El
cuarto, la monotonía y el amor.
Cuando uno despierta debe poner los pies
sobre la realidad…
Aquella mañana era fría como este
sentimiento, el ambiente se tornaba fresco pues se acercaba poco a poco la
estación otoñal, estaba nublado y se podía deslumbrar por la ventana aquel día
tan deprimente como yo. Y de nuevo, como todas las mañanas, me levantaría de mi
cama rodeada de un cuarto con cuatro paredes blancas, sin chiste, sin alegría,
sin nada, y a mi costado aquella ventana que siempre daba hacia un patio
inexistente forjado por escaleras que retumbaban cada vez que alguien las
subía. Eran esas escaleras pequeñas toques de guerra, como una marcha de
pequeños seres ocultos tras las paredes, con cada paso que una ser daba, se
escuchaba: ¡Pum!, ¡chaz!, ¡pum!, ¡chaz!, así
repetitivamente hasta que la persona llegaba a su destino.
Esa mañana abrí los ojos y miré completamente
el techo, que también, es blanco. Después de algunas eternidades de perdición
en los laberintos del pensamiento, fijé mi mirada hacia aquel foco que estaba
en el centro de la habitación, se encontraba apagado, no presentaba emoción alguna,
y por lo tanto, el cuarto se cubría de una pequeña niebla oscura y espesa que
no permitía ver realmente que era real y que era un sueño. Veía el foco y me
veía a mí, era ser ese objeto sin vida, ese objeto sin luz interior, apagado
por los instantes ya vividos, por las presiones que aporta la vida y por las esperanzas que deja la muerte, es por ello
que tanto el foco como yo, como Agustín, o
como Daniel, o como los Otros, necesitamos de algo o alguien
para seguir adelante, un sueño, una esperanza, un ideal, lo que sea que ilumine
nuestro andar, lo que sea que nos acompañe en nuestra travesía. Que si nos
perdemos nos encuentre, que si buscamos nos oriente, que si caemos nos tienda
la mano, que siempre camine a nuestro lado, como una costilla, como el corazón,
como la piel.
Así comenzaba aquella mañana sobre aquel
cuarto, y es cierto, aquella mañana al igual que todas, no fue diferente. El
mismo cuarto, el mismo color, el mismo aburrimiento, los mismos fantasmas que
rodean mi cabeza, las mismas cruces que trato de no pisar cada mañana. El
siguiente paso después de haber despertado, era abrir más los ojos y entonces
comenzar a pensar.
Y es que siempre en las mañanas y en ocasiones
algunas noches, nos da por pensar en diversos temas que llegan a gobernar
nuestra cabeza, nuestra mente pero sobre todo nuestro cuerpo. Temas como la
vida y la muerte, el odio y el amor, la amistad y el noviazgo, siempre pensando
en aquellas cosas opuestas que nos orientan hacia un mismo destino, porque una
no puede existir sin la otra y la otra no puede existir sin la una, es decir,
no puede haber cara si no hay cruz, y no puede haber cruz si no hay cara.
Después de pensar y creernos grandes filósofos en el tema, nos sentamos al filo
del colchón y como por arte de magia esperamos a que nuestra batería se cargue sola, como si
hiciéramos fotosíntesis, y es en ese momento dónde comencé a observar el cuarto
con más precisión. Una computadora sobre el escritorio reproduciendo música de Russian Red, papeles y documentos regados
por doquier, algunos en el piso, otros sobre el escritorio, otros sobre la
cama, y no solamente había papeles y documentos, también gobernaban los libros
en aquel lugar, todo de manera desastrosa, siempre creando un gran caos.
Persistían las mochilas arrumbadas, también alguna despensa ya caducada, comida
con hongos, eran los únicos amigos que
tenía, armario totalmente vacío, una pila de ropa absolutamente sucia como
el alma que cargaba, los zapatos desacomodados por mi mal andar, y es así como
veía mi cuarto y al mismo tiempo veía la vida pasar, veía mi vida pasar
lentamente y al mismo tiempo de manera fugaz, era un desastre y a su vez un
desafío, era un cuarto perdido al igual que yo. Era el mismo cuarto todas las
mañanas, la misma sensación, la misma porquería, pero bueno, todo tiene un
equilibrio, aquel cuarto tenía un lugar secreto, bonito y estable que le
aportaba vida a lo que agonizaba, y es así como siempre terminaba mi vista
sobre aquella ventana, por la cual algún día rompería y saldría para siempre, y
así comenzar aquella vida que siempre había soñado.
Es
cierto, a veces pensaba abrir esa ventana y aventarme para no volver nunca,
pero era tan cobarde como para quitarme la vida, siempre pensé que las personas
suicida deberían
ser valientes para quitarse la vida, a mí me faltaba esa valentía. Y es así
como pasaban mis días, sin pensar, sin razonar, y es así como se vivían
aquellos días no vividos en un cuarto lúgubre.
Después
me levantaba del borde de la cama, y se quedaba ahí la figura sobre el colchón, daba algunos cuantos pasos hasta llegar al
sanitario, orinaba como era lo habitual, me lavaba las manos, y me observaba
con determinación en el espejo. Mi reflejo me dejó impresionado, esa cara que
cada uno tiene todas las mañanas, esa cara real, esa cara que nadie puede
ocultar ni esconder, esa cara fue la que me sorprendió, me vi muerto en vida,
realmente no estaba vivo, mis ojos estaban caídos, mi rostro estaba caído, la
felicidad había desaparecido, se había esfumado, y no comprendía u entendía el
porqué, pero todo sucedía, todo pasaba, y yo me quedaba estático en un
sanitario. Estaba perdido en mi pensamiento cuando de pronto me llegó un olor a
vómito, empecé a buscarlo por el sanitario hasta que lo encontré, en ese
preciso instante me di cuenta de lo que había cenado ayer y los recuerdos me
llegaban como pequeños sueños que jamás había tenido. Salí corriendo de aquel
baño por el asco, me senté de nuevo sobre el colchón, cerré los ojos tratando
de recordar y entonces se fueron de nuevo aquellas visiones, abrí los ojos ya
una vez sereno.
Enfrente
estaban regadas unas cuantas botellas de cerveza, algunas eran de tequila,
vodka, ron, pero no había ni condones, ni mujer sobre mi cama, no había nada de
lo que me pudiera arrepentir. Entonces un recuerdo brotó en aquel momento
que observa las botellas, un recuerdo de noche de invierno, y es así como la
historia apenas comenzaba, aquella chica inalcanzable en sueños también era
inalcanzable en la realidad, ayer en la noche me había mandado hacia un destino
no tan puritano, me había mandado hacia la nada, hacia un desierto sin agua,
hacia un amor sin deriva, me había mandado al espacio, me había mandado
realmente a perderme, no creía en mi suerte y yo tampoco, esa fue la causa de
aquel desgaste emocional, de aquella tristeza, de aquella depresión, de aquella
situación ridícula en la cual me encontraba. Todo aquello fue tan espontaneo,
tan irreal, que terminé perdido en la irracionalidad que me gobernaba. Ella
había tomado la decisión de borrarme completamente de su vida, y yo, bueno, yo
y los otros en general, habíamos
dejado de existir.
Me
dispuse a cambiarme, tomar la primera playera, el primer pantalón, los primeros
zapatos, y caminé por el cuarto tratando de recordar cada pequeño hilo de
recuerdo, cada hilo que me guiara a la noche anterior, a los olvidos
descabellados que tuve, pero solo podía recordar el alcohol ingerido, y como
acompañante una trova a lo fondo de mi subconsciente. Miré de nuevo aquel color
blanco que conquistaba las paredes del cuarto y me percate que era tan
vulnerable como aquellas paredes, que cualquier cosa me podría manchar, me
podrían intoxicar, y entonces para siempre mi vida podría cambiar, veía en las
paredes vulnerabilidad
y veía en mí un alma delgada que se quebraba. El cuarto era totalmente blanco,
aburrido y maleable, yo no era nada diferente a ello.
Pero, ¿realmente qué pasaba en este cuarto?,
nunca quise imaginarlo, nunca lo pude pensar, realmente temía de la respuesta y
ahí estaba congelado viendo aquel desastre que abrumaba mi alrededor, viendo cómo
también mi vida era un alrededor de aquel desastre, y buscaba entre los
rincones más profundos aquella osadía que se había perdido horas antes del
anochecer, pero la osadía no estaba, posiblemente se había suicidado o había
escapado a una habitación más limpia, a un alma más completa. Y esto era la
monotonía de cada día, y un amor que había acabado…
Me
dirigí a la puerta, tomé la manija y fue ahí cuando tomé la valentía para salir
de ese lugar, para escapar de aquel cuarto que conspiraba a la atadura, tenía
que salir de mis fantasmas del pasado, de las cruces de un futuro y de las
consecuencias de aquel presente que transcurría con las manecillas del reloj.
¿Por qué salir esta tarde?
No
había motivo alguno ni tampoco un asunto particular que me comprometiera, pero
debía de salir por aquella depresión que me agobiaba, el destino me agobiaba,
la vida me agobiaba, la muerte me agobiaba, debía salir de esta cárcel que en
ocasiones somos, yo, simplemente había decidido
escapar de mis adentros, y debía de hacer por lo menos lo que los demás humanos
hacían, huir, caer, huir, caer, huir, caer, huir y de nuevo caer, y jamás vivir
por cobarde…
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