sábado, 28 de enero de 2017

La avenida, capítulo 2: El cuarto, la monotonía y el amor.

El cuarto, la monotonía y el amor.


Cuando uno despierta debe poner los pies sobre la realidad…

Aquella mañana era fría como este sentimiento, el ambiente se tornaba fresco pues se acercaba poco a poco la estación otoñal, estaba nublado y se podía deslumbrar por la ventana aquel día tan deprimente como yo. Y de nuevo, como todas las mañanas, me levantaría de mi cama rodeada de un cuarto con cuatro paredes blancas, sin chiste, sin alegría, sin nada, y a mi costado aquella ventana que siempre daba hacia un patio inexistente forjado por escaleras que retumbaban cada vez que alguien las subía. Eran esas escaleras pequeñas toques de guerra, como una marcha de pequeños seres ocultos tras las paredes, con cada paso que una ser daba, se escuchaba: ¡Pum!, ¡chaz!, ¡pum!, ¡chaz!, así repetitivamente hasta que la persona llegaba a su destino.

Esa mañana abrí los ojos y miré completamente el techo, que también, es blanco. Después de algunas eternidades de perdición en los laberintos del pensamiento, fijé mi mirada hacia aquel foco que estaba en el centro de la habitación, se encontraba apagado, no presentaba emoción alguna, y por lo tanto, el cuarto se cubría de una pequeña niebla oscura y espesa que no permitía ver realmente que era real y que era un sueño. Veía el foco y me veía a mí, era ser ese objeto sin vida, ese objeto sin luz interior, apagado por los instantes ya vividos, por las presiones que aporta la vida y por las esperanzas que deja la muerte, es por ello que tanto el foco como yo, como Agustín, o como Daniel, o como los Otros, necesitamos de algo o alguien para seguir adelante, un sueño, una esperanza, un ideal, lo que sea que ilumine nuestro andar, lo que sea que nos acompañe en nuestra travesía. Que si nos perdemos nos encuentre, que si buscamos nos oriente, que si caemos nos tienda la mano, que siempre camine a nuestro lado, como una costilla, como el corazón, como la piel.

Así comenzaba aquella mañana sobre aquel cuarto, y es cierto, aquella mañana al igual que todas, no fue diferente. El mismo cuarto, el mismo color, el mismo aburrimiento, los mismos fantasmas que rodean mi cabeza, las mismas cruces que trato de no pisar cada mañana. El siguiente paso después de haber despertado, era abrir más los ojos y entonces comenzar a pensar.

Y es que siempre en las mañanas y en ocasiones algunas noches, nos da por pensar en diversos temas que llegan a gobernar nuestra cabeza, nuestra mente pero sobre todo nuestro cuerpo. Temas como la vida y la muerte, el odio y el amor, la amistad y el noviazgo, siempre pensando en aquellas cosas opuestas que nos orientan hacia un mismo destino, porque una no puede existir sin la otra y la otra no puede existir sin la una, es decir, no puede haber cara si no hay cruz, y no puede haber cruz si no hay cara. Después de pensar y creernos grandes filósofos en el tema, nos sentamos al filo del colchón y como por arte de magia esperamos a que nuestra batería se cargue sola, como si hiciéramos fotosíntesis, y es en ese momento dónde comencé a observar el cuarto con más precisión. Una computadora sobre el escritorio reproduciendo música de Russian Red, papeles y documentos regados por doquier, algunos en el piso, otros sobre el escritorio, otros sobre la cama, y no solamente había papeles y documentos, también gobernaban los libros en aquel lugar, todo de manera desastrosa, siempre creando un gran caos. Persistían las mochilas arrumbadas, también alguna despensa ya caducada, comida con hongos, eran los únicos amigos que tenía, armario totalmente vacío, una pila de ropa absolutamente sucia como el alma que cargaba, los zapatos desacomodados por mi mal andar, y es así como veía mi cuarto y al mismo tiempo veía la vida pasar, veía mi vida pasar lentamente y al mismo tiempo de manera fugaz, era un desastre y a su vez un desafío, era un cuarto perdido al igual que yo. Era el mismo cuarto todas las mañanas, la misma sensación, la misma porquería, pero bueno, todo tiene un equilibrio, aquel cuarto tenía un lugar secreto, bonito y estable que le aportaba vida a lo que agonizaba, y es así como siempre terminaba mi vista sobre aquella ventana, por la cual algún día rompería y saldría para siempre, y así comenzar aquella vida que siempre había soñado.

Es cierto, a veces pensaba abrir esa ventana y aventarme para no volver nunca, pero era tan cobarde como para quitarme la vida, siempre pensé que las personas suicida deberían ser valientes para quitarse la vida, a mí me faltaba esa valentía. Y es así como pasaban mis días, sin pensar, sin razonar, y es así como se vivían aquellos días no vividos en un cuarto lúgubre.

Después me levantaba del borde de la cama, y se quedaba ahí la figura sobre el colchón,  daba algunos cuantos pasos hasta llegar al sanitario, orinaba como era lo habitual, me lavaba las manos, y me observaba con determinación en el espejo. Mi reflejo me dejó impresionado, esa cara que cada uno tiene todas las mañanas, esa cara real, esa cara que nadie puede ocultar ni esconder, esa cara fue la que me sorprendió, me vi muerto en vida, realmente no estaba vivo, mis ojos estaban caídos, mi rostro estaba caído, la felicidad había desaparecido, se había esfumado, y no comprendía u entendía el porqué, pero todo sucedía, todo pasaba, y yo me quedaba estático en un sanitario. Estaba perdido en mi pensamiento cuando de pronto me llegó un olor a vómito, empecé a buscarlo por el sanitario hasta que lo encontré, en ese preciso instante me di cuenta de lo que había cenado ayer y los recuerdos me llegaban como pequeños sueños que jamás había tenido. Salí corriendo de aquel baño por el asco, me senté de nuevo sobre el colchón, cerré los ojos tratando de recordar y entonces se fueron de nuevo aquellas visiones, abrí los ojos ya una vez sereno.

Enfrente estaban regadas unas cuantas botellas de cerveza, algunas eran de tequila, vodka, ron, pero no había ni condones, ni mujer sobre mi cama, no había nada de lo que me pudiera arrepentir.  Entonces un recuerdo brotó en aquel momento que observa las botellas, un recuerdo de noche de invierno, y es así como la historia apenas comenzaba, aquella chica inalcanzable en sueños también era inalcanzable en la realidad, ayer en la noche me había mandado hacia un destino no tan puritano, me había mandado hacia la nada, hacia un desierto sin agua, hacia un amor sin deriva, me había mandado al espacio, me había mandado realmente a perderme, no creía en mi suerte y yo tampoco, esa fue la causa de aquel desgaste emocional, de aquella tristeza, de aquella depresión, de aquella situación ridícula en la cual me encontraba. Todo aquello fue tan espontaneo, tan irreal, que terminé perdido en la irracionalidad que me gobernaba. Ella había tomado la decisión de borrarme completamente de su vida, y yo, bueno, yo y los otros en general, habíamos dejado de existir.

Me dispuse a cambiarme, tomar la primera playera, el primer pantalón, los primeros zapatos, y caminé por el cuarto tratando de recordar cada pequeño hilo de recuerdo, cada hilo que me guiara a la noche anterior, a los olvidos descabellados que tuve, pero solo podía recordar el alcohol ingerido, y como acompañante una trova a lo fondo de mi subconsciente. Miré de nuevo aquel color blanco que conquistaba las paredes del cuarto y me percate que era tan vulnerable como aquellas paredes, que cualquier cosa me podría manchar, me podrían intoxicar, y entonces para siempre mi vida podría cambiar, veía en las paredes vulnerabilidad y veía en mí un alma delgada que se quebraba. El cuarto era totalmente blanco, aburrido y maleable, yo no era nada diferente a ello.

Pero, ¿realmente qué pasaba en este cuarto?, nunca quise imaginarlo, nunca lo pude pensar, realmente temía de la respuesta y ahí estaba congelado viendo aquel desastre que abrumaba mi alrededor, viendo cómo también mi vida era un alrededor de aquel desastre, y buscaba entre los rincones más profundos aquella osadía que se había perdido horas antes del anochecer, pero la osadía no estaba, posiblemente se había suicidado o había escapado a una habitación más limpia, a un alma más completa. Y esto era la monotonía de cada día, y un amor que había acabado…
Me dirigí a la puerta, tomé la manija y fue ahí cuando tomé la valentía para salir de ese lugar, para escapar de aquel cuarto que conspiraba a la atadura, tenía que salir de mis fantasmas del pasado, de las cruces de un futuro y de las consecuencias de aquel presente que transcurría con las manecillas del reloj.

¿Por qué salir esta tarde?

No había motivo alguno ni tampoco un asunto particular que me comprometiera, pero debía de salir por aquella depresión que me agobiaba, el destino me agobiaba, la vida me agobiaba, la muerte me agobiaba, debía salir de esta cárcel que en ocasiones somos, yo, simplemente había decidido escapar de mis adentros, y debía de hacer por lo menos lo que los demás humanos hacían, huir, caer, huir, caer, huir, caer, huir y de nuevo caer, y jamás vivir por cobarde… 


Todos los derechos reservados, Esta obra está protegida bajo las leyes del copyright y decretos internacionales. 

miércoles, 25 de enero de 2017

Hablando con los Dioses.

Hablando con los Dioses.


I

A veces me perdía en mi propio pensamiento, pero solo a veces...

II

Todos caminan, todos corren, gente y más gente que desean ser dioses caminan y siguen caminando, trepan con uñas, garras y dientes y siguen escalando, quieren alcanzar las nubes, fundirse en ellas, ser libres, ser trueno y ser relámpago.
 ¡Pequeñas hormigas que ante los dioses son aplastadas!

III

Creen un suben pero en realidad bajan, no se mueven, no se detienen, escalan por escalar, esperan el cielo, esperan la muerte, se les escapa la vida, se les escapa el alma y no se dan cuenta que pierden, que se pierden, que se van y que nunca vienen.

IV

Se veían las hormigas andar sin rumbo alguno, el viento las dejaba en un laberinto de misterios, la lluvia inundaba el ritual...

Todos morían, todos se iban de este mundo, todos eran prófugos de su inmortalidad, de su angustia, de sus pecados, de sus miedos, de sus vidas...

Les llegaba la muerte.

V

Me había perdido, no me encontraba ni se encontraban, violeta, rojo, azul, verde, todos los colores conspiraban para cegarme, señor Sol, señora Luna, mi alma se va, se funde con el cielo mientras las pulgas siguen caminando.

VI

Anden hormigas, anden, anden, anden...

Le siguen los dioses, le cazan los humanos, no hay demonios, no hay ángeles, no hay falsedades en tierra natural.

VII

La mitad era lluvia, la otra mitad era sol, era guerra entre dioses, eran batallas, guerreros fuetes y humanos soldados.

La brisa corría y los tiraban de la pirámide, la luz los cegaba, el agua los derretía, eran dioses verdaderos aquellos del pasado, aquellos de mis raíces...

No eran dioses falsos como los de hoy.

VIII

Todos forman un círculo, tocan las piedras y creen que se cargan de energía, los dioses se ríen, se burlan de los humanos, nos llaman estúpidos e insensatos. 

Fuimos energía, somos energía, seremos energía... Y hasta los dioses mueren.

IX

La gente se agacha poco a poco y muere lentamente, se hunden en sus miserias, no salen, no vuelan, no caminan, no son humanos, no son animales, no son dioses.

X


Se despidió y ni siquiera los mató...

Suspiró, suspiró, murió.


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jueves, 5 de enero de 2017

En las profundidades de Mar.

En las profundidades de Mar.


Fue en una noche de eterno amor, las estrellas gobernaban el majestuoso cielo, era nocturno, o pseudo-nocturno ya que a lo lejos se veía como el Sol se escondía de aquella pareja enamorada.  La luna detrás de algunas nubes se ocultaba, veía de reojo, veía como se producía la escena quizás no perfecta pero si la ideal para aquella ocasión.

Ellos se encontraban en pleno cortejo, ella tan majestuosa como siempre. Tan hermosa como estas letras que se plasman sobre una hoja sin destino, sobre una tinta que escurría dentro de ella, sus ojos presentaban una osadía celestial, en ellos se podían ver las puertas hacia un paraíso que nadie conocía, que nadie había descrito, que nadie había explorado. Su piel deslumbraba como una luciérnaga la clara noche, piel tan suave como la de un recién nacido, blanca, transparente como el alma que muy pocos hombres pudieron ver, mejillas que eran pequeñas colchas para un demonio o para un serafín, era deslumbrante, no me cansaría de decirlo, pero también cómo olvidarse de sus manos que me arrastraban al pecado, era la acompañante hacia lo inesperado de aquella noche, hacia lo profundo de las tinieblas que en cada suspiro se puede convertir en un paraíso. Su andar, nunca olvidaré su andar, esas caderas cordilleras para un río de leche que pasaba entre sus senos en forma de montañas, esas montañas que en la cúspide daban a brote pequeños frutos parecidos a las uvas, más debajo de aquellas montañas estaba la cintura, cintura majestuosa donde se creaba el universo, donde comenzaba la pasión. Pronto podría observar aquellas puertas que protegía el Cancerbero. Atrás de ella, unas duras y grandes nalgas, tan firmes que me ocultaba en ellas en tardes de lluvia, en noches de frío, era majestuosa esa mujer, de piernas firmes y hermosas y lizas, ella era perfecta como aquella noche, como esta pareja. Pies tan cálidos,  tan fríos al mismo tiempo, tantas huellas dejaba por mi alma, por el camino hacia un destino o hacia un destierro que nadie comprendía o entendía, como estas letras hechas poesía, como está poesía hecha cuento.

Él, en cambio, era todo lo contrario, un precursor del Fantasma de la Opera, algún tipo de Frankestein, quizás también llegaba acoplarse a una Bestia, no lo sabría describir de manera tan enigmática porque sería complejo para el ojo humano y más aún para el cerebro humano, pero no era atractivo, en absoluto, era un fealdad a lado de aquella Diosa. Tenía una formidable espalda, era robusto como los grandes árboles de un inmenso bosque, más alto que el promedio, inclusive a ella le ganaba quizás por unos veinte centímetros, la piel de aquel joven no era transparente, ni siquiera blanca, ni siquiera cálida, siempre era fresca, piel canela, sudor con olor y sabor dulce, era un total equilibrio como la naturaleza, como la vida, era una mezcla de Dios y Satán, de vida y muerte. Era realmente una catástrofe por fuera, pero por dentro, florecían grandes y hermosos sentimientos, sinceros sin piedad, lealtad, honradez, era el joven perfecto para aquella Madamcita perfecta, estaban hechos el uno para el otro, el otro para el uno, él carecía de lo que ella exageraba, ella carecía de lo que él exageraba, eran las piezas del rompecabezas que formaban una figura sin sentido, porque eso eran ellos dos, una irracionalidad y una ilógica verdad haciendo una mezcla insólita de pasión, amor y lujuria. 

Aquella noche era especial para ellos, caminaban juntos de la mano hacia el mar, sentía sobre sus pies descalzos la suave arena, la brisa rosaba la piel de ambos, al menos la que estaba al descubierto. Ella llevaba un vestido de bodas recién estrenado después de una gran fiesta, un vestido de la mejor calidad para aquella mujer, con el velo ya perdido, con los guantes aún puestos, descubierto de las piernas para ser la envidia de los invitados. Él, bueno, traía el habitual traje de casados, negro para hacer el complemento perfecto de su esposa, representaba la parte oscura de la relación, representaba el equilibrio de aquella nueva pareja a los ojos de un Dios. Ambos caminaban sin rumbo alguno, felices como pequeños niños del bosque mágico, insólitos en el amor que profanaban, majestuosos en los secretos que nunca escondieron, eran la pareja perfecta porque así poco a poco y lentamente fueron creciendo, desde novios, desde pequeños, desde aquellas aventuras que pasaron juntos, desde aquellas experiencias que los hicieron complementos, ellos eran simplemente ellos, dos parejas que formaban un solo ser, dos personas que se entendían, que sabían salir del acantilado cuando no había punto de apoyo ni escalera que les facilitara las cosas.

Más allá de aquella pareja recién casados se podía ver el mar, hermoso mar sereno que se encontraba en la costa de algún maravilloso país, de algún bello estado. Azul transparente que reflejaba la luz lunar, dentro de él todo era desconocido como dentro de aquella pareja, pero hermoso sin duda alguna, hermosa naturaleza que cubría ese recinto, en ese preciso momento, en ese pequeño instante, en el cual los Dioses de todas las religiones se rigieron para complacer una pareja más de un mundo desconocido. El mar sin duda alguna culminaría con el relato de esta pareja enamorada, de esta naturaleza hecha historia.

Seguían caminando en dirección hacia la Luna, él quería caminar en dirección al Sol, pero ella lo guiaba por el mejor camino, él solamente le acompañaba lado a lado, era la costilla que le habían quitado en el nacimiento, de pronto se detuvieron y se miraron fijamente a los ojos, él se perdió en sus pupilas, él vio las puertas hacia el paraíso, hacia un paraíso que él solo pudo entrar, ella miraba los ojos de él, y también se perdía en la sinceridad que siempre le había brindado, pasaron eternidades viéndose, porque el tiempo es relativo para los enamorados, el tiempo pasa tan lento y tan rápido cuando amas, y ellos, ellos amaban con todo el corazón, el alma y el cuerpo. Él le soltó la mano y con ambas manos tomó la cintura de su amada, la sostuvo con mucha fuerza pues no quería que se fuera de su lado, no quería que partiera hacia otro destino, él tenía mucho miedo de perderla, mucho miedo de que el viento se la quitara. Ella, ella se sentía protegida, al momento que él colocaba sus manos ella se estremecía y pegaba su cuerpo al de él, se sentía suya y solamente de él y de nadie más, ella enloquecía al saber que él enloquecía por ella. De pronto ambos acercaron sus labios lentamente, y se besaron con una lentitud como viendo pasar los segundos, los instantes, aquel beso no fue diferente al primero que se dieron, aquel beso de verdad y no aquel robado, aquel beso donde aportas todo el amor que tienes, donde demuestras con un acto que quieres estar al lado de una persona por siempre, un beso que prendió la llama de la pasión, él comenzaba a deslizar la mano por la espalda de la mujer, llegaba a sus mejillas y la acariciaba con tanta ternura, la acariciaba como si tuviera miedo de romperla, ella en cambio, ponía sus manos sobre la cintura de él y lo atraía hacia ella, con una euforia llena de amor, de pasión y de lujuria.

Intercambiaron poco después fluidos labiales, y la llama seguía encendida y así poco a poco como se quema la leña en plena fogata la llama comenzaba a tomar vida, se ponía más incandescente. Las manos de él empezaban a quitar lentamente el vestido de bodas, y las manos de ellas sin duda alguna comenzaban a quitar el traje de él. Ambas ropas caían lentamente por la arena, y es así como caían todos los problemas, todos los errores, todos los malos tragos que habían pasado hasta aquel momento, es así como todo se quedaba en el olvido, es así como aquellas prendas fueron olvidadas en aquel mar, es así como ahora recuerdan aquel acto de valentía como un desapego hacia lo material, porque ellos no se amaban por el físico, no se amaban por lo material, ellos se amaban por lo que eran, por lo que son, por lo que fueron, por lo que serán, ellos tenían puro amor, y el amor puro los fue consumiendo en aquella noche de bodas, en aquella noche donde solo fueron testigos, la Luna, el Sol, el mar y la arena…

Se vieron por primera vez desnudos, al menos fue la primera vez que se vieron desnudos como esposos, por leyes de la vida, por leyes de los Dioses, por leyes de la muerte, se pertenecían. Ella vio aquel danzante cuerpo desnudo, vio el cuerpo de su mujer, la excitación de tener a una mujer perfecta, absolutamente tan perfecta que ni Venus o Afrodita se le comparaban, veía como el reflejo de la luna pegaba sobre sus largos cabellos, como aquellos ojos se iluminaban de una poco de vergüenza, como aquellos pechos estaban firmas a pesar de la gravedad, y observaba todo el cuerpo, lentamente y sin dejar un detalle pasar, era perfecta a los ojos de él y de nadie más, pues él la amaba desnuda, transparente, sin dudas, sin miedos, solo siendo ella. Ella, lo vio desnudo, y supo que la perfección no radicaba en lo físico, sabía que la perfección la tenía él no en su cuerpo, sino en el mismo, y al verlo desnudo comprendió que siempre quería verlo así, sin secretos, sin dudas, sin miedos, sin fantasmas y sin cruces, su cuerpo no era una escultura griega, pero era lo mejor que ella había visto, porque simple y sencillamente también estaba enamorada.

Ambos contemplaron sus cuerpos desnudos como si hubiesen sido obras de arte, ambos se entendían. Él de nuevo se dispuso a besarla, y ella correspondió el acto, poco tiempo después, la tomó sobre la cintura y la cargó, ella abrió las piernas y las rodeó sobre el torso de él, el beso seguía alimentando aquella llama que estaba cambiando a un color azulado. Sus miembros tenían contacto el uno con el otro, el de él, se dilataba por la fuerte llama, el de ella escurría lágrimas de felicidad. Poco tiempo después, la acostó sobre la arena, le dejó de besar, le miró fijamente a los ojos y supo que era prisionero de su amor, de ella, y que nadie más podía salvarle de la eternidad que le esperaba a su lado. Ella también lo vio a los ojos y sabía que solo quería ser de él, que nadie más podía adentrarse a las profundidades de su ser, al mismo tiempo con tal sincronía, ambos derramaron lágrimas de felicidad. Comenzó a pasar su mano lentamente por el cuello de su esposa, ella se estremecía por cada tacto, y de vez en cuando suspiraba, y gemía, él seguía bajando su mano lentamente hasta pasar por alguno de sus senos, lo exploraba y con la yema de sus dedos trazaba un contorno circular alrededor de sus montañas, hacía una espiral lentamente hasta culminar con la uva que estaba excitada, le apretaba lentamente aquella parte de su cuerpo y ella cerraba los ojos y gemía más y suspiraba más, con la otra mano hacía el mismo proceso pero con el seno contrario. Después, acercó su lengua a cada uva para lubricarlas y así poder explotar a su amante, ella sin duda alguna se retorcía, gemía y suspiraba, un acto que se repetía con más frecuencia y con mayor potencia. Ella en aquellos breves actos acariciaba el cabello de su amante y la espalda también, para ella era tocar una melodía más en un piano que no conocía, sin embargo, sabía componer grandes notas al anochecer.

De nuevo, comenzó a bajar lentamente la mano hacia el sexo de ella y una vez llegando ahí, acariciaba esa pieza clave que estaba entre sus labios, ella escurría un lecho sobre su miembro, y seguía escurriendo como si su tubería interna se hubiese roto. Después de tantas caricias, de nuevo vuelve a mirarle, y ella lo mira, ambos se pierden en la llama azul y él procede a penetrarla, y por primera vez en su vida como esposos, se sienten el uno al otro, se sienten en las profundidades de sus cuerpos, en la calidez de cada uno, y ella cierra los ojos porque se ha ido al paraíso, y el cierro los ojos porque ha entrado a las tinieblas, ella gime y suspira, él gime y suspira, y el mayor acto de amor comienza a tomar ritmo, a tomar las riendas de un sexo lleno de pasión, amor y lujuria. Acarician sus cuerpos completamente, pasa sus manos sobre las nalgas de su amada, sobre las piernas, sobre los brazos, sobre la cintura, sobre sus senos, sobre su cuello, sobre su cabello, ella pasa sus manos por la espalda, por las caderas, por el cabello, por el pecho, por las piernas, por las nalgas, ellos crean el ying y el yang, ellos crean una metamorfosis única, una obra en la playa, los amantes bajo la luz lunar, los amantes en el mar, él sobre Mar. 

Es así como la boda termina, él se viene dentro de ella, ella explota por dentro y se viene fuera de él. Los fluidos de ambos seres que emanan amor se mezclan para crear o germinar una semilla, de los fluidos se crea la vida, de los fluidos se crea el amor, de los fluidos se crea el destino compartido. Ella sabe que será Madre, él ya sabe que es Padre, y es así como la boda de unos amantes locos por la pasión, lujuria y amor, dan vida a un sueño, a una ilusión, a una realidad, que les hace tener ansias de Victoria, puesto que eso es parte de su vida, parte de su destino, parte de sus planes.

Él descansa sobre el cuerpo de ella, ella descansa sobre la arena, y es así como el mar y Mar se unen al final de esta historia que terminará en la creación de una gran Victoria, una Victoria que tendrá una villa llena de lobos que solo pocos locos podrán entender.

Es así como un ser irracional ha explorado en las profundidades de Mar, porque solo él, absolutamente él, puede hacerlo…


Y la llama siguió encendida por la eternidad, y es azul, y jamás nadie, nadie la podrá apagar. Esta es la historia que se cuenta a la orilla de un mar, en las profundidades mismas, de una pareja de enamorados que nunca se pudieron separar.  


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