertas hacia un paraíso que nadie conocía, que nadie
había descrito, que nadie había explorado. Su piel deslumbraba como una
luciérnaga la clara noche, piel tan suave como la de un recién nacido, blanca,
transparente como el alma que muy pocos hombres pudieron ver, mejillas que eran
pequeñas colchas para un demonio o para un serafín, era deslumbrante, no me
cansaría de decirlo, pero también cómo olvidarse de sus manos que me
arrastraban al pecado, era la acompañante hacia lo inesperado de aquella noche,
hacia lo profundo de las tinieblas que en cada suspiro se puede convertir en un
paraíso. Su andar, nunca olvidaré su andar, esas caderas cordilleras para un
río de leche que pasaba entre sus senos en forma de montañas, esas montañas que
en la cúspide daban a brote pequeños frutos parecidos a las uvas, más debajo de
aquellas montañas estaba la cintura, cintura majestuosa donde se creaba el
universo, donde comenzaba la pasión. Pronto podría observar aquellas puertas
que protegía el Cancerbero. Atrás de ella, unas duras y grandes nalgas, tan
firmes que me ocultaba en ellas en tardes de lluvia, en noches de frío, era
majestuosa esa mujer, de piernas firmes y hermosas y lizas, ella era perfecta
como aquella noche, como esta pareja. Pies tan cálidos, tan fríos al mismo tiempo, tantas huellas
dejaba por mi alma, por el camino hacia un destino o hacia un destierro que
nadie comprendía o entendía, como estas letras hechas poesía, como está poesía
hecha cuento.
Él,
en cambio, era todo lo contrario, un precursor del Fantasma de la Opera, algún tipo de Frankestein, quizás también llegaba acoplarse a una Bestia, no lo sabría describir de manera
tan enigmática porque sería complejo para el ojo humano y más aún para el
cerebro humano, pero no era atractivo, en absoluto, era un fealdad a lado de
aquella Diosa. Tenía una formidable espalda, era robusto como los grandes
árboles de un inmenso bosque, más alto que el promedio, inclusive a ella le
ganaba quizás por unos veinte centímetros, la piel de aquel joven no era
transparente, ni siquiera blanca, ni siquiera cálida, siempre era fresca, piel
canela, sudor con olor y sabor dulce, era un total equilibrio como la
naturaleza, como la vida, era una mezcla de Dios y Satán, de vida y muerte. Era
realmente una catástrofe por fuera, pero por dentro, florecían grandes y
hermosos sentimientos, sinceros sin piedad, lealtad, honradez, era el joven
perfecto para aquella Madamcita
perfecta, estaban hechos el uno para el otro, el otro para el uno, él carecía
de lo que ella exageraba, ella carecía de lo que él exageraba, eran las piezas
del rompecabezas que formaban una figura sin sentido, porque eso eran ellos
dos, una irracionalidad y una ilógica verdad haciendo una mezcla insólita de
pasión, amor y lujuria.
Aquella
noche era especial para ellos, caminaban juntos de la mano hacia el mar, sentía
sobre sus pies descalzos la suave arena, la brisa rosaba la piel de ambos, al
menos la que estaba al descubierto. Ella llevaba un vestido de bodas recién
estrenado después de una gran fiesta, un vestido de la mejor calidad para
aquella mujer, con el velo ya perdido, con los guantes aún puestos, descubierto
de las piernas para ser la envidia de los invitados. Él, bueno, traía el
habitual traje de casados, negro para hacer el complemento perfecto de su
esposa, representaba la parte oscura de la relación, representaba el equilibrio
de aquella nueva pareja a los ojos de un Dios. Ambos caminaban sin rumbo
alguno, felices como pequeños niños del bosque mágico, insólitos en el amor que
profanaban, majestuosos en los secretos que nunca escondieron, eran la pareja
perfecta porque así poco a poco y lentamente fueron creciendo, desde novios,
desde pequeños, desde aquellas aventuras que pasaron juntos, desde aquellas
experiencias que los hicieron complementos, ellos eran simplemente ellos, dos
parejas que formaban un solo ser, dos personas que se entendían, que sabían
salir del acantilado cuando no había punto de apoyo ni escalera que les
facilitara las cosas.
Más
allá de aquella pareja recién casados se podía ver el mar, hermoso mar sereno
que se encontraba en la costa de algún maravilloso país, de algún bello estado.
Azul transparente que reflejaba la luz lunar, dentro de él todo era desconocido
como dentro de aquella pareja, pero hermoso sin duda alguna, hermosa naturaleza
que cubría ese recinto, en ese preciso momento, en ese pequeño instante, en el
cual los Dioses de todas las religiones se rigieron para complacer una pareja
más de un mundo desconocido. El mar sin duda alguna culminaría con el relato de
esta pareja enamorada, de esta naturaleza hecha historia.
Seguían
caminando en dirección hacia la Luna, él quería caminar en dirección al Sol,
pero ella lo guiaba por el mejor camino, él solamente le acompañaba lado a
lado, era la costilla que le habían quitado en el nacimiento, de pronto se
detuvieron y se miraron fijamente a los ojos, él se perdió en sus pupilas, él
vio las puertas hacia el paraíso, hacia un paraíso que él solo pudo entrar,
ella miraba los ojos de él, y también se perdía en la sinceridad que siempre le
había brindado, pasaron eternidades viéndose, porque el tiempo es relativo para
los enamorados, el tiempo pasa tan lento y tan rápido cuando amas, y ellos,
ellos amaban con todo el corazón, el alma y el cuerpo. Él le soltó la mano y
con ambas manos tomó la cintura de su amada, la sostuvo con mucha fuerza pues
no quería que se fuera de su lado, no quería que partiera hacia otro destino,
él tenía mucho miedo de perderla, mucho miedo de que el viento se la quitara.
Ella, ella se sentía protegida, al momento que él colocaba sus manos ella se
estremecía y pegaba su cuerpo al de él, se sentía suya y solamente de él y de
nadie más, ella enloquecía al saber que él enloquecía por ella. De pronto ambos
acercaron sus labios lentamente, y se besaron con una lentitud como viendo
pasar los segundos, los instantes, aquel beso no fue diferente al primero que
se dieron, aquel beso de verdad y no aquel robado, aquel beso donde aportas
todo el amor que tienes, donde demuestras con un acto que quieres estar al lado
de una persona por siempre, un beso que prendió la llama de la pasión, él
comenzaba a deslizar la mano por la espalda de la mujer, llegaba a sus mejillas
y la acariciaba con tanta ternura, la acariciaba como si tuviera miedo de
romperla, ella en cambio, ponía sus manos sobre la cintura de él y lo atraía
hacia ella, con una euforia llena de amor, de pasión y de lujuria.
Intercambiaron
poco después fluidos labiales, y la llama seguía encendida y así poco a poco
como se quema la leña en plena fogata la llama comenzaba a tomar vida, se ponía
más incandescente. Las manos de él empezaban a quitar lentamente el vestido de
bodas, y las manos de ellas sin duda alguna comenzaban a quitar el traje de él.
Ambas ropas caían lentamente por la arena, y es así como caían todos los
problemas, todos los errores, todos los malos tragos que habían pasado hasta
aquel momento, es así como todo se quedaba en el olvido, es así como aquellas
prendas fueron olvidadas en aquel mar, es así como ahora recuerdan aquel acto
de valentía como un desapego hacia lo material, porque ellos no se amaban por
el físico, no se amaban por lo material, ellos se amaban por lo que eran, por
lo que son, por lo que fueron, por lo que serán, ellos tenían puro amor, y el
amor puro los fue consumiendo en aquella noche de bodas, en aquella noche donde
solo fueron testigos, la Luna, el Sol, el mar y la arena…
Se
vieron por primera vez desnudos, al menos fue la primera vez que se vieron
desnudos como esposos, por leyes de la vida, por leyes de los Dioses, por leyes
de la muerte, se pertenecían. Ella vio aquel danzante cuerpo desnudo, vio el
cuerpo de su mujer, la excitación de tener a una mujer perfecta, absolutamente
tan perfecta que ni Venus o Afrodita se le comparaban, veía como el reflejo de
la luna pegaba sobre sus largos cabellos, como aquellos ojos se iluminaban de
una poco de vergüenza, como aquellos pechos estaban firmas a pesar de la
gravedad, y observaba todo el cuerpo, lentamente y sin dejar un detalle pasar,
era perfecta a los ojos de él y de nadie más, pues él la amaba desnuda,
transparente, sin dudas, sin miedos, solo siendo ella. Ella, lo vio desnudo, y
supo que la perfección no radicaba en lo físico, sabía que la perfección la
tenía él no en su cuerpo, sino en el mismo, y al verlo desnudo comprendió que
siempre quería verlo así, sin secretos, sin dudas, sin miedos, sin fantasmas y
sin cruces, su cuerpo no era una escultura griega, pero era lo mejor que ella
había visto, porque simple y sencillamente también estaba enamorada.
Ambos
contemplaron sus cuerpos desnudos como si hubiesen sido obras de arte, ambos se
entendían. Él de nuevo se dispuso a besarla, y ella correspondió el acto, poco
tiempo después, la tomó sobre la cintura y la cargó, ella abrió las piernas y
las rodeó sobre el torso de él, el beso seguía alimentando aquella llama que
estaba cambiando a un color azulado. Sus miembros tenían contacto el uno con el
otro, el de él, se dilataba por la fuerte llama, el de ella escurría lágrimas
de felicidad. Poco tiempo después, la acostó sobre la arena, le dejó de besar,
le miró fijamente a los ojos y supo que era prisionero de su amor, de ella, y
que nadie más podía salvarle de la eternidad que le esperaba a su lado. Ella
también lo vio a los ojos y sabía que solo quería ser de él, que nadie más
podía adentrarse a las profundidades de su ser, al mismo tiempo con tal
sincronía, ambos derramaron lágrimas de felicidad. Comenzó a pasar su mano
lentamente por el cuello de su esposa, ella se estremecía por cada tacto, y de
vez en cuando suspiraba, y gemía, él seguía bajando su mano lentamente hasta
pasar por alguno de sus senos, lo exploraba y con la yema de sus dedos trazaba
un contorno circular alrededor de sus montañas, hacía una espiral lentamente
hasta culminar con la uva que estaba excitada, le apretaba lentamente aquella
parte de su cuerpo y ella cerraba los ojos y gemía más y suspiraba más, con la
otra mano hacía el mismo proceso pero con el seno contrario. Después, acercó su
lengua a cada uva para lubricarlas y así poder explotar a su amante, ella sin
duda alguna se retorcía, gemía y suspiraba, un acto que se repetía con más
frecuencia y con mayor potencia. Ella en aquellos breves actos acariciaba el
cabello de su amante y la espalda también, para ella era tocar una melodía más
en un piano que no conocía, sin embargo, sabía componer grandes notas al
anochecer.
De
nuevo, comenzó a bajar lentamente la mano hacia el sexo de ella y una vez
llegando ahí, acariciaba esa pieza clave que estaba entre sus labios, ella
escurría un lecho sobre su miembro, y seguía escurriendo como si su tubería
interna se hubiese roto. Después de tantas caricias, de nuevo vuelve a mirarle,
y ella lo mira, ambos se pierden en la llama azul y él procede a penetrarla, y
por primera vez en su vida como esposos, se sienten el uno al otro, se sienten
en las profundidades de sus cuerpos, en la calidez de cada uno, y ella cierra
los ojos porque se ha ido al paraíso, y el cierro los ojos porque ha entrado a
las tinieblas, ella gime y suspira, él gime y suspira, y el mayor acto de amor
comienza a tomar ritmo, a tomar las riendas de un sexo lleno de pasión, amor y
lujuria. Acarician sus cuerpos completamente, pasa sus manos sobre las nalgas
de su amada, sobre las piernas, sobre los brazos, sobre la cintura, sobre sus
senos, sobre su cuello, sobre su cabello, ella pasa sus manos por la espalda,
por las caderas, por el cabello, por el pecho, por las piernas, por las nalgas,
ellos crean el ying y el yang, ellos crean una metamorfosis única, una obra en
la playa, los amantes bajo la luz lunar, los amantes en el mar, él sobre Mar.
Es
así como la boda termina, él se viene dentro de ella, ella explota por dentro y
se viene fuera de él. Los fluidos de ambos seres que emanan amor se mezclan
para crear o germinar una semilla, de los fluidos se crea la vida, de los
fluidos se crea el amor, de los fluidos se crea el destino compartido. Ella
sabe que será Madre, él ya sabe que es Padre, y es así como la boda de unos
amantes locos por la pasión, lujuria y amor, dan vida a un sueño, a una
ilusión, a una realidad, que les hace tener ansias de Victoria, puesto que eso es parte de su vida, parte de su destino,
parte de sus planes.
Él
descansa sobre el cuerpo de ella, ella descansa sobre la arena, y es así como
el mar y Mar se unen al final de esta
historia que terminará en la creación de una gran Victoria, una Victoria que
tendrá una villa llena de lobos que solo pocos locos podrán entender.
Es
así como un ser irracional ha explorado en las profundidades de Mar, porque solo él, absolutamente él,
puede hacerlo…
Y
la llama siguió encendida por la eternidad, y es azul, y jamás nadie, nadie la
podrá apagar. Esta es la historia que se cuenta a la orilla de un mar, en las
profundidades mismas, de una pareja de enamorados que nunca se pudieron
separar.
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