El
norte sin dogos
Y llegué a la Avenida y no me ahogué, caminé
enfrente de la banqueta y observé detenidamente aquel local que me alimentaba
en las furtivas noches.
Un señor y su hija, cómica idea la que me
hice la primera vez que los conocí, más que su hija parecía su esposa, pero
eran extranjeros, emigrantes, foráneos, habían dejado su tierra del norte para
bajar al centro del país, al centro de la Avenida, y así eran los sueños rotos
que jamás se alcanzan pero siempre se luchan.
Aquel señor de edad avanzada, de felicidad
penetrante sobre la barba que lo caracterizaba, pseudo-intelectual,
pseudo-espiritual, y siempre cada noche se paraban en la Avenida a realizar la
comida del norte para los céntricos, una falta más, unas agonías menos, pero
así era, y así fue la vida que ellos decidieron tomar.
¿Alguna
vez he estado fuera de la casa?
La lejanía es la perdición para pintores y
fotógrafos, la vida inmovible al arte representativo en kilómetros, pero
siempre hay raíces que nos atan a nuestra tierra, a nuestros orígenes, a
nuestros caprichos con falsedades, al menos eso creo pero a veces creo cosas
que ni siquiera pienso, rayos…
¡Qué
está pasando!
Me torcí un poco el cuello y me levanté de
aquel sitió, caminé lentamente con la mirada fija en Andrea, la hija del señor Dogo, ella estaba frente a mí con una
blusa negra y la típica gorra, quería seducirle, quería hablarle y tomarle de
sorpresa, y de pronto un carro pito porque le estorbaba el paso…
¿Qué me
pasó?
La locura es una enfermedad demencial que
poco a poco he ido descontrolando a Juan,
en ocasiones el cuarto está desocupado y él
entra, el problema es que les ha estado diciendo a los demás como hacerlo.
Avancé para cruzar la calle y enfrente de mí
los dogos, padre e hija.
Una familia íntegra de meramente dos
personas, la unidad en su riqueza y humildad, en las bromas que le hacen a los
clientes, en las burlas que alguna vez me hicieron, y es curioso, bastante
curioso como ella cuando yo era pirata, trató de protegerme, me advirtió que no
fuera a aquella isla, pero Daniel, mi
compadre Daniel fue el aventurero, el
valiente que alzó las velas y naufrago conmigo, sobre aquel mar que no era
conquistable, que no era para nosotros, por algo la niña dogo nos lo había
dicho.
Estando frente a ella me sonrío y yo le
aporté una sonrisa porque estaban esos dos seres en buenas condiciones, Daniel sonrío de manera nostálgica, como
atrayendo los recuerdos, como si su sonrisa fuera de sandía y sus ojos
de uva, pequeñas uvas moradas, Juan no
saludó, se sentía apenado por lo que hace un momento casi provoca, Agustín era el más normal de todos,
sonrío de manera correspondiente y buena, Sebastian
no se molestó en hacerlo, pero ahí estábamos todos observando la felicidad
de los del norte, observando la manera en que ellos compartían un cachito de
sus orígenes y a todo esto… ¿De dónde es Juan?
Le pregunté, quería saber más de ellos.
-
Juan ¿Cuáles son tus
raíces?
A lo que él
de manera inmediata y con una voz desesperada y sedienta contestó.
-
De algún lugar llamado
Sodoma.
Yo sabía que él no estaba bien, que tenía sus arranques de lujuria
injustificados, y así lo creí, así que le pregunté al siguiente.
-
Daniel, ¿y tú?
A lo que él
contestó.
-
Mis raíces vienen del
mar, de aquella isla que el pirata no pudo conquistar, mi Dios es la sirena, y
no existe porque no vengo de ningún lado, soy sembrado bajo la estrella que
jamás se vio y fui creciendo con las corrientes marítimas, el origen lo tengo
directo de mi Diosa y cuando ella quiera, puedo desaparecer.
Lo escuché con mucha atención, seguí la
conversación.
-
Entonces eres una especie
de ser mitológico.
A lo que él
contestó.
-
Soy el amor entre el
viento y el mar, no hay nada mitológico en mí, solo amor.
Lo escuché, sonreí y pensaba que era
agradable escuchar el origen de Daniel, era
el que mejor me caía.
Proseguí investigando las raíces de mis
amigos.
-
¿De dónde vienes
Sebastián?
Me miró fríamente y respondió.
-
¡Dah!, no tengo porque
decírtelo.
Tenía que convérselo así que insistí.
-
Vamos, dilo, ya todos lo
dijeron.
q
Contradijo.
-
No me confundas con esos
idiotas, no soy pendejo como ellos.
Respondí.
-
Si no eres pendejo, ¿por
qué no me dices de dónde vienes?
Me respondió.
-
Porque si respondo podría convertirme en un
imbécil.
Proseguí.
-
Solo le das vueltas al
asunto con tus groserías, sí no me dices es porque tienes miedo…
Lo reté, contestó.
-
No le temo a nada…
Respondí
-
Si no le tienes miedo a
nada, entonces, ¿de dónde vienes?
Se me quedo viendo con una cara de asesino,
pero terminó respondiendo de manera sincera y eficaz.
-
Vengo de otro universo,
de otra galaxia…
No me convencía, aun quería saber más, quería
tener las raíces de cada uno de mis amigos…
-
Aja…
Se produjo un silencio y él no quería seguir hablando y yo quería seguir sabiendo, proseguí
con lo anterior mencionado.
-
Dime.
Se me quedó viendo de nuevo y prosiguió
diciendo la información que necesitaba.
-
Vengo de una puerta con
el número once, de otro lugar que no has conocido, me encierro y me libero, me
libero y de vuelvo a encerrar,
pues uno más uno es igual a dos, y dos más dos vuelven a ser uno, pero
separados, y si quieres saber más de mí no podrás, pues Otro no me permite
hablar.
Terminó con sus palabras y escupió hacia el
suelo.
Realmente los amigos que tenía eran tan raros
como yo, ellos no sabían de dónde venían, solo hablaban por hablar y decían por
decir, pues yo tampoco podría decir de dónde vengo y tampoco podré decir hacia
dónde voy.
Ahora solo quedaba preguntarle a uno más.
Miré a Agustín.
El bajó la mirada y con mucha pena se fue
alejando, lo seguí y volvía a alejarse atravesando aquella calle y de nuevo
casi me atropellaban, lo sostuve por el hombro cuando lo había alcanzado y
pregunté.
-
¿Qué sucede?
Él quitó mi mano sobre su
hombro y siguió caminando, no quería hablar pero yo tenía que saber la verdad,
yo tenía que saber que era lo que sucedía, así que lo seguí hasta que él se detuvo, comenzó a hablar.
-
Todos saben de dónde vienen.
Le cuestioné.
-
¿Y tú de dónde vienes?
Él contestó.
-
No lo sé, quizás sea un invento de Oaxaca, quizás sea el nombre de
alguna tía que le inventó a su sobrino consentido, pero no lo sé, realmente no
sé de dónde vengo, ni siquiera tengo idea alguna hacia dónde voy, por eso me encuentro
así, porque todos saben sus orígenes, porque todos saben a dónde quieren
llegar, pero yo no, no lo sé…
Se tiró sobre el pavimento de rodillas con
lágrimas en los ojos y yo me disponía a ayudarle, pero de pronto la niña dogo se acercó y me preguntó.
-
¿Te encuentras bien? ¿Qué haces sobre el pavimento hincado y llorando?
Le observé, me limpié las lágrimas y me puse
de pie.
-
Nada, pero muchas gracias… ¿Extrañas tu hogar?
Ella sonrió y dijo.
-
Mi lugar es dónde mis pies siempre están, aquí es el presente y en el
presente siempre se encuentra el hogar…
Sonreí de manera inapropiada y solo pude
musitar…
-
Gracias.
Ella se fue de nuevo a su local de Dogos, se fue a alimentar la
gula de las personas de aquella Avenida,
solo faltaba preguntarle a uno de mis conocidos sobre su origen.
Me acerqué a los otro pero ellos no se alejaron, ni siquiera tuvieron alguna
reacción, apunte hacía la persona que se encontraba en la zona más oscura,
aquel conocido que de vez en cuando salía pero nunca me decía su nombre. Le
pregunté.
-
¿De dónde vienes?
Él tan amable solo suspiró y
contestó.
-
Eso depende de ti.
Y entonces se esfumó al igual que los otros, al igual que los demás amigos,
los orígenes de cada uno guardaban los secretos de algún fruto obtenido.
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